Brendan deseaba sacarlo todo de golpe; deseaba que las palabras le salieran de la boca en una apasionada rafaga de frases dolorosas, aunque poco sensatas, que expresaran con sinceridad lo que Katie habia significado para el, como se habia sentido al apretar su nariz contra su cuello en aquella misma cama, al entrelazar uno de sus dedos con el suyo, al sorberle helado de la barbilla, al ir junto a ella en el coche y observar como movia los ojos de un lado a otro cuando llegaban a un cruce, al oirla hablar, dormir, roncar…

Deseaba continuar durante horas. Deseaba que alguien le escuchara y que comprendiera que las palabras no solo servian para comunicar ideas u opiniones. A veces, servian para expresar vidas enteras. Y aunque uno supiera, incluso antes de abrir la boca, que iba a fracasar, lo que importaba era el hecho de intentarlo. La intencion era lo unico que uno tenia.

Ray, sin embargo, era incapaz de entenderlo. Para Ray, las palabras eran tan solo chasquidos de los dedos, gestos habiles y movimientos de manos. Ray no malgastaba las palabras. La comunicacion no era lo suyo. Decia exactamente lo que queria decir y ya habia acabado. Descargar su dolor ante el rostro inexpresivo de su hermano solo habria conseguido avergonzar a Brendan. No le habria ayudado en lo mas minimo.

Contemplo a su asustado hermano pequeno, apoyado en la cama y mirandole fijamente con ojos saltones, y le tendio la mano.

– Lo siento -mascullo-. Lo siento, Ray. ?De acuerdo? No queria ofenderte.

Ray le estrecho la mano y se puso en pie.

– Asi pues, ? va todo bien? -gesticulo Ray, con la mirada puesta en Brendan, como si estuviera dispuesto a saltar por la ventana en el siguiente arrebato.

– Todo va bien -respondio Brendan por medio de senas-. Supongo que si.

20. CUANDO ELLA REGRESE A CASA

Los padres de Sean vivian en Wingate Estates, una urbanizacion vallada a unos cincuenta kilometros al sur de la ciudad, formada por casas de estuco de dos dornitorios. Cada seccion constaba de veinte casas, tenia su propia piscina y un centro recreativo en el que hacian baile los sabados por la noche. Un pequeno recorrido de golf de par tres se extendia alrededor de uno de los extremos del complejo como si fuera la otra mitad de una media luna; desde finales de primavera hasta principios de otono, el aire zumbaba con el runrun de los motores de los carros.

El padre de Sean no jugaba al golf. Hacia mucho tiempo que habia decidido que era un juego de ricos y aprender a jugar le parecia una forma de traicionar a sus raices de clase obrera. Sin embargo, la madre de Sean habia intentado jugar durante un tiempo, aunque lo habia dejado porque creia que sus companeras se reian en secreto de su estilo, de su ligero acento irlandes y de su ropa.

Por lo tanto, llevaban una vida tranquila y practicamente sin amigos, aunque Sean sabia que su padre habia hecho amistad con un irlandes retaco llamado Riley, que tambien habia vivido en uno de los barrios perifericos de la ciudad antes de trasladarse a Wingate. Riley, que tampoco tenia ningun interes en el golf, a veces quedaba con el padre de Sean para tomarse unas cervezas en el Ground Round, al otro lado de la Ruta 28. La madre de Sean, que era una persona reflexiva y bondadosa por naturaleza, solia relacionarse con gente mayor con alguna dolencia. Les llevaba en coche a la farmacia a buscar sus medicamentos o al medico a recoger las recetas nuevas para guardarlas junto a las viejas. Su madre, que casi tenia setenta anos, se sentia joven y viva cuando les acompanaba; ademas, si tenia en cuenta que la mayoria de la gente a la que ayudaba era viuda, pensaba que la buena salud de la que gozaban tanto ella como su marido era una bendicion del cielo.

«Estan solos -habia dicho una vez a Sean en relacion a sus amigos enfermos- y aunque el medico no se lo diga, es de eso de lo que se estan muriendo.»

A menudo, cuando pasaba por delante de la caseta del vigilante y seguia carretera arriba, con bandas de frenado amarillas cada diez metros que le hacian vibrar el eje del coche, Sean casi alcanzaba a ver las calles fantasma, los barrios fantasma y las vidas fantasma que los residentes de Wingate habian dejado atras, como si los pisos con agua fria y pequenas habitaciones blancas y sombrias, las escaleras de incendios de hierro forjado y los ruidosos ninos flotaran a traves de ese paisaje de estuco de cascara de huevo y jardines puntiagudos, cual niebla matinal mas alla de los limites de su vision periferica. Le invadia un sentimiento irracional de culpa: la culpa del hijo que ha llevado a sus padres a una residencia. Irracional, porque Wingate Estates no era, en realidad, una urbanizacion para mayores de sesenta anos (aunque, a decir verdad, Sean nunca habia visto a un residente que fuera mas joven), y sus padres se habian trasladado alli por voluntad propia, empaquetando todas sus eternas quejas sobre la ciudad, el ruido, los actos violentos y los atascos para mudarse alli; tal y como decia su padre: «Alli podian salir de noche sin tener que darse la vuelta continuamente para comprobar si les seguian».

Con todo, Sean sentia que les habia fallado, como si ellos hubieran esperado que el hubiera luchado mas para tenerlos cerca. Sean observaba el lugar y lo unico que veia era muerte, o como minimo un lugar en el que esperarla, pero no solo odiaba el hecho de que sus padres estuvieran alli, esperando el momento en que otra gente tuviera que llevarlos a ellos al medico, sino que tambien detestaba imaginarse a el mismo alli o en lugar parecido. Aunque sabia que las probabilidades de no acabar en un sitio asi eran infimas: aun mas en aquel preciso momento en que no tenia ni mujer ni hijos. Tenia treinta y seis anos, a mas de medio camino de tener un piso en Wingate, y con toda probabilidad la segunda mitad de su vida pasaria mucho mas rapido que la primera.

Su madre soplo las velas del pastel que habian colocado sobre una mesita que ocupaba un hueco entre la diminuta cocina y una sala de estar rnas espaciosa; lo comieron en silencio y sorbieron el te al ritmo de las agujas del reloj de pared que habia sobre ellos y del zumbido del aire acondicionado.

Cuando hubieron acabado, su padre se puso en pie y dijo: -Voy a lavar los platos.

– No, ya lo hare yo.

– No, tu sientate.

– No, deja que lo haga yo.

– Sientate, hoy es tu cumpleanos.

Su madre se sento de nuevo y esbozo una ligera sonrisa, mientras su padre apilaba los platos y doblaba la esquina para llevarlos a la cocina.

– jTen cuidado con las migas! -le advirtio la madre.

– Ya lo tengo.

– Si no limpias bien el fregadero, volveremos a tener hormigas.

– Solo hemos tenido una hormiga. Una.

– No, habia mas -explico a Sean.

– De eso hace seis meses -se oyo a su padre decir entre el sonido del agua.

– y ratones.

– Nunca hemos tenido ratones.

– Pero la senora Feingold si que tuvo. Dos. Y tuvo que poner trampas.

– Nunca hemos tenido ratones en casa.

– Porque yo me aseguro de que no dejes migas en el fregadero.

– jSanto cielo! -exclamo el padre de Sean.

La madre de Sean se bebio el te y se quedo mirando a su hijo por encima de la taza.

– He recortado un articulo para Lauren -anuncio despues de colocar la taza encima del platillo-. Lo tengo guardado en alguna parte.

La madre de Sean siempre recortaba articulos de periodico y se los daba cada vez que iba a visitarles. Si no, se los mandaba por correo en pilas de nueve o diez; Sean abria el sobre y se los encontraba perfectamente doblados, como un recordatorio del tiempo que habia pasado desde que los visitara por ultima vez. Los articulos iban de temas diferentes, pero casi siempre trataban de cuestiones domesticas o de autoayuda: metodos para prevenir que se incendiara la secadora, como evitar que se quemara el congelador, las ventajas e inconvenientes de hacer el testamento en vida, como evitar los robos cuando uno estaba de vacaciones, consejos de salud para hombres con trabajos que producian mucho estres (?Lleva tu corazon a lo mas alto!). Sean sabia que era la forma que tenia su madre para expresarle su amor, algo similar a abrocharle el abrigo y a ponerle bien la bufanda antes de que se fuera a la escuela en una manana de enero; a Sean aun le

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