desconsolada en un funeral. Fue un paso lleno de duda. Giro de nuevo, tratando de divisar a O'Connell, pero no lo logro. La abrumo la sensacion de que estaba justo detras de ella y se volvio bruscamente, pero casi se dio de bruces con un hombre de negocios que cruzaba presuroso la calle. Cuando se aparto hacia un lado, casi choco con una pareja de jovenes.
– ?Eh! ?Mira por donde vas! -le dijeron.
Ashley los siguio, pisando charcos, avanzando tan rapidamente como podia. No paraba de mover la cabeza a izquierda y derecha. Estaba demasiado asustada para mirar atras. Continuo su camino casi corriendo.
Unos segundos despues llego a la estacion de metro. Paso por el torniquete y se sintio aliviada por la multitud y las luces fuertes del anden.
Estiro el cuello, intentando divisar a O'Connell entre la gente que esperaba el tren. Nada. Se volvio y miro a la gente que subia las escaleras, pero tampoco lo vio. Sin embargo, no estaba segura de que no estuviese escondido en alguna parte. No podia ver entre todos los grupos de personas, y habia posters y columnas que obstaculizaban la vision. Se volvio, deseando que llegara el tren. En ese momento solo queria marcharse. Se consolo diciendose que no podia sucederle nada en una estacion abarrotada y, mientras se decia que estaba a salvo, sintio un empujon por detras. Por un horrible segundo penso que iba a perder el equilibrio y caer a las vias. Jadeo y dio un salto atras.
Trago saliva y sacudio la cabeza. Se abrazo el cuerpo, tensando los musculos como un atleta que anticipa el golpe, como si Michael O'Connell estuviera a su espalda dispuesto a empujarla. Presto atencion al sonido de una respiracion cerca de su oreja, demasiado desesperada para volverse a mirar. De pronto un convoy irrumpio en el anden con un estrepito rechinante. Ashley solto un suspiro de alivio cuando el tren se detuvo y las puertas se abrieron con un sonido sibilante.
Dejo que la arrastrara la marea de viajeros y tomo asiento, para quedar inmediatamente apretujada entre una mujer mayor y un estudiante que apestaba a tabaco. Delante de ella, media docena de pasajeros se agarraron a las barras de metal y los asideros.
Ashley miro a izquierda y derecha, inspeccionando cada rostro.
No lo vio.
Con otro resoplido, las puertas se cerraron. El tren se estremecio al arrancar.
Cuando el convoy empezo a moverse, Ashley se giro en su asiento y echo una ultima ojeada al anden. Lo que vio la hizo atragantarse, y eso fue todo lo que pudo hacer para no gritar de miedo: O'Connell estaba de pie, justo en el mismo sitio donde ella habia estado unos segundos antes. No se movio. Impasible como una estatua, sus ojos se clavaron una vez mas en los de ella mientras el tren aceleraba. Enseguida desaparecio junto con la estacion.
Ashley sintio el ritmico traqueteo de aquel tren que la alejaba de su perseguidor. Pero no importaba lo rapido que fuera: Ashley comprendio que la distancia que los separaba era irrisoria y, probablemente, inexistente.
El campus de la Universidad de Massachusetts-Boston esta situado junto a la bahia. Sus edificios son tan feos y recios como una fortificacion medieval. En los dias calurosos de principios de verano, las paredes de ladrillo marron y las aceras de asfalto gris parecen absorber el calor. Es una especie de facultad sustituta. Atiende a muchos estudiantes que quieren una segunda oportunidad, con sensibilidad de infanteria: no es bonita, pero es crucialmente importante cuando mas la necesitas.
Me perdi una vez en ese mar de cemento y tuve que preguntar antes de encontrar la escalera correcta que desciende a un vestibulo pelado y una cafeteria. Vacile un momento, y luego divise al profesor Corcovan, que me saludaba desde un rincon tranquilo.
Las presentaciones fueron rapidas, un apreton de manos y unas frases sobre el excesivo calor.
– Bien -dijo el profesor, y dio un sorbo a su agua mineral-. ?En que puedo ayudarle exactamente?
– Michael O'Connell -respondi-. Asistio a dos cursos suyos de informatica hace unos anos. ?Lo recuerda?
Corcoran asintio.
– Lo recuerdo, en efecto. Quiero decir que en realidad no deberia, pero lo recuerdo, lo que ya significa algo en si mismo.
– ?A que se refiere?
– Cientos de estudiantes han pasado por esos dos mismos cursos en los ultimos anos. Montones de examenes, montones de trabajos finales, montones de rostros. Con el tiempo, todos acaban conformando un estudiante tipo que viste vaqueros, se pone al reves las gorras de beisbol y trabaja en dos sitios diferentes para costearse una segunda oportunidad en su educacion.
– Entiendo. ?Y O'Connell…?
– Bien, digamos que no me sorprende que aparezca alguien haciendo preguntas sobre el.
El profesor era un hombre delgado y menudo, de escaso pelo rubio. Usaba bifocales y llevaba boligrafos y lapices en el bolsillo de la camisa, y portaba un raido maletin repleto.
– Aja -dije-. ?Por que no le sorprende?
– La verdad es que siempre pense que algun dia apareceria un detective preguntando por el. O el FBI o un ayudante del fiscal. ?Sabe quienes asisten a las clases que imparto? Estudiantes que creen que las cosas que aprendan mejoraran considerablemente su situacion economica. El problema es: cuanto mas aptos se vuelven los estudiantes, mas claro les resulta como se puede usar mal la informacion.
– ?Usar mal?
– Un eufemismo para suavizar la verdad -dijo-. Uno de los temas que estudiamos es el delito informatico, pero aun asi… Mire, la mayoria de los chicos que eligen, digamos, el «lado equivocado» -sonrio-, bueno, son lo que cabria esperar. Cretinos y perdedores. Normalmente solo crean problemas pirateando videojuegos, archivos musicales o peliculas de Hollywood antes de que sean editadas en DVD, esa clase de cosas. Pero O'Connell era diferente.
– ?En que sentido?
– Era mucho mas peligroso. Veia los ordenadores exactamente como lo que son: una herramienta. ?Que herramientas necesita un tipo malo? ?Una navaja? ?Una pistola? Depende del delito que tengas en mente, ?no? Un ordenador puede ser tan eficaz como una nueve milimetros en las manos equivocadas, y las suyas, creame, eran las manos equivocadas.
– ?Cuando se dio cuenta?
– Desde el primer momento. No miraba el mundo a su alrededor de esa manera turbia y asombrada que tienen tantos estudiantes. Tenia, no se, un aire resuelto. Era atractivo. Pero rezumaba una especie de peligrosidad. Como si solo le importara lo que tenia en mente. Y cuando lo mirabas con atencion, la expresion de sus ojos era verdaderamente inquietante. Una expresion que advertia: no te interpongas en mi camino.
»?Sabe? Una vez me entrego un trabajo un par de dias tarde, asi que hice lo que hago siempre, y que anuncio el primer dia de clase: le reste un punto por cada dia de retraso. El me dijo que era injusto. Como puede suponer, no era la primera vez que un estudiante venia a quejarse por una nota. Pero con O'Connell la conversacion fue diferente, de algun modo. No estoy seguro de como lo logro, pero de pronto me encontre en la postura de justificarme, no al reves. Y cuanto mas le explicaba que no era injusto, mas entornaba el los ojos. Sabia mirarte de una manera que equivalia a un punetazo. El impacto era el mismo: sabias que no querias estar en el otro extremo de esa mirada. Nunca amenazaba directamente, nunca decia ni hacia nada a las claras. Pero, cuando hablamos, comprendi exactamente lo que pretendia: me estaba haciendo una advertencia.
– Le impresiono.
– Me mantuvo despierto toda la noche, si vamos a eso. Mi esposa no cesaba de preguntarme que me pasaba, y yo tuve que mentirle diciendole que nada. Tenia la sensacion de haber evitado por los pelos algo verdaderamente desagradable.
– ?Llego a hacerle algo?
– Bueno, un dia me hizo saber, de pasada, que habia averiguado donde vivia.
– ?Y?
– Y ahi fue donde termino.
– ?Como?
– Me humille hasta lo indecible. Un completo fracaso por mi parte. Lo llame despues de clase, le dije que reconocia mi error, que el tenia razon en todo, y le puse un sobresaliente en el trabajo y otro en el semestre.
No dije nada.
– Bueno -anadio el profesor Corcoran mientras recogia sus cosas-. ?A quien ha matado?