– ?Una denuncia?

– Si. Una acusacion de fraude academico.

– ?Que?

– Plagio, Scott. Lamento decirlo.

– ?Pero eso es absurdo!

– La alegacion presentada cita preocupantes similitudes entre su articulo y un estudio escrito en un seminario de graduacion en otra institucion.

Scott tomo aire y la vision se le nublo. Se agarro al borde de la mesa para no perder el equilibrio.

– ?Quien la ha presentado? -pregunto.

– Ahi esta el problema. Me llego por Internet. Es una denuncia anonima.

– ?Anonima?

– Aun asi, no podemos ignorarla. No en el actual ambiente academico. Y desde luego no ante la opinion publica. Los periodicos son voraces cuando se trata de tropezones o errores academicos. Tienden a llegar a conclusiones erroneas, de modo embarazoso y muy perjudicial. Me parece que lo mejor es cortar por lo sano. Suponiendo, naturalmente, que usted pueda encontrar sus notas y repasar cada linea, capitulo y cita, para que la revista se convenza de que la denuncia es infundada.

– Por supuesto, pero… -Scott vacilo. Estaba azorado.

– Me temo que, en estos tiempos de rampantes deducciones y temibles analisis microscopicos, debemos parecer mas puros que la esposa de Lot.

– Lo se, pero…

– Le enviare la denuncia y todo lo demas por mensajero. Y luego deberiamos volver a hablar.

– Si, si, por supuesto.

– Y por cierto, Scott -la voz del profesor sono atona, subitamente fria y casi carente de inflexion-, espero que podamos resolver esto en privado. Pero no subestime su amenaza implicita. Se lo digo como amigo y colega historiador. He visto carreras prometedoras destruidas por menos. Mucho menos.

Scott asintio. «Amigo» no era la palabra que el habria empleado, porque, cuando la noticia se extendiera entre los circulos academicos, era probable que no le quedara ninguno.

Sally estaba contemplando por la ventana la tenue luz del atardecer. Se hallaba en ese extrano estado en que tenia muchas cosas en mente y, sin embargo, no pensaba especificamente en nada. Llamaron a la puerta abierta y se giro. Era una secretaria, con un gran sobre blanco en la mano.

– Acaban de enviar esto por mensajero -dijo-. Me preguntaba si seria importante…

Sally no recordo ninguna alegacion ni ningun otro documento que esperara de modo urgente, pero asintio y pregunto:

– ?De quien es?

– Del Colegio de Abogados del Estado.

Sally cogio el sobre y lo miro con extraneza, volviendolo. No recordaba haber recibido nunca nada del Colegio, aparte de las solicitudes rutinarias e invitaciones a cenas, seminarios y discursos a los que nunca asistia. Nada de aquello llegaba por mensajeria urgente, con acuse de recibo.

Abrio el sobre y saco una carta del interior. Iba dirigida a ella y era del presidente del Colegio de Abogados, un hombre al que solo conocia por su reputacion, miembro destacado de un gran bufete de Boston, activo en los circulos del Partido Democrata y frecuente invitado en los debates de television y las paginas de ecos sociales de los periodicos.

Leyo con cuidado la breve misiva. Con cada segundo, la habitacion parecia oscurecerse a su alrededor.

Estimada senora Freeman-Richards:

Por la presente la informo de una denuncia recibida por el Colegio de Abogados del Estado referida a su manejo del dinero de las cuentas de su cliente en el pendiente litigio de Johnson contra Johnson, en estos momentos ante el juez V. Martinson del Tribunal de Apelaciones.

La denuncia afirma que los fondos asociados con este asunto han sido desviados a una cuenta privada a su nombre. Se trataria de una violacion de la ley 302, seccion 43, y tambien un delito tipificado en la ley 112, seccion 11.

El Colegio de Abogados necesitara esta misma semana una declaracion jurada en la que usted explique este enojoso asunto, o sera remitido a la oficina del fiscal del condado de Hampshire y al fiscal del Distrito Occidental de Massachusetts para su resolucion.

A Sally le parecio que cada palabra se le atascaba en la garganta, ahogandola.

– Imposible -dijo en voz alta-. Completamente imposible, joder.

La palabrota resono en la habitacion. Sally resoplo y fue a su ordenador. Tras teclear rapidamente, recupero el juicio de divorcio citado en la carta. Johnson contra Johnson no era uno de sus casos mas complicados, aunque estaba marcado por una clara animosidad entre su cliente -la esposa- y su hostil marido. El era un cirujano oftalmologo local, padre de dos hijos preadolescentes, un sinverguenza redomado, a quien Sally habia pillado a punto de desviar dinero de una cuenta conjunta a otra en un banco de las Bahamas. Lo habia hecho de manera muy torpe, sacando grandes cantidades de la cuenta comun, y luego cargando billetes de avion a las Bahamas a su tarjeta Visa para conseguir bonos de viaje extra. Sally habia conseguido que el juez inmovilizara las cantidades y las reenviase a la cuenta de su patrocinada hasta la disolucion del matrimonio, que tendria lugar poco despues de Navidad. Segun sus calculos, la cuenta de su cliente deberia tener algo mas de cuatrocientos mil dolares.

No los tenia.

La pantalla se lo confirmo.

– No puede ser -dijo.

Al borde del panico, repaso todas las transacciones de la cuenta. En los ultimos dias habian extraido mas de un cuarto de millon de dolares por medios electronicos, y los habian transferido a casi una docena de otras cuentas. No pudo acceder a esa docena de cuentas por ordenador, ya que estaban puestas a una serie de nombres distintos, tanto de individuos a quienes ella no reconocia como a dudosas corporaciones. Tambien vio, para su creciente ansiedad, que la ultima transferencia de la cuenta de su cliente habia sido hecha directamente a su propia cuenta corriente. Eran quince mil dolares, y de ello hacia apenas veinticuatro horas.

– No puede ser -repitio-. ?Como…?

Se detuvo porque la respuesta a esa pregunta probablemente seria complicada, y ademas no tenia ninguna explicacion a mano. Lo que si tuvo claro fue que era mas que probable que estuviese metida en un buen lio.

– Hay algo que no entiendo…

– ?Que? -pregunto ella pacientemente.

– El motivo del amor de Michael O'Connell. Quiero decir, no paraba de decir que la amaba, pero ?que provoco que entendiera sus propias pulsiones con el amor?

– Dificil saberlo.

– Creo que en su mente habia algo muy distinto.

– Puede que tengas razon -respondio ella, tan distante y seductora como siempre.

Vacilo, y, como hacia a menudo, parecio detenerse para organizar sus ideas. Tuve la sensacion de que queria controlar la historia, pero de un modo que yo no pudiera ver del todo. Eso me produjo incomodidad. Sentia que me estaban utilizando.

– Creo que deberia darte el nombre de un hombre que podria ayudarte en este aspecto -dijo-. Un psicologo experto en el amor obsesivo. -Hizo una pausa-. Por supuesto, lo llamamos asi, pero tiene poco que ver con el concepto corriente del amor. La palabra amor nos recuerda a rosas el dia de San Valentin, tarjetas con frases rebosantes de sentimiento, bombones en cajas con forma de corazon, cupidos con alitas y arcos y flechas, los romances de las peliculas. Pero el amor guarda poca relacion con todo eso. El amor esta mas cerca de las cosas oscuras que ocultamos en nuestro interior.

– Te veo cinica -dije-. Y resentida.

Ella sonrio.

– Supongo que lo parezco. Digamos que conocer a alguien como Michael O'Connell puede darte una perspectiva diferente de lo que constituye exactamente la felicidad. Como he dicho, redefinio las cosas para todos ellos.

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