«Dominate», se ordeno.
Su coche estaba donde siempre, en el aparcamiento. Se abotono el abrigo y sosego la respiracion, sintiendo que la presion en el pecho y la boca del estomago disminuia. Pero, al recuperar el autodominio, le parecio de pronto que ya no estaba sola. Se dio la vuelta, pero la acera estaba vacia, a excepcion de algunos estudiantes que entraban y salian de una cafeteria cercana. El trafico de la calle principal de la ciudad discurria con normalidad. Un autobus bufo al detenerse en la parada al otro lado de la calle, delante de un viejo cine. Todo lo que vio era normal. «Todo esta en su sitio», penso.
O no.
Tomo aire de nuevo y echo a andar hacia el garaje. Una parte de ella queria correr, mientras la oscuridad se deslizaba sobre ella y la tenue luz de las farolas y marquesinas levantaba pequenos refugios contra la creciente noche.
– ?Sabe? Incluso con esta dispensa firmada me siento un poco incomodo hablando de cosas que me han sido comunicadas de manera confidencial.
– Esa es su prerrogativa -dije, lleno de falsa comprension-. Comprendo su postura.
– ?Lo comprende?
El psicologo era pequeno y ladino, con un pelo rizado veteado de gris que le caia alrededor del cuello, como si estuviera conectado a extranas y conflictivas ideas en su cuero cabelludo. Llevaba gafas que le daban una ligera apariencia de insecto, y tenia un curioso tic: expresaba una idea y a continuacion agitaba la mano para recalcar las palabras ya dichas.
– Despues de todo -continuo-, no estoy seguro de que la influencia que Michael O'Connell ejercio sobre esas personas haya sido aun comprendida del todo.
– ?Que quiere decir?
Suspiro.
– Creo que se cruzo en sus vidas mas o menos como un accidente de trafico. Un puntual momento de perdida, de miedo, de conflicto, como quiera verlo. Pero sus secuelas duran anos, quizas incluso para siempre. Vidas que ya no vuelven a ser lo que eran. Cenizas y agonia durante mucho tiempo. Eso es lo que sucede en estos casos.
– Pero…
– No se si puedo hablar al respecto -dijo bruscamente-. Algunas cosas que se han dicho en esta consulta son inviolables, aunque me agrada que usted quiera contar la historia en un libro. Desde luego detestaria revelarle algo y luego recibir una citacion judicial, o tener que abrir mi puerta a un par de detectives al estilo Colombo. Lo siento.
Suspire, sin saber si frustrado o respetuoso. El esbozo una amplia sonrisa y se encogio de hombros.
– Bien -dije-. Para que mi viaje hasta aqui no haya sido una completa perdida de tiempo, ?puede explicarme al menos las caracteristicas del amor obsesivo de O'Connell por Ashley…?
El psicologo hizo una mueca.
– Amor. ?Amor! Dios mio, no tiene nada que ver con el amor. El entramado psicologico de Michael O'Connell tiene que ver con la posesion.
– Si, lo comprendo. Pero ?que conseguia? No era por dinero. No era deseo. No era pasion. Sin embargo, en cierto modo, por lo que se hasta ahora, parece que era todas esas cosas al mismo tiempo…
El se recosto en su asiento, y de pronto se inclino bruscamente hacia delante.
– Esta siendo demasiado literal -dijo-. Un robo a un banco dice algo concreto. Tambien un trapicheo de drogas, o matar a tiros al encargado de una tienda abierta de madrugada. O los asesinatos en serie y las violaciones repetidas. Esa clase de crimenes puede definirse facilmente. Este no. El proclamado amor de Michael O'Connell era un crimen de identidad. Y asi, se convirtio en algo mas grande, mas profundo. Mas devastador.
Asenti y fui a anadir algo, pero el agito la mano, silenciandome.
– Otra cosa que ha de tener en cuenta -dijo-: Michael O'Connell era… -inspiro hondo- implacable.
17 Un mundo de confusion
Por primera vez en su relativamente corta vida, Ashley sintio que su mundo era no solo increiblemente pequeno, sino que estaba definido por tan pocas cosas que carecia de un sitio donde ocultarse, que no habia ningun lugar adonde escapar para tomarse un respiro y recuperarse.
Los pequenos indicios de que la estaban vigilando aumentaron. Su telefono se habia convertido en un pozo de miedo, lleno de silencios o respiraciones entrecortadas. Tampoco se fiaba ya de su ordenador. Se negaba a revisar el e-mail, porque no podia saber quien enviaba los mensajes.
Le dijo a su casero que habia perdido las llaves de su apartamento, y este le envio un cerrajero para poner cerraduras nuevas, aunque Ashley dudaba que sirviera para algo. El cerrajero le comento que las nuevas cerraduras eran muy seguras, pero no inviolables para un entendido. A Ashley no le resulto dificil imaginar que O'Connell entraba en la categoria de entendido.
En el museo algunos companeros de trabajo se quejaron de estar recibiendo extranas llamadas y e-mails anonimos que sugerian que Ashley estaba maquinando a sus espaldas o criticandolos ante la direccion. Ashley les explico que todo eso era falso, solo actos insensatos de un pretendiente despechado, pero le parecio que no la creian.
Inesperadamente, una companera lesbiana le echo en cara ser homofoba. La acusacion fue tan ridicula que Ashley se quedo desconcertada, incapaz de responder. Un par de dias mas tarde, una companera negra la miro con recelo y se nego a almorzar con ella ese dia. Ashley le pregunto que sucedia y ella le espeto: «Tu y yo no tenemos nada de que hablar. Dejame en paz.»
Despues de su clase nocturna de Impresionistas Modernos Europeos, la profesora la llamo a su despacho y le dijo que corria el riesgo de suspender si no asistia a las clases con regularidad.
Ashley se quedo anonadada. Abrio la boca y miro a la mujer, que apenas alzo la cabeza de los papeles, diapositivas y voluminosos libros de arte que cubrian su mesa. Ashley trato de encontrar algo donde enfocar la mirada e impedir la sensacion de mareo que la embargo.
– Pero nunca he faltado a ninguna clase… -logro decir-. En las hojas de asistencia ha de constar mi nombre.
– Por favor, no me venga con excusas -repuso la profesora, envarada.
– Pero si no…
– Uno de mis ayudantes las repasa y las introduce en el sistema informatico del departamento. De las clases semanales y las presentaciones de diapositivas adicionales, de las que hemos tenido mas de veinte hasta ahora, solo consta su nombre en dos ocasiones. Y una de ellas es la de esta noche.
– Pero he asistido a todas -insistio Ashley-. No comprendo. Dejeme mostrarle mis apuntes…
– Cualquiera puede hacer que le copien los apuntes o se los presten.
– Pero he estado en todas las clases. De verdad. Alguien ha cometido un error.
– Claro. Ahora resulta que es culpa nuestra.
– Profesora, creo que alguien esta saboteando mi registro de asistencias…
La profesora vacilo.
– Pero ?que dice? ?Que sentido tendria que alguien…?
– Un ex novio despechado -dijo Ashley.
– Repito, senorita Freeman: ?que sentido tendria?
– Quiere vengarse…
La profesora vacilo.
– Bien -dijo lentamente-. ?Puede demostrar esta acusacion?
Ashley tomo aire muy despacio.
– No se como -admitio.
– Ya. Bien, como recordara, en la primera clase deje bien claro que la asistencia es obligatoria. No soy inflexible, senorita Freeman. Si alguien tiene que perderse una clase o dos por motivos personales, lo comprendo. Pero asistir a clase y estudiar el temario es su responsabilidad. No creo que pueda usted aprobar este curso…