de minutos. Es una hora escurridiza, el momento en que el se sentia mas comodo.
Era solo cuestion de entrar sin ser visto, sobre todo por Murphy o su secretaria. Inspiro hondo una vez mas, coloco a Ashley en su mente, se recordo que ella estaria mucho mas cerca cuando terminara la noche, y recorrio veloz la calle. Una farola parpadeo tras el. Se consideraba el hombre invisible: nadie sabia, esperaba o imaginaba que estaria alli.
Cuando llego al portal, O'Connell vio que el pequeno pasillo interior estaba vacio. Un segundo despues se hallaba dentro.
Oyo un sonido de succion, y el ascensor empezo a bajar hacia el. Corrio hasta la salida de emergencia y cerro la puerta a sus espaldas justo cuando llegaba el ascensor. Se apretujo contra una pared, aguzando el oido. Le parecio oir voces. Mientras el sudor le perlaba la frente, imagino el tono inconfundible de Murphy, luego el de su secretaria.
«Hay que darles de comer a esos chuchos -se dijo-. Hora de marcharse.»
Oyo cerrarse la puerta principal.
Consulto su reloj. «Vamos -susurro-. La jornada ha terminado. Director de la asesoria, es tu turno. Mueve el culo.»
Se apreto contra la pared y espero. El hueco de la escalera no era un sitio especialmente comodo para esconderse. Pero sabia que esa noche serviria a sus propositos. Solo otra senal, penso, de que estaba destinado a estar con Ashley. Era como si ella lo estuviera ayudando a encontrarla. «Estamos hechos el uno para el otro.» Modero su respiracion entrecortada y cerro los ojos, dejando que la paciente obsesion se apoderara de el, la mente en blanco excepto para los recuerdos de Ashley.
En su vida, Michael O'Connell habia allanado varias tiendas vacias y algunas casas. Confiaba en su experiencia mientras esperaba sentado en las frias escaleras. Ni siquiera se habia tomado la molestia de preparar alguna historia descabellada por si alguien lo encontraba alli. Sabia que estaba a salvo, pues el amor lo protegia.
Eran casi las siete cuando oyo el ultimo crujido del ascensor. Ladeo la cabeza hacia el sonido, y de repente el mundo se sumio en la oscuridad. El director de la oficina habia apagado la llave general junto al ascensor. Oyo la puerta principal abrirse, cerrarse y luego el chasquido del unico cerrojo. Miro el reloj fluorescente.
Espero otros quince minutos antes de volver al vestibulo. Casi le sorprendia lo sencillo que estaba resultando todo. Espio con cuidado a traves de la puerta de cristal, escrutando la calle arriba y abajo. Luego descorrio rapidamente el unico cerrojo y salio.
Moviendose con rapidez, camino las dos manzanas hasta su coche, abrio el maletero y saco la bolsa. Solo tardo unos minutos en regresar al edificio de oficinas.
Abrio la bolsa y saco varios pares de guantes quirurgicos. Se los puso, uno encima de otro, un doble grosor de proteccion. Saco un
Sonrio para si. Ademas, ?que habia que robar? Seguramente no habria dinero, ni joyas, ni cuadros, ni valiosos ordenadores.
Cualquier ladron minimamente experimentado habria encontrado un mejor botin en cualquier otra parte. Demonios, penso O'Connell, incluso la Bodega de la esquina tendria probablemente mil dolares en una caja de seguridad o en la registradora. Seria un objetivo mucho mas productivo.
Pero atracar una tienda al estilo yonqui no era lo que tenia en mente. O'Connell miro alrededor. ?Que
Se tomo su tiempo para abrir la puerta de la oficina de Murphy. Cuando por fin entro, con un fino pasamontanas cubriendole cabeza y cara, se concentro en descubrir algun sistema de seguridad secundario, como un detector de movimiento o una camara oculta. Apreto los dientes, casi esperando oir sonar una alarma.
Cuando lo saludo el silencio, sonrio satisfecho.
Moviendose con cautela por la oficina, dedico un instante a examinar que habia alli. Una vez mas, tuvo ganas de echarse a reir.
Habia una sala de espera cutre, con una mesa para la secretaria, un sofa barato y una butaca raida. Una puerta con doble cerradura seguramente daba al despacho de Murphy.
O'Connell extendio la mano hacia el pomo de la puerta y se detuvo. «Seguro que el muy cabron tiene los sistemas de seguridad ahi dentro», penso.
Miro la mesa de la secretaria. Tenia su propio ordenador. Se sento y lo encendio. Aparecio una pantalla de bienvenida, seguida por la demanda de una clave de acceso.
Inspiro hondo y tecleo el nombre de cada uno de sus perros. Luego intento unas combinaciones de los dos, sin exito. Considero las posibilidades un momento, y luego sonrio al teclear «queridosperros».
La maquina zumbo y mostro lo que O'Connell supuso eran la mayoria de los archivos de Murphy. Movio el cursor y encontro «Ashley Freeman». Se contuvo de abrirlo al instante, para asi aumentar el placer. Luego empezo a repasar los demas archivos, deteniendose en las provocativas fotos digitales adjuntadas a algunos casos. Con cuidado, empezo a copiarlo todo en algunos discos regrabables que habia llevado. No creia estar llevandose todo lo que el ex policia almacenaba en su ordenador. Sin duda, penso, Murphy tenia que ser suficientemente listo para ocultar algun material en un sitio al que solo el pudiera acceder. Pero, para sus propositos, tenia mas que suficiente.
Tardo un par de horas en terminar. Algo entumecido, se levanto de la mesa de la secretaria para estirarse. Se tumbo en el suelo e hizo rapidamente una docena de flexiones. Luego se acerco a la puerta del despacho de Murphy y saco una palanqueta de la bolsa de lona. Hizo un par de intentos, rascando la superficie, encajandola entre la hoja y el marco, antes de renunciar. Volvio a la mesa de la secretaria, abrio los cajones y los volco en el suelo. Encontro un retrato enmarcado de los dos perritos falderos; lo dejo caer, rompiendo el cristal. En cuanto considero que habia creado suficiente caos, salio al pasillo, cerrando la puerta tras el. Con la palanqueta hurgo un poco el marco de la puerta, diseminando astillas de madera por el suelo, hizo saltar la cerradura y dejo la puerta entreabierta.
A continuacion se dirigio a la asesoria y entro usando la misma tecnica del butron. Una vez dentro, revolvio cajones y archivadores, esparciendo tantos papeles como pudo. Minutos despues, volvio al pasillo y repitio la misma operacion.
Despues hizo lo mismo en el despacho del abogado. Abrio los archivadores y esparcio papeles por el suelo. Forzo el escritorio, donde encontro unos cientos de dolares que se embolso. Estaba a punto de marcharse cuando decidio echarles una ojeada a los cajones de la ayudante. Probablemente se sentiria discriminada si no saqueaba tambien lo suyo, sonrio. Pero se detuvo al ver lo que habia al fondo del ultimo cajon.
– ?Que hace con una de estas una buena chica como tu? -susurro.
Era una pistola del calibre 25. Pequena y comoda de ocultar, hacia muy poco ruido al disparar, y era facil acoplarle un silenciador. Cuando se le cargaban balas de cabeza expansiva, era mas que eficaz. Un arma para senoritas, a menos que estuviera en manos de un experto.
– Sera mejor que me la lleve, encanto, o podria hacerte dano -susurro-. Apuesto a que no tienes permiso de armas ni la has registrado. Una bonita pistola ilegal, ?eh?
La guardo en la bolsa. «Una noche muy productiva», penso mientras se incorporaba y miraba el caos que habia causado.
Por la manana, los de la asesoria llamarian a la policia. Un oficial vendria y les tomaria declaracion. Les diria que repasaran sus cosas y comprobaran que faltaba. Luego decidiria que algun yonqui medio pirado habia buscado un golpe facil y, frustrado por lo poco que habia para robar, habia provocado un estropicio en un arrebato de ira. Todos dedicarian la jornada a ordenar y limpiar, llamarian a un par de carpinteros para reparar las puertas rotas y a un cerrajero que instalara cerraduras nuevas. Seria una molestia para todo el mundo, incluyendo al abogado y su amante, que se cuidaria mucho de denunciar la perdida de un arma ilegal.