– Si -conteste.
– Bien -resoplo ella-. Facil de decir, dificil de hacer…
No respondi.
– Pero, dime, ?puedes hacer lo mismo con Michael O'Connell?
26 El primer allanamiento
Desde el centro del puente de Longfellow podia ver el Charles hasta Cambridge. Hacia frio por la manana temprano, pero habia tripulaciones remando en el centro del rio, golpeando al unisono con sus remos las negras aguas y marcando pequenos remolinos en la serena superficie. Habia una patina en el agua, mientras la luz del amanecer la coloreaba. Oyo a las tripulaciones grunendo a la vez, con el ritmo marcado por la firme voz del timonel, habitualmente el tripulante mas pequeno. Le gustaba ver como el mas debil fisicamente del equipo ordenaba a hombres corpulentos y fuertes. El mas menudo era el mas importante: era el unico que podia ver y controlar el rumbo. A O'Connell le gustaba pensar que, aunque era lo bastante fuerte para tirar de un remo, tambien era lo bastante listo para sentarse en popa con el timon.
El paso de peatones del puente era un lugar al que solia ir a pensar cuando necesitaba resolver un problema complicado. El trafico se movia veloz por la calzada. Los peatones mantenian su paso vivo. Alla abajo, el agua fluia hacia el mar, y en la distancia los convoyes del metro pasaban llenos de trabajadores. A O'Connell le parecia ser el unico que estaba quieto. El ajetreo corriente de la ciudad deberia haberlo distraido, pero alli donde se encontraba lograba concentrarse plenamente en cualquier dilema que tuviera entre manos.
«Tengo dos -penso-: Ashley y Murphy, el ex policia.»
Tenia claro que el camino hacia Ashley pasaba por Scott o Sally. Era simplemente cuestion de encontrarlos, y confiaba en lograrlo. El obstaculo, sin embargo, era el ex madero, un hueso duro de roer. Se relamio, saboreando todavia la sangre, sintiendo la hinchazon donde le habia abofeteado. Pero el enrojecimiento y los cardenales se desvanecerian mucho mas rapido que su memoria. En cuanto O'Connell se acercara a los padres, le soltarian al sabueso. Y aquel ex poli tenia pinta de peligroso. «Quizas algo menos de lo que alardeo», penso. Se recordo un hecho crucial: en todos sus tratos con Ashley y su familia siempre habia ostentado el poder. Si tenia que haber violencia, debia estar bajo su control. Pero la presencia de Murphy cambiaba ese equilibrio, y no le gustaba.
Se agarro al murete de hormigon con ambas manos. La furia era como una droga que venia en oleadas, convirtiendo todo lo que veia en un calidoscopio de emociones. Durante un instante contemplo el oscuro rio que discurria bajo sus pies y dudo que incluso su temperatura casi helada pudiera enfriarlo. Resoplo despacio, controlando su ira. La furia era su amiga, pero no podia dejar que actuara en su contra. «Concentrate», se ordeno.
Lo primero era poner a Murphy fuera de la circulacion.
No seria demasiado dificil. Arriesgado si, pero no imposible. No tan facil como Scott, Sally y Hope, que con unos cuantos trucos de ordenador habian temblado como varas al viento. Pero tampoco fuera de su alcance.
Contemplo el agua y vio que una de las tripulaciones descansaba. El bote se deslizaba por el agua, impulsado todavia por la inercia, mientras los remeros recuperaban fuerzas inclinados sobre los remos, arrastrando las palas a ras de superficie. Le gusto la forma en que el bote continuaba, impelido por nada mas que la memoria del musculo. Era como una cuchilla cortando la superficie del rio, y penso que el era igual.
Paso gran parte del dia y la primera parte de la noche vigilando el edificio donde Murphy tenia su oficina. O'Connell se sintio encantado desde el primer momento en que lo vio; el edificio estaba destartalado y venido a menos, y carecia de muchos de los artilugios modernos de seguridad que podrian haber dificultado lo que tenia en mente. Sonrio para si; si esta no era su primera regla, deberia serlo: «Usa siempre sus debilidades y conviertelas en tus fuerzas.»
Habia usado tres sitios diferentes para vigilar. Su coche, aparcado a media manzana; un almacen hispano en la esquina, y una sala de lectura de la Cienciologia casi directamente frente al edificio. Se llevo un susto cuando salio de su ultimo emplazamiento y Murphy eligio ese instante para salir a la calle.
Como cualquier detective entrenado, se volvio a derecha e izquierda, escrutando la calle arriba y abajo. O'Connell sintio un retortijon de miedo, la fria sensacion de que iba a reconocerlo. En ese instante supo que si se daba la vuelta, si se metia en un edificio, si se detenia y trataba de esconderse, Murphy lo distinguiria en el acto.
Asi que se alzo el cuello de la chaqueta y siguio caminando tranquilamente por la acera, sin hacer nada por ocultarse, dirigiendose hacia la tienda de la esquina, los hombros erguidos, ladeando la cabeza un poco para que su perfil no resultara obvio, sin mirar atras ni una sola vez. Llego a la Bodega y, apenas entro, se asomo a la ventana para ver que hacia Murphy.
Entonces se rio quedamente. El detective continuaba su camino. Como si no tuviera ninguna preocupacion en el mundo, penso mientras veia a un despreocupado Murphy dirigirse a un aparcamiento. «O tal vez solo pasea con la arrogancia del que se sabe intocable», penso.
O'Connell penso que el reconocimiento depende del contexto. «Cuando esperas ver a alguien, lo veras. Cuando no, no. Se vuelve invisible.»
Murphy nunca imaginaria que O'Connell habia localizado facilmente su oficina y que en su bolsillo tenia la direccion de su casa y su numero de telefono. Y menos imaginaria que, despues de la paliza, O'Connell lo habia seguido hasta el oeste de Massachusetts. Todas estas cosas no entraban en sus esquemas mentales, penso O'Connell. «Y por eso no ha podido verme, aunque estaba a menos de veinte metros de el. Creyo que habia acabado conmigo, el muy imbecil.»
Volvio a su coche, donde espero y observo, tomandose su tiempo para anotar cuando salian del edificio las personas de las demas oficinas. Una de aquellas mujeres era seguramente la secretaria de Murphy, penso. Vio a una encaminarse en la misma direccion que Murphy antes, hacia el aparcamiento. «No esta bien dejar que la mano de obra esclava cierre por las noches -se dijo-. Sobre todo cuando no sabe asegurar verdaderamente las puertas.» Tras un momento, arranco su coche lentamente, siguiendo el paso de ella.
Cuarenta y ocho horas mas tarde, Michael O'Connell consideraba que habia adquirido suficiente informacion para dar el siguiente paso, que sabia que iba a acercarlo mucho mas a la libertad para perseguir a Ashley.
Ahora sabia a ciencia cierta cuando cerraba cada una de las otras oficinas del edificio de Murphy. Sabia que la ultima persona en marcharse cada dia era el director de la asesoria situada frente a la oficina de Murphy, quien simplemente cerraba la puerta principal con una sola llave. El abogado que ocupaba la planta baja solo tenia una ayudante. O'Connell sospechaba que el tipo estaba enganando a su esposa, porque el y la ayudante salian juntos, con ese aire inconfundible de las parejas ilicitas. A O'Connell le gustaba imaginarse que practicaban el sexo en el suelo, revolcandose en alguna alfombra raida. Fantasear sobre los lugares, las posturas e incluso la pasion le ayudaba a pasar el tiempo.
No sabia mucho sobre la secretaria de Murphy, pero descubrio varias cosas sobre ella. Tenia mas de sesenta anos, viuda, vivia sola, una mujer anodina con una vida anodina, acompanada solo por dos perritos falderos,
O'Connell la habia seguido hasta un supermercado Stop and Shop, donde no le costo entablar conversacion con ella cuando se detuvo delante de la estanteria de comida para perros. «Disculpe, senora, me preguntaba si podria ayudarme… Mi novia acaba de comprarse un cachorro, y quisiera llevarle una comida especial, pero hay tantas marcas para elegir… ?Sabe usted mucho de perros?» Supuso que, cuando ella se marcho, unos minutos mas tarde, iba pensando: «Que joven tan amable y educado.»
Michael O'Connell habia aparcado a dos manzanas del edificio de Murphy, en direccion opuesta al aparcamiento que parecia utilizar toda la gente que trabajaba alli. Eran las cinco menos cuarto, y tenia todo lo necesario en una bolsa de lona en el maletero. Respiraba con rapidez, como un nadador que se dispone a zambullirse.
«Este es el momento espinoso -se dijo-. Luego el resto deberia ser facil.»
Salio del coche, comprobo dos veces que el parquimetro del lugar donde habia aparcado funcionaba bien, y luego se dirigio rapidamente hacia su objetivo.
Al final de la manzana se detuvo, dejando que las primeras sombras lo rodearan. La noche de Nueva Inglaterra cae bruscamente los primeros dias de noviembre, parece que se pasa del dia a la medianoche en cosa