Se imagino a Sally en la cama con Hope. «?Que puede ella darle que no le diera yo?», se pregunto, y al punto advirtio que la pregunta era muy peligrosa. No queria saber esa respuesta concreta.
Sacudio la cabeza. «El matrimonio es una mentira», penso. Los «si quiero» y los «te amo» y los «vivamos juntos para siempre» habian sido un colosal embuste. Lo unico verdadero que habia surgido de todo aquello era Ashley, y ni siquiera estaba seguro de eso. «Cuando la concebimos, ?ella me amaba? Cuando la tuvo en su vientre, ?me amaba? Cuando nacio, ?sabia ya que todo era mentira? ?Lo comprendio de repente o fue algo que supo todo el tiempo, pero prefirio mentirse a si misma?» Agacho un instante la cabeza, recordando. Ashley jugando a la orilla del mar. Ashley yendo al jardin de infancia. Ashley haciendo una tarjeta con flores dibujadas para el dia del Padre; la habia pegado a la pared de su despacho. «?Lo sabia Sally durante todos esos momentos? ?En Navidad y en los cumpleanos? ?En las fiestas de Halloween y las busquedas de huevos de pascua?» Imposible asegurarlo, pero comprendia que el armisticio entre ellos tras el divorcio tambien era una farsa, aunque importante para proteger a Ashley. Ella siempre habia sido la verdadera perjudicada, la que tenia algo que perder. A lo largo de todos aquellos meses y anos juntos, Scott y Sally ya habian perdido lo que tenian que perder.
«Ella esta a salvo ahora», se dijo para salir de aquellos sombrios pensamientos.
Fue al mueble bar y saco la botella de whisky. Se sirvio un vaso, bebio un sorbo, dejo que el liquido ambar le bajara lentamente por la garganta y luego alzo el vaso en un ironico brindis solitario.
– Por nosotros -dijo-. Por todos nosotros. Signifique eso lo que demonios signifique.
Michael tambien estaba pensando en el amor. Se encontraba en un bar bebiendo
Miro la jarra que tenia delante, cerro los ojos, y permitio que la ira reverberara en su corazon y en su mente. No le gustaba que lo burlaran, y castigar a quien lo habia hecho se convirtio en su prioridad inmediata. Estaba enfadado consigo mismo por creer que los problemas que les habia causado con Internet bastarian. La familia de Ashley, se dijo, necesitaba lecciones mas duras. Le habian arrebatado algo que le pertenecia.
Cuanto mas se enfadaba, mas pensaba en Ashley. Imagino su pelo cayendo en mechones rubio-rojizos sobre sus hombros, perfectos, suaves. Visualizo en su mente cada detalle de su rostro, dandole sombra como un artista, encontrando una sonrisa para el en los labios, una invitacion en los ojos. Sus pensamientos resbalaron por su cuerpo, midiendo cada curva, la sensualidad de sus pechos, el sutil arco de sus caderas. Imagino sus piernas extendidas junto a el y, cuando alzo la cabeza en la penumbra del bar, sintio que se excitaba. Se movio en el taburete y penso que Ashley era ideal, excepto que no lo era porque habia orquestado aquel doloroso bofeton. Un golpe a su corazon. Y mientras el licor aflojaba sus sentimientos, supo cual seria su respuesta: nada de caricias, nada de suaves sondeos. La lastimaria tal como ella lo habia lastimado a el. Era la unica forma de hacerle comprender de una vez cuanto la amaba.
De nuevo se removio en su asiento, ya completamente excitado.
Una vez habia leido en una novela que los guerreros de ciertas tribus africanas se enardecian sexualmente en los momentos previos a la batalla. Con el escudo en una mano, la lanza en la otra y una turgente ereccion entre las piernas, atacaban a sus enemigos.
Eso estaba muy bien.
Sin molestarse en esconder el bulto en su entrepierna, Michael O'Connell aparto su jarra vacia y se levanto. Espero un momento por si alguien lo miraba mal o hacia algun comentario. Mas que nada, en ese instante queria pelear.
Nadie lo hizo. Decepcionado, cruzo el local y salio a la calle. La noche habia caido y el frio le asaeteo la cara, pero no aplaco su imaginacion. Se imagino a si mismo tendido sobre Ashley, embistiendola, penetrandola, obteniendo placer de cada centimetro de su cuerpo. Podia oirla responder, y para el habia poca diferencia entre los gemidos de deseo y los sollozos de dolor. «Amor y dolor -penso-. Una caricia y un golpe. Todo es lo mismo.»
A pesar del frio, se abrio la chaqueta y la camisa para sentir el aire helado mientras caminaba cabizbajo y respirando hondo. El frio no logro calmar su ardor. «El amor es una enfermedad», penso. Ashley era un virus que corria por sus venas. Y que nunca lo dejaria en paz, ni un segundo durante el resto de su vida. Penso que la unica forma de controlar su amor por Ashley era controlar a Ashley. Nada le habia parecido tan claro antes.
Torcio en la esquina de su apartamento, la mente repleta de imagenes de lujuria y sangre, todo mezclado en un confuso batiburrillo, y por eso se dejo sorprender por una voz a su espalda:
– Tenemos que hablar un par de cosas, O'Connell.
Y una tenaza de hierro le retorcio un brazo a la espalda.
Matthew Murphy habia divisado a O'Connell cuando este pasaba bajo una farola. Entonces salio de las sombras y se le acerco por detras. Murphy estaba bien entrenado en esos menesteres, y sus instintos de mas de veinticinco anos de policia le decian que O'Connell era un novato, poco mas que un cabroncete.
– ?Quien demonios eres tu? -balbuceo el joven, aturullado, pero Murphy le impidio volverse para verle la cara.
– Soy tu peor pesadilla, gilipollas de mierda. Ahora abre la puta puerta, que vamos a mantener una amable charla en tu casa. Quiero explicarte como funcionan las cosas sin tener que partirte la cara o las piernas. No quieres eso, ?verdad, O'Connell? ?Como te llaman tus amigos? ?OC? ?Mickey?
O'Connell intento zafarse, pero la presion de aquella garra aumento. Murphy prosiguio:
– Tal vez Michael O'Connell no tiene ningun amigo, asi que tampoco tiene ningun apodo. Bueno, Mickey, lo inventaremos sobre la marcha. Porque, confia en mi, quieres que sea tu amigo. Lo quieres mas de lo que has querido nada en este mundo. Ahora mismo, Mickey, esa es tu prioridad numero uno: asegurarte de que yo siga siendo tu amigo. ?Lo entiendes?
O'Connell gruno, tratando de volverse para mirar a Murphy, pero el ex policia permanecio tras el, susurrando amenazadoramente sin aflojar la presion y empujandolo hacia delante.
– Vamos, fantoche, subamos a tu casa. Nuestra pequena charla sera en privado.
Obligado, O'Connell cruzo la entrada y subio a la primera planta, conducido por la presion de Murphy, que no cejaba en sus hirientes sarcasmos. Le retorcio el brazo un poco mas cuando llegaron a la puerta y O'Connell se retorcio de dolor.
– Esta es otra ventaja de ser amigos, Mickey: no querras que me enfade ni que pierda los nervios. No me obligaras a hacer algo que lamentes mas tarde, estoy seguro. ?Lo entiendes, cabronazo? Y ahora abre despacio la puerta de tu asquerosa madriguera.
Mientras O'Connell sacaba trabajosamente la llave del bolsillo y acertaba a la cerradura, Murphy escudrino el pasillo y vio el catalogo de gatos de la vieja vecina alejandose. Uno incluso arqueo el lomo y siseo en direccion a O'Connell.
– No eres demasiado popular entre los vecinos, ?eh, Mickey? -dijo Murphy, retorciendole el brazo-. ?Tienes algo contra los gatos? ?Tienen ellos algo contra ti?
– No nos llevamos bien -gruno O'Connell.
– No me sorprende -dijo Murphy, y le dio un empellon que lo hizo entrar dando tumbos.
O'Connell tropezo con la raida alfombra, cayo hacia delante y se golpeo contra una pared. Se volvio para intentar ver por primera vez a Murphy.
Pero el detective se le echo encima con desconcertante rapidez, tratandose de un hombre maduro, y se alzo sobre el joven como una gargola de iglesia medieval, la cara demudada en una burlona mueca colerica. O'Connell consiguio quedar medio sentado y lo miro a los ojos.
– No estas acostumbrado a que te acosen, ?eh, Mickey?
O'Connell no respondio. Estaba calibrando la situacion y sabia que lo mejor era mantener la boca cerrada.
Murphy se abrio lentamente la chaqueta, ensenando la sobaquera.
– He traido a una amiga, Mickey.
El joven volvio a grunir, mirando el arma y luego al investigador privado. Murphy desenfundo rapidamente la automatica. No pensaba hacerlo, pero algo en la mirada desafiante de O'Connell le dijo que acelerara el proceso. Con un rapido movimiento, la amartillo y apoyo el pulgar contra el seguro. Luego la acerco despacio a O'Connell, hasta apoyarle el canon contra la frente, directamente entre los ojos.
– Que te follen -le espeto O'Connell.