de ninos, maestros y padres. En medio de aquel infantil ambiente feliz y entusiasta comprendio la logica del plan de su padre: Michael O'Connell no habria podido seguirla solapadamente hasta alli, ya que habria quedado en evidencia, por completo fuera de lugar. En cambio, Ashley no se diferenciaba de las maestras de preescolar o madres jovenes que circulaban por las atestadas y bulliciosas salas.

Miro la hora. A las cuatro en punto recupero sus maletas y salio directamente a uno de los taxis que esperaban fuera. Esta vez escudrino la calle con atencion. El museo estaba en una antigua zona de almacenes, y la amplia calle estaba despejada en ambas direcciones. Reconocio la agudeza de su padre al elegir aquel lugar: no habia sitio para esconderse, ni callejones, ni arboles, ni vallas, porches o mobiliario urbano donde parapetarse.

Ashley sonrio y le pidio al taxista que la llevara a la terminal de autobuses Peter Pan. El hombre gruno, porque quedaba muy cerca, pero a ella no le importo: por primera vez en dias habia perdido la sensacion de estar sometida a vigilancia. Incluso canturreo un poco mientras el taxi se internaba por las calles del centro de Boston.

Compro un billete para Montreal en un autobus que salia al cabo de diez minutos. Tenia parada en Brattleboro (Vermont) antes de continuar hacia Canada; ella se bajaria alli. Ya tenia ganas de ver a Catherine.

El olor a gasolina y combustion la asalto mientras cruzaba la plataforma en direccion al autobus. Ya habia oscurecido y las luces de neon hacian brillar la forma plateada del vehiculo. Encontro un asiento de ventanilla al fondo. Contemplo la noche que caia y, en vez de sentirse insegura e inquieta, se sintio casi libre. Cuando el conductor cerro la puerta y maniobro marcha atras, cerro los ojos y oyo el zumbido del motor.

El vehiculo recorrio las calles del centro en direccion a la autovia del norte. Aunque todavia era temprano, Ashley se sumio en un profundo sueno.

Lucia un sol implacable. Era uno de esos calurosos dias en que el aire parece estancado entre las montanas. Aparque a unas manzanas de la oficina de Matthew Murphy.

En muchas ciudades de Nueva Inglaterra es facil ver hasta donde ha llegado el dinero para obras nuevas, antes de que los politicos locales estimaran que no conseguirian mas votos aunque siguiesen invirtiendo. En una o dos manzanas, edificios nuevos y edificios decrepitos se tocan sin solucion de continuidad. No es precisamente deterioro, como un diente se pudre de dentro hacia fuera, sino mas bien una especie de resignacion.

La manzana donde esperaba encontrar la oficina de Murphy parecia un poco mas deteriorada que las demas. En una esquina, un bar oscuro y cavernoso anunciaba «Topless las 24 horas» bajo un brillante rotulo de neon de cerveza Budweiser. Enfrente habia un pequeno mercado con puestos de verdura, frutas, bebidas y latas de conservas; una bandera hondurena ondeaba en la entrada. El resto de los edificios era del ubicuo ladrillo rojizo de casi todas las ciudades. Un coche de la policia paso por mi lado.

Encontre el edificio de Murphy en mitad de la manzana. Tenia un unico ascensor junto a un directorio que indicaba cuatro oficinas en dos plantas.

La de Murphy estaba frente a una agencia de servicios sociales. Junto a la puerta habia una placa nagra en la que, bajo su nombre, se leia «Investigaciones confidenciales» en letras doradas.

Accione el pomo para entrar en la oficina, pero la puerta estaba cerrada. Lo intente un par de veces y luego llame con los nudillos.

No hubo respuesta.

Volvi a llamar y maldije entre dientes.

Cuando me volvi, sacudiendo la cabeza y pensando que habia perdido todo el dia, la puerta de la agencia de servicios sociales se abrio, y salio una mujer de mediana edad cargando con un monton de clasificadores. Me ofreci a ayudarla.

– Ahi ya no hay nadie -me informo. -?Se han mudado? -Mas o menos. Salio en la prensa. Enarque las cejas, y ella fruncio el ceno.

– ?Tiene usted relacion con Murphy?

– Tengo algunas preguntas que hacerle.

– Ya -dijo ella-. Si quiere puedo darle su nueva direccion. Queda a media docena de manzanas de aqui.

– Gracias. ?Donde es?

Ella se encogio de hombros.

– El cementerio de River View.

23 Furia

Se recordo que tenia que conservar la calma.

Esto era dificil para Michael O'Connell. Funcionaba mejor al borde de la ira, cuando ramalazos de furia le embotaban el juicio y lo conducian a situaciones en que se sentia comodo. Una pelea. Un insulto. Una obscenidad. Esos eran los momentos en que disfrutaba casi tanto como cuando urdia planes. Habia pocas cosas, penso, mas satisfactorias que predecir lo que iba a hacer la gente y luego ver como lo hacian.

Habia visto a Ashley subir a aquel taxi y habia anotado la compania y el numero identificador. No le sorprendia que ella huyera. Esa reaccion era natural en gente como Ashley y su familia, un hatajo de cobardes.

Habia llamado a la centralita de los taxis. Despues de dar los datos del vehiculo, dijo que habia encontrado una funda con unas gafas graduadas que al parecer la joven pasajera habia dejado caer en la acera al subir al taxi. ?Habia algun modo de devolverselas?

El operador vacilo un momento y luego consulto su archivo de llamadas.

– Pues me temo que no, amigo -dijo.

– ?Por que? -pregunto O'Connell.

– Ese servicio fue hasta salidas internacionales de Logan. Ya puede tirarlas. O entregarlas en uno de esos buzones de caridad.

– Aja -dijo O'Connell, y se permitio bromear-: La chica no vera muchas vistas donde haya ido de vacaciones.

– Mala suerte para ella.

Eso era quedarse corto, penso Michael O'Connell.

Ahora estaba apostado a media manzana del edificio de Ashley, viendo como tres jovenes sacaban cajas del apartamento de la chica.

Tenian una furgoneta aparcada en doble fila en la calle, y trabajaban deprisa. Una vez mas, O'Connell se ordeno conservar la calma. Encogio los hombros y trato de aflojar la tension acumulada en el cuello, apreto los punos media docena de veces. Luego echo a andar lentamente en direccion al edificio.

Uno de los muchachos cargaba dos cajas de libros, con una lampara puesta precariamente encima cuando O'Connell llego al portal. El chico iba un poco desequilibrado.

– Eh, ?entras o sales? -pregunto O'Connell.

– Estamos de mudanza -resoplo el muchacho.

– Deja que te eche una mano -dijo O'Connell, y cogio la tambaleante lampara. Sintio un cosquilleo al aferrar la base metalica, como si el mero contacto con las pertenencias de Ashley equivaliera a acariciar su piel. Recordo exactamente donde estaba situada en el apartamento y visualizo la luz proyectada sobre el cuerpo de la chica, silueteando curvas y formas. Su respiracion se acelero y casi se noto mareado al entregarsela al muchacho de la mudanza.

– Gracias -respondio el chico y la metio sin ceremonias en la furgoneta-. Solo faltan la maldita mesa, la cama y un par de alfombras.

O'Connell trago saliva y senalo una colcha rosa. Recordo la noche que la habia abierto, antes de inclinarse sobre Ashley.

– ?Te estas mudando? -pregunto.

– Que va -respondio el muchacho, estirando la espalda-. Estamos trasladando las cosas de la hija de un profesor. Nos paga bien.

– Vaya -dijo O'Connell, esforzandose en no revelar ninguna curiosidad especial-. Debe de ser la chica que vive en el primer piso, ?no? Yo vivo ahi abajo. -Senalo otro edificio-. ?La chica se marcha de la ciudad?

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