– Se va a Florencia, Italia, nos han dicho. Consiguio una beca de estudios.

– Muy afortunada.

– Desde luego.

– Bien, buena suerte con la mudanza. -O'Connell saludo y continuo su camino. Cruzo la calle y encontro un arbol donde apoyarse, fuera de la vista de los chicos.

Inspiro hondo mientras una compulsion helada se asentaba en su interior. Vio los muebles de Ashley desaparecer en la parte trasera de la furgoneta y se pregunto si aquello estaba sucediendo de verdad. Era como estar viendo una pelicula, donde todo parece real pero no lo es. Un taxista con una carrera hasta el aeropuerto internacional Logan, tres estudiantes universitarios haciendo una mudanza un domingo por la manana, un detective privado con oficina en Springfield sacandole fotos desde un coche frente a su propio apartamento. Todo aquello significaba algo, pero todavia no estaba seguro de exactamente que. Sin embargo, si estaba seguro de una cosa: si los padres de Ashley creian que comprarle un billete de avion la alejaria de el, estaban muy equivocados. Solo conseguirian que las cosas fueran mas interesantes para el. La encontraria, aunque tuviera que volar a Italia.

– Nadie puede robarme -susurro para si-. Nadie puede quitarme lo que es mio.

Catherine Frazier se cino un poco mas el chaqueton de lana y vio como su aliento formaba un halo de vaho ante ella. El aire nocturno presagiaba el tiempo por venir. «Vermont es asi -penso-, siempre te avisa con antelacion, solo has de prestarle atencion.» Un frio regusto a noche en los labios, una sensacion cortante en las mejillas, la sacudida de las ramas de un arbol, una fina capa de hielo en los estanques por la manana. Habria nevadas en los proximos dias. Anoto mentalmente comprobar su provision de lena apilada tras la casa. Ojala supiera leer en las personas con la misma precision con que leia el tiempo.

El autobus de Boston llegaba un poco tarde, y en vez de esperar dentro de la bolera y restaurante donde hacia su parada antes de proseguir a Burlington y Montreal, Catherine habia salido al exterior. Las luces brillantes la ponian extranamente nerviosa: se sentia mas comoda en las sombras y la niebla.

Ansiaba ver a Ashley, aunque, como siempre, tenia sus dudas sobre como tratarla exactamente durante su estancia. Ashley no era su nieta ni su sobrina. No era pariente suya por adopcion, aunque eso era lo mas parecido. La gente de Vermont, por norma, rara vez se mete en los asuntos de los demas, pues tienen esa sensibilidad yanqui de que, cuanto menos se diga, mejor. Pero Catherine sabia que las otras mujeres de su iglesia, asi como los dependientes de las tiendas donde era conocida, se harian preguntas. En aquella region todos poseian finos radares para detectar cualquier pequeno acto que sugiriera hipocresia. Y habia algo incongruente en recibir en su casa a la hija de la companera de su hija, una relacion que ella condenaba en silencio aunque de manera evidente.

Catherine observo el cielo. Se pregunto si podian tenerse tantos sentimientos en conflicto como estrellas habia alla en lo alto.

Ashley era una nina cuando Catherine la conocio. Recordo su primer encuentro con ella y sonrio. «Yo llevaba demasiada ropa -recordo-. Pese al calor que hacia, me habia puesto una falda de lana y un jersey grueso. Que tonta. A la nina debi de parecerle una vieja de cien anos.»

Catherine se habia mostrado envarada, casi estirada, tontamente formal, cuando le presentaron a la nina de once anos y ella le estrecho la mano. Pero Ashley la desarmo enseguida, y por eso, en algunos aspectos, la tregua que mantenia Catherine con su propia hija, y la relacion cortes que mantenia de puertas para afuera con su companera (Catherine odiaba esa palabra, pues hacia que su relacion pareciera un negocio) se beneficio de su afecto hacia Ashley. Habia asistido a ruidosas fiestas de cumpleanos y partidos de futbol furibundos, habia visto a Ashley hacer de Julieta en una representacion teatral en el instituto aunque odiaba cuando el personaje se moria en escena. Se habia sentado en el borde de la cama de Ashley una noche, cuando la chica, ya con quince anos, lloraba inconsolable tras la ruptura con su primer novio. Habia ido a la casa de Hope y Sally para sacarle fotos a Ashley engalanada con su vestido para la fiesta de graduacion. La habia cuidado durante un brote de gripe, porque Sally estaba absorbida en un juicio, y habia dormido en el suelo junto a ella, escuchando su respiracion toda la noche. Le habia dado alojamiento la vez que se habia presentado en su puerta con una mochila de acampada y un par de amigas de la facultad camino de las Green Mountains. Y la habia invitado a cenar en Boston un par de felices ocasiones y habian pasado un dia inolvidable en las gradas del estadio de Fenway, cuando Catherine encontro una excusa para ir a la ciudad y se presento como por casualidad, aunque el verdadero motivo del viaje era ver a Ashley.

Se paseo por la grava del aparcamiento, esperando el autobus, y penso que la vida no le habia dado los nietos que habia esperado, pero en cambio el destino le habia traido a Ashley. Desde el primer momento en que la habia visto y la nina habia preguntado timidamente «?Quieres ver mi habitacion y que leamos un libro juntas», Catherine habia entrado en un reino completamente diferente, donde Ashley quedaba exenta de todas las decepciones y dificultades que experimentaba con su hija, Hope.

– Por Dios -mascullo Catherine-. ?Cuanto puede retrasarse un autobus?

En ese momento oyo los resoplidos del motor diesel, aminorando para tomar la curva, y los faros hendieron la oscuridad del aparcamiento. Avanzo rapidamente, agitando ya los brazos por encima de la cabeza a modo de saludo.

La secretaria de Sally la llamo por el intercomunicador.

– Tengo a un tal senor Murphy al telefono. Dice tener informacion para usted…

– Pasamelo -dijo la abogada-. Hola, senor Murphy. ?Que tiene para mi?

– Bueno, todavia no demasiado, pero supuse que querria estar al corriente enseguida, dada la, hum, naturaleza personal de esta investigacion.

– Correcto. Cuenteme lo que sepa.

– Bueno, creo que no hay motivo para preocuparse demasiado. Es un problema, si, pero los he visto peores.

Sally respiro con alivio.

– Muy bien. Adelante.

– El chico tiene un historial. No muy largo y sin muchas banderas rojas, si me entiende, pero suficiente para tomar precauciones.

– ?Violencia?

– No demasiada. Peleas, rinas de bar, esa clase de cosas. Siempre a punetazo limpio. Eso es buena senal, aunque tambien puede significar que simplemente no lo han pillado con un arma… Parece un mal tipo, desde luego, pero no creo que sea mas que un peso ligero. Quiero decir que he visto su perfil mil veces, y con un poco de presion se doblan como una vara. Puedo hacerle una pequena visita con un par de amigos, para meterle miedo en el cuerpo y dejarle claro que lleva las de perder. Tal vez le ayude a comprender que otra clase de vida seria mas sana para el…

– ?Se refiere a amenazarlo?

– No, abogada. No soy partidario de la violencia en ningun caso… -Murphy hizo una pausa para que Sally entendiese que era partidario de todo lo contrario-. Ademas, como abogada, usted nunca me contrataria para que hiciera dano a nadie. Eso lo comprendo. Lo que estoy diciendo es que se le puede, digamos, intimidar. Todo dentro de la ley, ya me entiende.

– Es un paso que deberiamos considerar.

– Por supuesto. Tampoco incrementara mucho mis honorarios. Solo las habituales dietas por desplazamiento y un pequeno extra para mis socios, ya sabe.

– Ya -dijo Sally-. Aunque no estoy segura de querer implicar a nadie mas. Incluso socios de cuya discrecion pueda usted responder. Desde luego, ningun policia fuera de servicio que despues pudiera ser llamado a declarar en un tribunal bajo juramento. Solo intento ser precavida, anticipar futuros imprevistos. Hay que cubrir todas las bazas, por asi decirlo.

Murphy penso que los abogados eran incapaces de comprender la diferencia entre la realidad tal como se vivia en la calle y la version coherente y sensata que luego se daba de ella en un juicio. «Hay distinciones que nunca entenderan -se dijo-. A veces malditas distinciones.» Suspiro, pero no dejo que se notara en su voz.

– Tiene usted razon, abogada. No obstante, creo que podria encargarme personalmente de esta parte del encargo, sin implicar a nadie relacionado con la policia.

– Seria aconsejable.

– ?Continuo, pues?

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