– Prepare un plan de accion, senor Murphy, y luego lo comentamos.

– De acuerdo. La llamare. -Y colgo.

Sally permanecio sentada, sintiendose inquieta a la vez que aliviada, lo cual era una contradiccion.

Era un tipico cementerio urbano situado en una zona poco frecuentada de la pequena ciudad, rodeado por una verja de hierro negro. Mis ojos repasaron las filas de lapidas grises. Crecian en altura a medida que ascendian por la pendiente de la colina. Simples losas de granito daban paso a estructuras y formas mas elaboradas. Las palabras talladas en las lapidas tambien se volvian mas elaboradas, no solo nombre y fechas. Por lo que sabia de el, pense que no era probable que Murphy estuviera enterrado bajo querubines tocando trompetas.

Me adentre entre las hileras, sintiendo que la camisa se me pegaba a la espalda y el sudor me perlaba la frente. Al fondo vi una sencilla y modesta lapida con el nombre «Matthew Thomas Murphy» y las fechas de rigor. Nada mas.

Anote las fechas y me quede alli un instante.

– ?Que ocurrio? -pregunte en voz alta.

Ni siquiera un soplo de brisa o una vision espectral contestaron. Entonces, con leve irritacion, pense en quien podria tener la respuesta a esa pregunta.

A un par de manzanas del cementerio habia una gasolinera con una cabina telefonica. Inserte unas monedas y marque el numero.

– Me mentiste -le reproche cuando ella contesto.

Ella inspiro hondo.

– ?A que viene eso? -repuso-. Mentir es una palabra muy fuerte.

– Me dijiste que fuera a ver a Murphy. Y lo he encontrado en un cementerio. ?Eso no es mentir? Yo creo que si. ?De que va todo esto?

Ella vacilo.

– Pero ?que viste? -pregunto.

– Vi una tumba y una lapida barata.

– Entonces no has visto suficiente.

– ?Que mas habia que ver, demonios?

Su respuesta sono fria y profesional:

– Mira con mas atencion. Con mucha mas atencion. ?Te habria enviado alli sin un motivo? Tu ves una losa de granito con un nombre y unas fechas. Yo veo una historia. -Y colgo.

24 Intimidacion

Estimo que dedicar un dia mas a Michael O'Connell seria mas que suficiente.

Matthew Murphy tenia encargos mas importantes que demandaban su atencion. Tomar fotografias comprometedoras, pruebas de evasion de impuestos, gente a la que seguir, gente a la que enfrentarse, gente que interrogar. Sally Freeman-Richards no era una abogada de exito: no tenia un BMW ni un Mercedes, y sabia que la modesta minuta que iba a enviarle incluiria algun descuento de cortesia. Tal vez solo la oportunidad de asustar a aquel gusano valia un descuento del diez por ciento. Ya no tenia muchas oportunidades de ejercer presion sobre gentuza como aquel O'Connell, y lo echaba en falta. «No hay nada como hacerse el duro para que el corazon bombee y la adrenalina fluya», se dijo.

Metio el coche en un aparcamiento a dos manzanas de la casa de O'Connell. Subio varios niveles hasta asegurarse de estar solo, aparco y abrio el maletero. Alli guardaba discretamente su artilleria: una larga funda roja contenia un fusil Colt AR-15 automatico con un cargador de veintidos disparos; lo consideraba su arma «para resolver rapidamente problemas gordos», porque tenia potencia para volar por los aires cualquier cosa. En una funda mas pequena, amarilla, tenia una automatica calibre 380 en una sobaquera. En una funda negra, un Magnum 357 con un tambor de seis balas llamadas «matapolis», porque penetraban los chalecos antibalas que usaban la mayoria de las fuerzas policiales.

Para este caso, penso que la 380 seria suficiente. Seguramente le bastaria con que O'Connell supiera que la llevaba encima, cosa que se conseguia con una chaqueta sin abrochar. Murphy tenia experiencia en toda clase de intimidacion.

Se coloco la sobaquera, saco un par de finos guantes negros de cuero y, como acostumbraba, desenfundo rapidamente un par de veces. Una vez comprobo que sus viejas habilidades seguian casi intactas, se puso en marcha.

La brisa hizo revolotear hojarasca y desechos alrededor de sus pies mientras avanzaba por la acera. Quedaba suficiente luz natural para encontrar una sombra conveniente frente al edificio de O'Connell. Una vez apostado contra una pared de ladrillo, vio encenderse las farolas de la calle. Esperaba no tener que montar guardia demasiado tiempo, pero era un hombre paciente que conocia el arte de la espera.

Scott sintio orgullo y satisfaccion.

Ya habia recibido en su contestador un mensaje de Ashley, que habia seguido con exito su laberinto de instrucciones y habia enlazado con Catherine en Vermont. Estaba encantado con la manera en que iban saliendo las cosas hasta el momento.

Los estudiantes habian vuelto tras descargar las pertenencias de Ashley en un guardamuebles de Medford. Scott se habia enterado de que, tal como sospechaba, un tipo que encajaba con la descripcion de O'Connell habia hecho algunas preguntas a uno de los chicos. Pero se habia quedado con aire entre las manos, penso Scott, agarrando un fantasma. La informacion que habia obtenido no llevaba a ninguna parte.

– Esta no pudiste preverla, ?eh, cabron? -dijo en voz alta.

Se hallaba en la sala de su casa, y empezo a bailar en la gastada alfombra oriental. De inmediato cogio el mando del equipo de musica y fue pulsando botones hasta que Purple Haze, de Jimi Hendrix, atrono por los altavoces.

Cuando Ashley era pequena, le habia ensenado la vieja expresion de los anos veinte «cortar una alfombra» para bailar, de modo que ella se le acercaba cuando estaba trabajando y le decia «?Podemos cortar una alfombra?», y los dos ponian su vieja musica de los anos sesenta y el le ensenaba el frug y el swim e incluso el freddy, que eran, para su mente adulta, la serie de movimientos mas ridicula que jamas habia sido creada. Ella se reia y lo imitaba hasta que terminaba ahogada de risa. Pero, incluso entonces, Ashley poseia una especie de gracia de movimientos que lo sorprendia. Nunca habia nada torpe ni vacilante en los pasos que su hija daba; y a el siempre le parecia un ballet. Sabia que no era imparcial, como suele pasarles a los padres con sus hijas, pero se esforzaba en ser objetivo, y su conclusion era siempre la misma: nada podria ser jamas tan hermoso como su propia hija.

Scott resoplo. O'Connell nunca averiguaria que ella estaba en Vermont. Ahora era simplemente cuestion de que el tiempo pasara y de buscar otros estudios de posgrado en una ciudad diferente. Luego Ashley decidiria. Un contratiempo, si, un retraso de seis meses, pero que evitaria problemas mayores.

Contemplo el salon.

De pronto se sintio solo y deseo tener a alguien con quien compartir su jubilo. Ninguna de las personas con las que salia a cenar o tenia ocasionales encuentros sexuales eran amigos de confianza. Sus amistades en la facultad eran de naturaleza profesional, y dudaba que alguna de ellas comprendiera ni por asomo aquella situacion.

Fruncio el ceno. La unica persona con la que realmente habia compartido algo era Sally. Y no estaba dispuesto a llamarla. No en ese momento.

Una ola de oscuro resentimiento lo envolvio.

Ella lo habia dejado para irse con Hope. De la manera mas brusca: las maletas hechas esperando en el pasillo mientras el trataba de encontrar algo adecuado que decir, sabiendo que no habia nada. Sabia que ella no era feliz, que no se sentia realizada y que estaba llena de dudas. Pero habia supuesto que se debia a su carrera, o tal vez al modo en que la madurez se vuelve aterradora, o incluso al hastio del complaciente mundo academico y liberal en que vivian. Todo eso podia aceptarlo, discutirlo, analizarlo, entenderlo. Lo que no podia entender era como todo lo que habian compartido podia de repente ser mentira.

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