Scott podia hacer una llamada, aunque no estaba seguro de que sirviera para algo. El entrenador de futbol americano estaba en su oficina, revisando las estrategias de juego con su coordinador de defensa. De pronto sono el telefono.
– ?Entrenador Warner? Soy Scott Freeman…
– ?Scott! Me alegro de oirle. -Se conocian de haberse visto en actos sociales y en los partidos-. Pero ahora mismo estoy muy liado…
– ?Elucubrando alguna tactica defensiva infalible, disenada para maniatar al rival y reducirlo a la maxima impotencia? -bromeo Scott.
El entrenador solto una carcajada.
– Si, desde luego. No aceptaremos menos que una rendicion incondicional del enemigo. Pero no me habra llamado para eso, ?eh?
– Necesito un pequeno favor. Algo de musculo.
– Tenemos musculos en abundancia, pero tambien clases y entrenamientos. Los chicos estan muy ocupados…
– ?Que tal el domingo? Necesito a dos o tres chicos. Un pequeno ejercicio muscular. Desde luego bien retribuido en efectivo.
– ?El domingo? Bien. ?Que tiene pensado?
– Mi hija se muda de su apartamento en Boston y hay que recoger sus cosas. Deprisa.
– No hay problema. Muy bien. Pedire un par de voluntarios despues del entrenamiento y se los enviare manana.
Los tres jovenes que se presentaron a la puerta del despacho de Scott a la manana siguiente parecian ansiosos por ganar unos dolares extras. Scott les explico rapidamente que debian recoger una furgoneta de alquiler el domingo por la manana, ir a Boston, embalar todo lo que habia en el apartamento y luego llevarlo a un guardamuebles en las afueras de la ciudad, cosa que ya habia contratado.
– Necesito que se haga sin retraso alguno -dijo Scott.
– ?Cual es la prisa? -pregunto uno de los chicos.
Scott no queria que se supiera la verdad, desde luego.
– Mi hija es estudiante de posgrado en Boston. Hace algun tiempo solicito una beca para estudiar en el extranjero. Y de pronto le llego el otro dia. Asi que se marcha a Florencia a estudiar arte renacentista de seis a nueve meses. Tiene el vuelo en los proximos dias, y yo no quiero pagar el alquiler de un apartamento vacio. Ya tengo bastante con perder el deposito de fianza. Pero que remedio -suspiro afectando resignacion-, si te gustan todos esos cuadros de santos martires y profetas decapitados, supongo que hay que ir a Italia. Aunque no creo que las palabras «empleo» y «carrera» tengan mucho que ver con la manera en que mi hija lleva su vida…
Esto provoco sonrisas en los jovenes, ya que era algo con lo que podian identificarse. Tomaron nota de los detalles y quedaron en reunirse el domingo por la manana.
Mientras la puerta se cerraba, Scott penso: «Si alguien les pregunta, contestaran que Ashley se marcho al extranjero. Suena creible. Florencia. Si, lo recordaran.» Habria una persona que, si veia a los tres chicos haciendo la mudanza, estaria muy interesada en la historia que Scott habia urdido ingeniosamente.
Ashley se sentia un poco ridicula.
Habia metido ropa para una semana en una bolsa de lona negra, y para una segunda en una maleta pequena con ruedas. El dia antes, el repartidor de Federal Express le habia entregado un paquete enviado por su padre. Incluia dos guias de ciudades de Italia, un diccionario ingles-italiano y tres libros sobre arte renacentista. De los tres, ella ya tenia dos. Tambien habia una guia publicada por la facultad de Scott titulada
Valiendose del ordenador, le habia escrito una breve carta encabezada por el rimbombante membrete de un supuesto «Instituto para el Estudio del Arte Renacentista», dandole la bienvenida al curso y anadiendo el nombre de su contacto en Roma. El contacto era real: se trataba de un profesor de la Universidad de Bolonia que Scott habia conocido en un congreso y que en ese momento estaba impartiendo clases en Africa durante un ano sabatico. No creia que O'Connell fuera capaz de encontrarlo nunca. Y si lo hacia, Scott suponia que mezclar algo ficticio con algo real lo confundiria. La estrategia le parecia muy astuta.
Ashley tenia que dejar la carta en la mesa del apartamento, como olvidada por descuido. Las indicaciones de su padre para todo lo que ella tenia que hacer eran detalladas. A Ashley le parecian un poco exageradas, aunque nada era demasiado descabellado y todo tenia sentido. A fin de cuentas, se trataba de elaborar un engano.
Una de las guias tenia que ir colocada en un bolsillo exterior de la bolsa, un poco asomada, para que quien la viera no pudiera dejar de reparar en su titulo. Los otros libros se quedarian en el apartamento supuestamente para ser empaquetados, bien visibles encima del escritorio o la mesilla de noche.
La penultima llamada que ella debia hacer, antes de llamar a la compania telefonica para cancelar la linea fija, seria a una compania de taxis.
Cuando llegara el taxi, ella cerraria el apartamento y dejaria la llave en el dintel de la puerta exterior, donde los estudiantes encargados de la mudanza pudieran encontrarla con facilidad.
Ashley contemplo el lugar que habia llegado a considerar su hogar. Los posters en las paredes, las plantas en sus tiestos, la chillona cortina naranja de la ducha… todo era suyo, lo primero que tenia, y se sorprendio de lo emotiva que de pronto se sentia ante cosas tan sencilla. A veces pensaba que todavia no estaba segura de quien era y en quien iba a convertirse, pero aquel apartamento habia sido un primer paso en esa direccion.
– ?Maldito seas, Michael O'Connell! -mascullo.
Miro la nota escrita por su padre. «Muy bien -se dijo-. Habra que intentarlo.»
Cogio el telefono y pidio un taxi. Luego llamo a la compania telefonica.
Despues espero nerviosa dentro del portal la llegada del taxi. Siguiendo las instrucciones de su padre, llevaba gafas oscuras y una gorra de lana que le cubria el pelo, el cuello del abrigo vuelto hacia arriba. «Como alguien que no quiere ser reconocido, que esta huyendo», habia indicado Scott. Ella no estaba segura de estar actuando o, por el contrario, comportandose conforme a lo que sentia en ese momento. Cuando el taxi se detuvo ante el edificio, dejo la llave en el dintel y luego, con la cabeza gacha, sin mirar a izquierda ni a derecha, salio y cruzo la acera tan rapida y furtivamente como pudo, suponiendo que O'Connell estaba vigilandola desde algun lugar. Era temprano por la tarde y el brillo del sol envolvia el aire frio, proyectando extranas sombras en los callejones. Metio la pequena maleta y la mochila en el asiento trasero y subio.
– Al aeropuerto Logan -dijo-. Terminal de salidas internacionales. -Y bajo la cabeza, encogiendose en el asiento como si se escondiera.
En el aeropuerto, le dio al conductor una propina modesta y comento como de pasada:
– Me voy a Italia a estudiar.
Fue hasta los mostradores de facturacion de equipaje, oyendo el constante rugido de los aviones que despegaban sobre las aguas de la bahia. Habia cierto nerviosismo en las colas de gente que facturaba. Se oia un constante murmullo de conversacion en diversos idiomas. Miro hacia las puertas de salida, y luego se dio la vuelta y se dirigio a la derecha, a los ascensores. Se acerco a un grupo recien desembarcado de un vuelo de Aer Lingus procedente de Escocia, todos pelirrojos y de piel clara, hablando con marcado acento y vestidos con los jerseys verdes y blancos a rayas del Celtic de Glasgow, que se dirigian a una gran reunion familiar en el sur de Boston.
Ashley encontro sitio al fondo del ascensor y abrio rapidamente la mochila. Guardo la gorra y la chaqueta de lana y las gafas de sol, saco una gorra marron de beisbol de la Universidad de Boston y una chaqueta de cuero marron, y se cambio rapidamente, agradecida de que a los escoceses no les resultara extrano.
Bajo en la segunda planta y se dirigio a las plantas de aparcamiento. Estaba oscuro, olia a gasolina y se oia el chirriar de las ruedas en las rampas circulares. Enfilo la salida hacia la estacion de metro.
Solo habia media docena de personas en el vagon, y ninguna era Michael O'Connell. No habia posibilidad alguna, penso, de que estuvieran siguiendola. Ya no. Empezo a notar una liberadora excitacion y una mareante sensacion de libertad. Su pulso aumento y sonrio por primera vez en muchos dias.
Con todo, decidio seguir las instrucciones de su padre al pie de la letra. «De momento esta funcionando», penso. Se bajo del metro en Congress Street y, arrastrando la maleta, recorrio las pocas manzanas que la separaban del Museo de los Ninos. Dejo las maletas en la consigna y compro una entrada. Luego entro en el laberinto del museo, deambulando de una sala de Lego a una exposicion cientifica, rodeada por risuenos grupos