levante para marcharme. Ella suspiro, como desanimada por mi gesto.

– A veces se trata de impresiones -dijo-. Aprendes algo, oyes algo, ves algo, y deja una huella en tu mente. Es lo que paso con Scott, Sally, Hope y Ashley. Una serie de acontecimientos se acumularon para configurar una vision bastante acertada acerca de su futuro. Ve a ver al detective privado -insistio con tono desabrido-. Eso aumentara bastante tu comprension del caso. Y luego ya veremos si te hace falta su informe.

22 Desaparecer

«Basura» fue la primera palabra que le vino a la cabeza.

Matthew Murphy estaba estudiando los antecedentes policiales de O'Connell, que revelaban una vida de pequenos encontronazos con la ley. Entre otros, algun fraude con tarjetas de credito seguramente robadas, un robo de coche en su adolescencia, agresiones y rinas de bar. Ninguno de aquellos delitos menores habia sido castigado mas que con libertad condicional, aunque en una ocasion habia pasado cinco meses en la carcel del condado cuando no pudo pagar una modesta fianza. El abogado de oficio tardo lo suyo en conseguir rebajar un cargo de asalto con agresion al de simple asalto. Una multa, el tiempo cumplido en prision y seis meses de libertad vigilada, leyo Murphy. Se recordo que tenia que llamar al oficial de libertad condicional, aunque dudaba que fuera de mucha ayuda. Los oficiales de libertad condicional solian dedicar su tiempo a criminales mas importantes, y, por lo que Murphy podia ver, Michael O'Connell no era nada importante… al menos a ojos del sistema legal.

Naturalmente, penso, habia otra forma de ver su historial: O'Connell quizas habia cometido muchos delitos graves, pero no lo habian pillado.

Murphy sacudio la cabeza. No era precisamente un experto en criminologia, penso.

Contemplo el monton de papeles que tenia en el regazo. Cinco meses en la carcel del condado. No era tiempo suficiente para un escarmiento de verdad. Solo la oportunidad para aprender varias habilidades de los reclusos mas experimentados, si mantenias los ojos y oidos bien abiertos y conseguias no ser victima de los tipos duros de la prision. El crimen, como cualquier especialidad, necesitaba tiempo de estudio.

Habia dos fotos en blanco y negro de O'Connell, una de frente y otra de perfil. «?Asi es como empezaste tu carrera delictiva?», le pregunto mentalmente. Lo dudaba. Esos cinco meses a la sombra solo habian sido un cursillo de posgrado. Sospechaba que O'Connell ya habia aprendido mucho antes de pasar por la prision.

El oficial de la policia estatal que le habia facilitado la ficha no habia podido acceder a los antecedentes de O'Connell durante su minoria de edad. No se podia saber que podia haber alli. Con todo, mientras examinaba las paginas, vio solo pequenas muestras de violencia, y eso lo tranquilizo un poco. «A lo mejor solo eres un bravucon -penso-. No un psicopata con una 9 mm.»

No obstante, obtuvo mas informacion del expediente policial. O'Connell era un chico de la costa de New Hampshire, criado cerca de un camping de caravanas. Probablemente habia tenido una infancia dura. Ninguna casita de paredes blancas con una tarta de manzana cocinandose en el horno y ninos jugando al futbol en el patio delantero. Notas bastante buenas en el instituto… cuando asistia. Habia algunas lagunas. «?Una temporada en un correccional juvenil?», se pregunto Murphy. Consiguio graduarse en el instituto. «Apuesto a que les diste algun que otro quebradero de cabeza a tus tutores.» Suficientemente listo para ingresar en la facultad local. Lo dejo. Volvio. No termino. Se mudo a UMass-Boston. Bueno en trabajos manuales: mecanico con cierta experiencia. Obviamente, habia empleado otras capacidades para aprender informatica. Habia bastante donde investigar, penso, si eso era lo que Sally Freeman-Richards queria. Intuia mas o menos lo que iba a encontrar. Un padre abusivo y una madre borracha. O tal vez un padre ausente y una madre casquivana. Divorcio, trabajos domesticos o trabajos basura y violencia los sabados por la noche, provocada por demasiada bebida.

Matthew Murphy estaba aparcado delante del cutre apartamento de Michael O'Connell. Era una tarde soleada y prometedora. Rendijas de brillante cielo asomaban entre los ajados edificios de apartamentos, y desde la esquina se distinguia en la distancia el cartel de CITGO colgado sobre Fenway Park. Miro la manzana de arriba abajo y se encogio de hombros. Era como muchas calles de Boston, advirtio. Lleno de jovenes en ascenso hacia algo mejor y viejos en descenso de algo mejor. Y unos cuantos, como O'Connell, que la usaban como parada en el camino para algo peor.

Habia sido facil que un amigo de la policia le consiguiera la documentacion sobre O'Connell que tenia en el regazo. Ahora queria echarle un buen vistazo al sujeto. Tenia a su lado una moderna camara digital con teleobjetivo, la principal herramienta del detective privado.

Murphy era cincuenton, justo en esa edad previa a la ansiedad de hacerse viejo. Estaba divorciado, no tenia hijos, y lo que mas echaba de menos eran los dias de agente uniformado, cuando era joven y salia de la comisaria al volante de un coche patrulla. Tambien echaba de menos su epoca en Homicidios, aunque, con los enemigos que se habia ganado, jubilarse alli habria sido problematico. Sonrio para si. Toda su vida habia tenido la habilidad de salir bien parado de los problemas en que se metia, un paso por delante del martillo que caia rozandole la espalda. Un ano despues de alistarse en la policia, cuando se estrello con su coche patrulla en una persecucion, habia salido solo con un par de rasgunos, mientras que los ninos ricos y borrachos del BMW de papa que perseguia eran atendidos infructuosamente por una UVI movil. En un tiroteo con unos traficantes, una noche le dispararon el cargador entero de una 9 mm, solo para estampar cada bala en la pared que tenia detras, y el habia disparado un unico tiro con los ojos cerrados, acertando al pecho del otro tipo. Habia salido de tantas situaciones apuradas que ya le costaba recordarlas todas, incluyendo un enfrentamiento con un asesino en serie que esgrimia un cuchillo de carnicero en una mano y retenia a una nina de nueve anos con la otra, con el cuerpo de su ex esposa a los pies y su suegra en el suelo de la cocina en un charco de sangre. Murphy recibio una recomendacion por ese arresto. Una recomendacion y una amenaza del asesino, que juro convertirlo en una de sus proximas victimas si alguna vez salia libre, cosa bastante improbable. Matthew Murphy consideraba el numero de amenazas que habia acumulado el baremo mas adecuado de sus logros. Tenia demasiadas que contar.

Cogio los papeles del asiento del pasajero. En el historial de Murphy, aquel O'Connell apenas representaba una leve molestia. Tomo aire y repaso los documentos una vez mas, buscando alguna advertencia de que no se pudiera intimidar a O'Connell por motivos medicos o de otro tipo. No encontro ninguna. Esa era la primera medida que habia sugerido a la abogada. Una visita nocturna acompanado por un par de policias fuera de servicio. Una visita informal, pero con toda la amenaza que pudieran transmitir, que era bastante. Le apretarian un poco las tuercas y le ensenarian una amanada orden de alejamiento firmada por un juez. El objetivo era hacerle pensar que acosar a aquella chica no le merecia la pena. Y asegurarse de que comprendiera que, si no se atenia a razones, las consecuencias para el serian terribles.

Sonrio. Sin duda funcionaria, penso.

En su trayectoria habia lidiado con algunos acosadores bastante chiflados, tipos que no retrocedian ante las amenazas, la ley ni las armas: psicopatas capaces de atravesar una tormenta de fuego para llegar a la persona que les obsesionaba, pero O'Connell parecia solo un baboso de poca monta. Murphy conocia muy bien esa clase de basura social. Lo que no entendia, por mucho que leyera sobre O'Connell, era por que esa pequena rata creia que podia fastidiar a gente como Sally Freeman-Richards y su hija. Sacudio la cabeza. Habia intervenido en mas de un homicidio en que un marido o un novio abandonado descargaban su furia contra una pobre mujer que intentaba continuar con su vida. Murphy tenia una afinidad natural con cualquiera que intentase escapar de una relacion abusiva. Lo que no comprendia era de donde procedia la obsesion. En los casos que habia visto a lo largo de los anos, le parecia que el amor era tal vez la razon mas estupida para perder la libertad, el futuro y en algunos casos la vida.

Echo otro vistazo al portal del apartamento.

– Vamos, chico -mascullo en voz baja-. Sal para que pueda verte. No me hagas perder mas tiempo.

Como obedeciendo a sus palabras, vio movimiento en el portal, y O'Connell salio. Lo reconocio inmediatamente por las fotos de las fichas de hacia tres anos.

Cogio la camara. Para su sorpresa, O'Connell se entretuvo un momento, casi volviendose en su direccion. Murphy disparo rapidamente media docena de fotos.

– Te tengo, cabroncete -musito-. No has sido dificil de detectar.

Lo que Murphy no sabia en ese momento era que lo mismo sucedia en su caso.

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