Sally y Hope vivian en una calle antigua y serpenteante. Presentaba una extrana mezcla de arquitecturas, algunas casas nuevas estilo rancho, mezcladas con rancias mansiones victorianas de principios del siglo XX. Era un barrio curioso, muy buscado por sus calles arboladas y su elegante apariencia de clase media. Medicos, abogados, profesores en su mayoria, vivian alli. Cesped, setos, pequenos jardines y fiestas de Halloween. No era el tipo de barrio donde la gente se proponia dotarse de sistemas de seguridad y proteccion de alta tecnologia.
O'Connell recorrio rapidamente la manzana. Sabia que Sally solia quedarse hasta tarde en su despacho y Hope tenia entrenamiento hasta el anochecer.
Fue pasando de arbol en arbol, y sin vacilar se deslizo hasta los espacios oscuros adyacentes a la casa. Tras una vieja cerca de madera habia un sendero de acceso que conducia al patio trasero. Se detuvo cuando las luces de la cocina se encendieron en la casa contigua, apretujandose de nuevo contra la valla exterior.
La casa se erigia en un pequeno promontorio, de modo que la zona principal de la vivienda quedaba por encima de su cabeza. Pero, como muchas casas antiguas, tenia un gran sotano al que se accedia por una vieja trampilla de madera deteriorada que rara vez se usaba. Tardo menos de diez segundos en abrirla y colarse dentro.
Saco la linterna medio cubierta en cinta roja. Inspiro hondo al intuir que en alguna parte, muy cerca del lugar humedo y polvoriento donde se hallaba, encontraria informacion sobre donde estaba Ashley exactamente. Un sobre con un remite. Una factura de telefono o el extracto de una tarjeta de credito. Un papel con su nombre pegado a la puerta del frigorifico. Se lamio los labios, excitado, las manos casi temblando de expectacion. Allanar la oficina de Murphy habia sido un trabajo rutinario, simplemente una pieza mas de aquel puzle que llevaria al paradero de Ashley, y lo habia manejado con profesionalidad.
Esto era diferente. Era una obra de amor.
Tardo un segundo en respirar el denso aire del sotano. «Si ella viera lo que tengo que hacer para encontrarla, para volver a estar juntos -penso-, entonces tal vez comprenderia que estamos hechos el uno para el otro.» Algun dia, fantaseo, podria decirle que habia soportado palizas, infringido leyes, arriesgado su integridad fisica, todo por ella.
Y entonces se dijo: «Si ella no puede amarme, entonces no se merece amar a nadie.»
Sintio un espasmo muscular recorriendole el cuerpo, y tuvo que luchar por dominarse. Oyo su propia respiracion entrecortada, jadeante. Durante un segundo visualizo a Sally, Hope y Scott. Y se sintio abrumado por la ira. Ya no podia separar los sentimientos entremezclados de amor y odio. Cuando consiguio calmarse, avanzo torpemente por el sotano, hacia la vieja escalera que lo llevaria a la vivienda. No sabia que estaba buscando exactamente, pero, fuera lo que fuese, estaba a su alcance.
Abrio la puerta, que daba a una despensa junto a la cocina. Debia apagar la linterna cuanto antes, pues su brillo rojizo podia llamar la atencion de algun vecino. Localizo unos interruptores en la pared y pulso el primero, que encendio la cocina. O'Connell sonrio y apago la linterna.
«Apartate de las ventanas y empieza a buscar -se dijo-. Lo que necesitas saber esta aqui, en alguna parte. Puedes sentirlo. Ya voy, Ashley.»
Avanzo un paso mas, antes de que un grunido furioso le llegara desde la penumbra del vestibulo.
Supongo que, como la mayoria de la gente, mi sentido del miedo lo define Hollywood, que gusta de proporcionar dosis constantes de alienigenas, fantasmas, vampiros, monstruos y asesinos en serie; o esos momentos imprevisibles de la vida, cuando el otro coche se salta un semaforo en rojo y tienes que frenar presa del panico. Pero los miedos reales, los que te debilitan, vienen de la incertidumbre. Roen tus defensas, sin desaparecer jamas. Mientras estaba sentado frente a la joven, pude ver las arrugas que el miedo habia tallado en su cara, envejeciendola, los tics que le habia originado: sus manos, que se frotaba nerviosa; sus ojos, que parpadeaban mas de la cuenta; los temblores de su voz, mas significativos que las palabras que musitaba.
– No tendria que haber aceptado reunirme con usted -dijo.
A veces, no es tanto el miedo a morir como el miedo a seguir viviendo.
Cogio la taza de te caliente con ambas manos y se la llevo lentamente a los labios. Fuera hacia un calor terrible, y en aquella pequena cafeteria todos bebian refrescos helados, pero ella parecia ajena al calor.
– Se lo agradezco -respondi-. Sere breve. Solo quiero confirmar algo.
– Tengo que irme -dijo ella-. No puedo quedarme. No pueden verme hablando con usted. Mi hermana esta con los ninos, y no puedo dejarlos con ella demasiado tiempo. La semana que viene nos mudamos a… -Sacudio la cabeza-. No, no voy a decirle adonde vamos. Me entiende, ?verdad?
Se inclino hacia delante y vi una cicatriz larga y muy fina cerca de su cuero cabelludo.
– Por supuesto -dije-. Bien, su marido era inspector de policia, y usted contrato a Matthew Murphy durante su divorcio, ?no es asi?
– Si. Mi ex marido ocultaba sus ingresos y nos los escamoteaba a mi y a los tres crios. Yo queria que Murphy averiguara donde tenia el dinero. Mi abogado dijo que Murphy era bueno para esas cosas.
– Su ex fue sospechoso en el asesinato de Murphy, ?correcto?
– Si. La policia estatal lo interrogo varias veces. Tambien hablaron conmigo. -Sacudio la cabeza y anadio-: Fui su coartada.
– ?Y eso?
– La noche que mataron a Murphy mi ex aparecio en mi casa temprano. Habia estado bebiendo. Estuvo insistente. Insistio en entrar, en ver a los ninos… No logre hacerlo desistir.
– ?No tenia usted una orden judicial…?
– Si, de alejamiento. Cien metros en todo momento. Eso decia la orden del juez, pero sirvio de poco. Mi ex mide metro noventa y pesa ciento veinte kilos, y conoce a todos los policias de la zona. ?Que iba a hacer yo? ?Pelear con el? ?Llamar pidiendo ayuda? El siempre se salia con la suya.
– Lo siento. La coartada…
– El empezo a beber y luego le dio por pegarme. Se ensano largamente, hasta que perdio el conocimiento de tanto alcohol que habia bebido. Se desperto por la manana y pidio disculpas. Dijo que nunca volveria a suceder. Y no sucedio, al menos durante el resto de la semana.
– ?Le conto esto a la policia?
– No. Ojala hubiera tenido valor para decirles: «Claro que el mato a Murphy. Me dijo que lo hizo…» Tal vez de ese modo me hubiera librado de el. Pero no tuve valor.
Vacile.
– Lo que me interesa es…
Ella me interrumpio.
– Se lo que le interesa. -Se toco la frente, pasando el dedo por el borde de la cicatriz-. Cuando me golpeo, su anillo de clase del colegio estatal Fitchburg (alli es donde nos conocimos) me hizo este corte. Me lo hizo para que lo recordara. Quiere saber como se entero de lo de Murphy, ?verdad?
Asenti.
– Me lo espeto durante una discusion. Me grito: «?Asi que creiste que no iba a enterarme de que has contratado a un detective privado?»
Vi lagrimas en sus ojos.
– Recibio una carta anonima. El sobre incluia una copia de todo lo que Murphy habia descubierto sobre el. Todas las cosas confidenciales que se suponia solo sabiamos mi abogado y yo. La enviaron desde Worcester. Ni siquiera conozco a nadie en esa ciudad. Pero me costo dos dientes cuando mi ex me golpeo. A Murphy quiza le costo la vida. Eso era lo que yo queria, que mi ex lo hubiese matado. Eso habria facilitado las cosas
Se levanto de la mesa.
– Tengo que irme -dijo. Miro alrededor, nerviosa, y luego se dio la vuelta, cabizbaja, los hombros encogidos. Salio de la cafeteria y cruzo corriendo el centro comercial, esquivando a la gente con gesto temeroso.
La observe y pense que acababa de ver como habria podido ser el futuro de Ashley.
28 Un trayecto rapido