Catherine miro su lista.
– Lo primero es lo mas dificil. Tenemos que asegurarnos de que O'Connell no esta aqui. Supongo que daremos un paseo para comprobarlo.
– ?Y luego que?
La anciana miro el papel.
– Luego viene tu gran momento. Tu madre ha subrayado tres veces el parrafo. ?Preparada?
Ashley no contesto. No estaba segura.
Se pusieron los abrigos y salieron por la puerta principal. Se detuvieron en el escalon superior, escrutando la manzana arriba y abajo. Todo estaba tranquilo, como de costumbre. Ashley mantuvo empunado el revolver, oculto en el bolsillo del abrigo, frotando nerviosamente el dedo indice contra la guarda del gatillo. Le sorprendia la manera en que su miedo hacia O'Connell la hacia ver el mundo como un lugar lleno de amenazas. La calle donde habia pasado gran parte de su infancia jugando deberia haberle resultado tan familiar como el dormitorio del piso de arriba. Pero no. O'Connell habia conseguido convertirla en un algo diferente. Aquel malnacido habia destruido su mundo: sus estudios, su apartamento en Boston, su empleo, y ahora el lugar donde habia crecido. Se pregunto si el sabia realmente cuanta maldad habia en su conducta.
Toco el canon del arma. «Matalo. Porque te esta matando», se dijo.
Sin dejar de escrutarlo todo, ambas echaron a andar lentamente por la acera. Ashley queria obligarlo a mostrarse, si es que estaba alli. A media manzana, a pesar de la lluvia, se quito el gorro de lana. Sacudio la cabeza, dejando que el pelo le cayera sobre los hombros antes de volver a encasquetarselo. Por primera vez en meses, quiso resultar irresistible.
– Sigue andando -dijo Catherine-. Si esta aqui, se dejara ver.
Prosiguieron y detras oyeron un coche ponerse en marcha. Ashley tanteo el gatillo del arma y se preparo, con el corazon palpitando. Contuvo la respiracion cuando el sonido aumento.
Cuando le parecio que el coche las alcanzaba, giro bruscamente, sacando el arma y separando los pies, adoptando la postura que habia practicado en su habitacion. Su pulgar resbalo sobre el seguro y luego sobre el percutor. Exhalo bruscamente, casi un grunido del esfuerzo, y luego un silbido de tension.
El coche, con un hombre de mediana edad al volante, paso de largo. El conductor ni siquiera la vio: iba buscando alguna direccion al otro lado de la calle.
Ashley gruno, pero Catherine mantuvo la calma.
– Guarda el arma -dijo tranquilamente-. Antes de que te vea algun ama de casa.
– ?Donde demonios esta?
Catherine no respondio.
Las dos continuaron caminando despacio. Ashley se sentia tranquila, decidida a acabar
Cuando giraron para volver a la casa, Catherine murmuro:
– Muy bien, no esta aqui. ?Estas preparada para dar el siguiente paso?
Ashley dudaba que pudiera saber la respuesta a eso hasta que lo intentaran.
Michael O'Connell estaba en su mesa, la habitacion a oscuras, banado por el brillo de la pantalla del ordenador. Trabajaba en una pequena sorpresa para la familia de Ashley. En calzoncillos, el pelo hacia atras despues de una ducha, tecleaba al compas de la musica tecno que sonaba por los altavoces. Las canciones que escuchaba eran rapidas, casi desquiciadas.
Le regocijaba haber usado parte del dinero que le habia dado el patetico padre de Ashley para reponer el ordenador que habia destrozado Murphy. Y ahora se aplicaba a fondo en una serie de trucos electronicos que iban a crear problemas importantes a aquellos cretinos.
Lo primero era un anonimo a Hacienda denunciando que Sally exigia el pago de sus honorarios mitad en cheque y mitad en negro. «Lo que mas odian los inspectores de Hacienda -penso- es que alguien intente esconder ingresos sustanciosos.» Se mostrarian implacables cuando revisaran su contabilidad.
Esto le hizo reir.
Lo segundo era otro anonimo a las oficinas de Nueva Inglaterra de la Agencia Federal Antidroga alegando que Catherine cultivaba grandes cantidades de marihuana en su granja, en un invernadero oculto dentro del granero. Esperaba que eso fuera suficiente para que un juez expidiera una orden de registro. Y aunque no encontraran nada, como en el fondo sabia que ocurriria, sospechaba que la nerviosa mano de la DEA estropearia sus preciosas antiguedades y recuerdos. Pudo imaginar la casa hecha un estropicio.
Lo tercero era una sorpresa especial para Scott. Navegando por la red con la clave «Histprof» habia descubierto una pagina web danesa que ofrecia la pornografia mas virulenta con ninos y preadolescentes en todo tipo de poses. El siguiente paso era conseguir un numero falso de tarjeta de credito y hacer que enviaran una seleccion de fotografias a casa de Scott. Luego seria muy sencillo darle el soplo a la policia local. De hecho, penso, tal vez ni siquiera tendria que hacerlo. La policia probablemente recibiria una llamada del servicio de Aduanas, que se mostraba muy celoso con ese tipo de importaciones.
Rio para si al imaginar las explicaciones que la familia de Ashley tendria que dar cuando se encontrara inmersa en todo ese lio, sentados ante una mesa en una sala de interrogatorios delante de un agente de la DEA o del fisco, o de un oficial de policia que no sentiria mas que desprecio por esa clase de gente.
Ellos podrian intentar culparlo a el, pero lo dudaba. Sin embargo, no podia estar seguro, y eso lo refrenaba. Sabia que pulsar las teclas adecuadas en sus tres entradas dejaria una huella electronica que podria conducir a su propio ordenador. Lo que necesitaba hacer, penso, era colarse en la casa de Scott una manana mientras estaba dando clases y enviar la peticion a Dinamarca desde su ordenador. Tambien era importante crear una ruta electronica ilocalizable para las otras denuncias. Suspiro. Eso requeriria ir al sur de Vermont y al este de Massachusetts. Inventar identidades falsas no era un problema. Y podia mandar las denuncias desde ordenadores de cibercafes o bibliotecas locales.
Se reclino en su asiento y solto otra risotada. No por primera vez, se pregunto como eran tan insensatos para creer que podian derrotarlo.
Mientras sonreia, pensando en las desagradables sorpresas para los padres y la familia de Ashley, el telefono movil sono.
Dio un respingo. No tenia amigos que pudieran llamar. Habia renunciado a su trabajo de mecanico, y nadie en el colegio donde de vez en cuando asistia a clases tenia su numero.
Miro el visor que identificaba la llamada y leyo un nombre que le paro el corazon: «Ashley.»
Antes de darme el nombre del detective, ella me habia hecho prometer que seria discreto.
– No diras nada. Nada que lo ponga en alerta. Prometelo o no te dare su nombre.
– Sere cauteloso. Lo prometo.
Ahora, en la sala de espera de la comisaria, sentado en un sofa gastado, estaba menos seguro de mi discrecion. A mi derecha se abrio una puerta por la que salio un hombre de aproximadamente mi edad. De pelo canoso y con una chillona corbata gris, exhibia un estomago prominente y una sonrisa tranquila. Me tendio la mano y nos presentamos. Me indico su mesa.
– Bien, ?en que puedo ayudarle?
Repeti el nombre que le habia dado en una anterior llamada telefonica. Asintio.
– No tenemos demasiados homicidios por aqui. Y cuando los tenemos, suelen ser novio-novia, marido-esposa. Este fue un poco diferente. Pero ?cual es su interes en el caso?
– Algunas personas me sugirieron que podria ser una buena historia para un libro.
El detective se encogio de hombros.
– Ya. Bueno, la escena del crimen era un caos, un autentico caos. La investigacion fue engorrosa. No somos exactamente la brigada de Homicidios de Hollywood -dijo, senalando alrededor. Era un sitio modesto, donde todo, incluyendo los hombres y mujeres que trabajaban alli, mostraba el deterioro de la edad-. Pero, aunque la gente piense que somos tontos como borregos, al final lo resolvimos todo…
– No lo creo -dije-. Que sean tontos como borregos, me refiero.
– Bueno, usted es la excepcion que confirma la regla. Normalmente la gente se rie hasta que esta sentada y esposada frente a nosotros, los acusamos formalmente y se enfrentan a un sentencia seria. -Hizo una pausa, sopesandome-. No trabajara para el abogado defensor, ?eh? ?Uno de esos que se cuelan en un caso y tratan de