la absoluta quietud de los muertos. Saca fotos de tumbas de gansteres y poetas, generales y empresarios, victimas de asesinatos y duenos de periodicos, hijos muertos prematuramente, una mujer que sobrevivio diecisiete anos a su centesimo cumpleanos y la esposa y la madre de Theodore Roosevelt, enterradas juntas el mismo dia. Alli esta Elias Howe, inventor de la maquina de coser, los hermanos Kampfe, creadores de la maquinilla de afeitar, Henry Steinway, fundador de la Steinway Piano Company, John Underwood, impulsor de la Underwood Typewriter Company, Henry Chadwick, padre del sistema de puntuacion del beisbol, Elmer Sperry, creador del giroscopio. En el crematorio, construido a mediados del siglo XX, se han incinerado los cadaveres de John Steinbeck, Woody Guthrie, Edward R. Murrow, Eubie Blake, ?y cuantos otros mas, famosos y desconocidos, cuantas otras almas se habran convertido en humo en ese sitio hermoso y fantasmagorico? Se ha embarcado en otro proyecto inutil, utilizando la camara como instrumento para tomar nota de sus dispersos e inutiles pensamientos, pero al menos le da algo que hacer, un modo de pasar el tiempo hasta que su vida empiece de nuevo, ?y donde mejor que en el cementerio de Green-Wood podria haberse enterado de que el verdadero apellido de Frank Morgan, el actor que desempeno el papel del Mago de Oz, era Wuppermann?

MORRIS HELLER

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Es el ultimo dia del ano y ha vuelto de Inglaterra una semana antes para asistir al funeral de la hija de veintitres anos de Martin Rothstein, que se ha suicidado en Venecia la vispera de Nochebuena. Ha publicado la obra de Rothstein desde la fundacion de Heller Books. Marty y Renzo eran los unicos norteamericanos en el primer catalogo, dos estadounidenses junto a Per Carlsen de Dinamarca y Annette Louverain de Francia, y treinta y cinco anos despues les sigue publicando a todos, forman el nucleo de los escritores de la casa y es consciente de que sin ellos no seria nada. La noticia le llego la noche del 24, un correo electronico masivo enviado a cientos de amigos y conocidos que leyo en el ordenador de Willa en su habitacion del hotel Charlotte Street, en Londres, el severo y descarnado mensaje de Marty y Nina de que Suki se habia quitado la vida, con aviso de que seguiria informacion sobre la fecha del funeral. Willa no queria que el asistiera. Pensaba que le afectaria demasiado, habia habido muchos funerales ese ano, ahora se estaban muriendo demasiados amigos, y ella sabia lo destrozado que estaba por todas esas perdidas, esa fue la palabra que empleo, «destrozado», pero el contesto que tenia que estar alli por ellos, seria imposible no acudir, el deber de la amistad lo exigia, y cuatro dias despues cogio un avion de vuelta a Nueva York.

Ahora estamos a 31 de diciembre, a ultima hora de la manana del ultimo dia de 2008, y cuando se apea del metro de la linea Uno y sube las escaleras hasta la esquina de Broadway con la calle Setenta y nueve, la atmosfera esta cargada de nieve, una nevada espesa y humeda que cae de un cielo blanquecino, gruesos copos que remolinean entre la tempestuosa penumbra, disipando el color de los semaforos, blanqueando el capo de los coches que pasan, y cuando llega al centro social de Amsterdam Avenue, parece que lleva un sombrero de nieve. Suki Rothstein, Susanna de nombre, la nina que vio por primera vez dormida en el brazo derecho de su padre hace veintitres anos, la joven que se licencio summa cum laude en la Universidad de Chicago, la artista en ciernes, la pensadora precozmente dotada, escritora, fotografa, que fue a Venecia el pasado otono para trabajar en calidad de interna en la Coleccion Peggy Guggenheim y alli fue, en el servicio de senoras de ese museo, solo unos dias despues de dirigir un seminario sobre su propia obra, donde se ahorco. Willa tenia razon, el lo sabe, pero ?como no estar destrozado por la muerte de Suki, como no ponerse en la piel de su padre y sufrir los estragos de su absurda muerte?

Recuerda cuando se encontro con ella hace unos anos en la calle Houston a la luminosidad de ultima hora de la tarde de final de primavera o principios de verano. Iba camino del baile de su instituto, engalanada con un vistoso vestido rojo, tan encarnado como el tomate mas rojo de Jersey, y la sonrisa resplandecia en su rostro cuando se la encontro aquella tarde, rodeada de amigos, feliz, saludandolo y despidiendose de el con un beso carinoso, y desde aquel dia en adelante mantuvo esa imagen de ella en su memoria como la personificacion por excelencia de la exuberancia y esperanza juveniles, un ejemplo singular de la dorada juventud. Ahora piensa en la fria humedad de Venecia en pleno invierno, los canales desbordandose y dejando las calles hasta las rodillas de agua, la estremecida soledad de las habitaciones sin calefaccion, una cabeza estallando por la fuerza de la oscuridad que reina en su interior, una vida rota por el exceso y la escasez de este mundo.

Entra en el edificio arrastrando los pies junto a mas gente, una multitud que poco a poco va sumando doscientas o trescientas personas, y ve toda una serie de rostros conocidos, el de Renzo entre ellos, pero tambien el de Sally Fuchs, Don Willingham, Gordon Field, toda una serie de viejos amigos, escritores, poetas, artistas, editores y mucha gente joven tambien, docenas y docenas de hombres y mujeres jovenes, amigos de la infancia de Suki, del instituto, de la universidad, y todo el mundo habla en voz baja, como si alzarla por encima de un murmullo fuera una ofensa, un insulto contra el silencio de los muertos, y cuando observa los rostros a su alrededor, todos parecen estupefactos, agotados, un tanto ausentes, destrozados. Se abre paso hasta una pequena sala al fondo del pasillo donde Marty y Nina estan recibiendo a los asistentes, los invitados, el cortejo funebre, sea cual sea el termino empleado para describir a la gente que acude a un funeral, y mientras se adelanta para rodear con los brazos a su viejo amigo, las lagrimas corren por las mejillas de Marty que entonces lo abraza y apoya la cabeza en su hombro diciendo Morris, Morris, Morris mientras su cuerpo se sacude contra el en un espasmo de jadeantes sollozos.

Martin Rothstein no esta hecho para tragedias de esa magnitud. Es una persona llena de ingenio y euforico encanto, un escritor animadisimo, de frases barrocas, festivamente construidas, con un olfato satirico perfecto, un agitador intelectual con grandes pasiones, incontables amigos y un sentido del humor semejante al de los comicos del Borscht Belt. Ahora llora amargamente, abrumado por la pena, por la forma mas cruel y lacerante del dolor, y Morris se pregunta como puede esperarse que un hombre en tales condiciones se ponga a hablar delante de toda esa gente cuando empiece la ceremonia. Y sin embargo, poco despues, cuando la comitiva funebre se ha instalado en el auditorio y Marty sube al escenario para pronunciar su panegirico, esta tranquilo, tiene los ojos secos, parece completamente recobrado de la crisis nerviosa sufrida en el recibidor. Lee un discurso que lleva escrito, un texto que sin duda ha sido posible por el largo tiempo que han tardado en expedir el cadaver de Suki de Venecia a Nueva York, alargando el intervalo entre la muerte y el entierro, y en esos dias inquietos y vacios en que esperaba la llegada del cadaver de su hija, Marty se puso a escribir esa alocucion. Con Bobby, no habia habido palabras. Willa no habia sido capaz de escribir ni decir nada, el accidente los habia dejado apabullados, en un estado de muda incomprension, un dolor callado y sangrante que duro meses, pero Marty es escritor, se ha pasado toda la vida componiendo palabras y frases, parrafos, libros enteros, y el unico modo que tenia de reaccionar ante la muerte de su hija era escribiendo sobre Suki.

Han colocado el feretro en el escenario, un ataud blanco rodeado de flores rojas, pero no es una ceremonia religiosa. Ningun rabino ha venido a oficiarla, no se rezan oraciones, y nadie que sube al estrado trata de extraer sentido ni consuelo de la muerte de Suki: solo se constata el hecho, su horror. Alguien toca un solo de saxofon, otro toca al piano una coral de Bach, y en un momento dado, Anton, el hermano pequeno de Suki, con laca de unas roja en honor de su hermana, toca, como canto funebre y sin acompanamiento, una melodia de Cole Porter (Cada vez que nos decimos adios / me muero un poco), en una interpretacion tan drasticamente lenta, tan empapada de melancolia, tan angustiosa, que la mayor parte de los congregados esta llorando cuando llega al final. Se acercan escritores al atril y leen poemas de Shakespeare y Yeats. Amigos y companeros de estudios cuentan anecdotas de Suki, la rememoran, evocan «la apasionada intensidad de su espiritu». El director de la galeria donde expuso su unica muestra habla sobre su obra. Morris no se pierde una palabra, escucha cada nota tocada y cantada, a punto de desintegrarse en cualquier momento durante la hora y media de ceremonia, pero es el discurso de Marty lo que esta mas cerca de derrumbarlo, una valerosa y abrumadora muestra de elocuencia que lo estremece con su franqueza, la brutal precision de su pensamiento, la rabia, la pena, la culpa y el amor que empapa cada una de sus expresiones. Durante los veinte minutos que dura el discurso de Marty, Morris se imagina tratando de hablar de Bobby, de Miles, del Bobby muerto hace mucho y del Miles ausente, pero sabe que nunca tendria valor para enfrentarse a un publico y expresar sus sentimientos con tan descarnada sinceridad.

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