– Eso no es tarea mia, mister McDermott, y todos estamos ocupados por aqui -el tono era tipico de Chandler, mitad adulador, mitad insolente.
– Dejemos las discusiones de lado -ordeno McDermott-, quiero que atienda a esa queja -y tomando otra decision, agrego-: ?Ah! Ademas hay otra cosa; envie un botones con una llave maestra a miss Francis que esta en el entresuelo principal -colgo el auricular antes de que se renovaran las objeciones.
– Vamos -su mano toco ligeramente el hombro de Christine-. Llevese al botones con usted, y digale a su amigo que cuando tenga pesadillas, se cubra con las sabanas.
2
La cara de comadreja de Herbie Chandler delataba una inquietud interior, mientras estaba de pie, pensativo, al lado de su escritorio de jefe de botones, en el vestibulo del «St. Gregory».
Situado en el centro, proximo a una de las esbeltas columnas de cemento que llegaban hasta el elevado y artesonado cielo, el sitio del jefe de los botones dominaba todas las entradas y salidas del vestibulo. A la sazon habia mucho movimiento. Los congresistas habian entrado y salido durante toda la noche, y a medida que transcurrian las horas, su alegria aumentaba estimulada por las bebidas ingeridas.
Maquinalmente, Chandler observo a un grupo de ruidosos juerguistas que entraban por la puerta de Carondelet Street: tres hombres y dos mujeres; traian en las manos vasos, del tipo que en el bar de Pat O'Brien cobraban a los turistas un dolar mas que en el French Quarter, y uno de los hombres que se tambaleaba mucho, era ayudado por los otros. Los tres hombres llevaban distintivos con el nombre de la Convencion.
Todavia llegaba algun que otro cliente proveniente de los ultimos trenes y aviones, y algunos ya eran alojados por el plantel de «muchachos» de Chandler, aunque lo de «muchachos» era solo una manera de decir, pues ninguno de ellos tenia menos de cuarenta anos, y bastantes de los canosos veteranos habian trabajado en el hotel desde hacia mas de un cuarto de siglo. Herbie Chandler, que tenia autoridad para contratar y despedir el personal a sus ordenes, preferia hombres maduros. Era probable que los que tenian que luchar y esforzarse con el equipaje pesado, obtuvieran mejores propinas que los jovenes que manejaban las maletas como si no contuvieran otra cosa que madera de balsa.
Habia un veterano que en realidad era fuerte y enjuto como una mula; tenia una manera particular de bajar las maletas, llevandose una mano al corazon, y luego las volvia a levantar con un movimiento de cabeza, para seguir transportandolas. Esta actuacion rara vez dejaba de ser retribuida con un dolar por los huespedes escrupulosos que estaban convencidos de que el viejo tendria un ataque de coronarias a la vuelta de la esquina. Lo que no sabian era que el diez por ciento de sus propinas iba al bolsillo de Herbie Chandler, mas los dos dolares diarios que Chandler le cobraba a cada botones como precio para conservar el empleo.
El sistema privado de contribuciones del jefe de botones despertaba mucha resistencia en voz baja, aun cuando un botones diligente podia sacar ciento cincuenta dolares libres por semana cuando el hotel estaba lleno. En ocasiones como la de esta noche, Herbie Chandler permanecia en su puesto mucho mas tiempo que su horario habitual. No confiando en nadie, le gustaba vigilar sus porcentajes y tenia una curiosa habilidad para tasar a los clientes, estimando exactamente la propina que rendiria cada viaje a los pisos de arriba. En el pasado, algunos botones individualistas habian tratado de sustraer algo a Herbie, informandole de propinas inferiores a las que habian recibido en realidad. La represalia no fallaba; era rapida y dura: un mes de suspension por alguna trasgresion imaginaria ponia en linea a los inconformistas.
Ademas, habia otra razon para que Chandler estuviera presente esta noche en el hotel, y se referia a su intranquilidad, que habia ido en constante aumento desde que Peter McDermott lo habia llamado hacia unos minutos. McDermott le habia ordenado: «Investigue una queja en el undecimo piso.» Pero Herbie Chandler no tenia necesidad de investigar nada porque sabia
Tres horas antes los dos jovenes habian sido muy explicitos en sus requerimientos. Los habia escuchado con respeto, puesto que los padres de ambos eran ricos ciudadanos de la localidad y huespedes frecuentes del hotel.
– Oiga, Herbie -dijo uno de ellos-, hay un baile de la Fraternidad esta noche… la vieja tonteria de siempre… y queremos algo diferente.
Herbie habia preguntado, conociendo de antemano la respuesta:
– ?Que clase de diferencia?
– Hemos tomado una
Era demasiado arriesgado, decidio Herbie en seguida. Ambos eran poco mas que adolescentes, y sospecho que habian estado bebiendo.
– Lo lamento, senores -comenzo a decirles, cuando el otro joven intervino.
– No nos venga con la tonteria de que no puede arreglarlo, porque sabemos que usted proporciona muchachas aqui.
Herbie descubrio sus dientes de comadreja en lo que quiso ser una sonrisa.
– No se de donde ha sacado esa idea, mister Dixon.
El que habia hablado primero, insistio:
– Nosotros podemos pagarle, Herbie. Usted lo sabe.
El jefe de botones titubeo; a pesar de sus dudas, su mente trabajaba estimulada por la codicia. Sus entradas marginales habian mermado ultimamente. Quiza, despues de todo, el riesgo no fuera grande.
– Dejemos de dar vueltas. ?Cuanto quiere? -corto el muchacho llamado Dixon.
Herbie miro a los dos jovenes, recordo a sus padres y multiplico la cifra corriente por dos.
– Cien dolares.
Hubo una pausa momentanea. Entonces Dixon dijo con decision:
– Aceptado -y agrego en forma persuasiva, dirigiendose a su companero-: recuerda que ya hemos pagado la bebida. Te prestare el resto de tu parte.
– Bien…
– Por adelantado, senores. -Herbie se humedecio los delgados labios con la lengua.- Otra cosa mas. Tengan cuidado que no haya ruido. Si lo hay y recibimos quejas, puede traernos complicaciones a todos.
No iba a haber ruido, le aseguraron; pero ahora parecia que habian armado un escandalo, y sus temores originales resultaron confirmados, por desgracia.
Hacia una hora que las muchachas habian entrado por la puerta principal, como siempre, y solo algunos pocos del personal del hotel sabian que no eran huespedes registradas. Si todo hubiera salido bien, ambas debian haber partido ya, sin complicaciones, como habian entrado.
La queja del undecimo piso formulada a traves de McDermott referente a una orgia, significaba que algo habia andado francamente mal. ?Que? Herbie recordo con intranquilidad las bebidas alcoholicas.
En el vestibulo se sentia calor y humedad a pesar del aire acondicionado, y Herbie saco un panuelo de seda para enjugarse la frente transpirada. Al mismo tiempo maldijo en silencio su propia locura, preguntandose si a esta altura de las cosas, debia subir o quedarse donde estaba.
3
Peter McDermott llevo el ascensor al noveno piso, dejando a Christine, que subia hasta el decimocuarto, con el botones que la acompanaba. En la puerta abierta del ascensor, vacilo:
– Mandeme llamar si hay alguna dificultad.
– Si es inevitable, gritare. -Mientras las puertas corredizas se iban cerrando, sus miradas se encontraron.