hubo una nube de polvo; luego una antorcha encendida y, por fin, una silenciosa pila de fragmentos: la maquina y los restos de los cuerpos humanos.

Habian transcurrido cinco anos. Poco despues de aquello, dejo Wisconsin y no retorno jamas.

Sus pisadas y las del botones eran amortiguadas por la alfombra del corredor. Adelantandose, Jimmy murmuro:

– Habitacion 1439, esa es la del viejo mister Wells. Lo mudamos desde la habitacion de la esquina hace un par de dias.

Mas alla, en el corredor, se abrio una puerta y salio un hombre bien vestido de cuarenta anos, poco mas o menos. Cerrando la puerta tras de si y disponiendose a guardar la llave, titubeo mirando a Christine con franco interes. Parecia que iba a hablar, pero el botones le hizo un gesto negativo con la cabeza. Christine, que no habia perdido detalle, supuso que debia sentirse halagada por haber sido confundida con una muchacha galante. Por los rumores que habian llegado a sus oidos, la lista de Herbie Chandler solo incluia mujeres hermosas.

Cuando hubieron pasado, pregunto:

– ?Por que se cambio de habitacion a mister Wells?

– Segun me lo han contado, miss, algun otro habia tenido antes la habitacion 1439 y se quejo. Entonces hicieron el cambio.

Christine recordo ahora la habitacion 1439; habia habido quejas con anterioridad. Estaba al lado del ascensor de servicio, y parecia ser el lugar de cita de todas las canerias del hotel. En consecuencia, el lugar era ruidoso e intolerablemente calido. Todos los hoteles tienen, por lo menos, una habitacion como esa (algunos la llaman la «habitacion ja-ja») que en general no se alquila hasta que el resto del hotel esta lleno por completo.

– Si mister Wells tenia una habitacion mejor, ?por que se le pidio que se mudara?

El botones se encogio de hombros.

– Sera mejor que se lo pregunte a los empleados que adjudican las habitaciones.

– Pero usted debe de tener alguna idea -insistio ella.

– Bien, supongo que es porque nunca se queja. Hace muchos anos que el anciano viene aqui, sin preocuparse jamas por sus vecinos. Hay algunos que parecen creer que se trata de una broma.

Los labios de Christine se apretaron colericos, mientras Jimmy Duckworth continuaba.

Christine, molesta, penso: «A alguno le va a importar manana por la manana.» Iba a encargarse de que asi fuera. Al comprobar que un huesped habitual, que resultaba ser tambien un senor tranquilo, habia sido tratado con tanta desconsideracion, sintio que su mal genio se encrespaba. ?Bien, que asi fuera! Su mal genio era conocido en el hotel y sabia que algunos decian que hacia juego con sus cabellos rojos. Si bien por lo general lo controlaba, de vez en cuando servia para que las cosas se hicieran bien.

Doblaron y se detuvieron ante la puerta del 1439. El botones llamo. Esperaron, tratando de escuchar. No hubo ningun ruido que revelara que la llamada habia sido oida, y Jimmy Duckworth volvio a golpear, esta vez mas fuerte. Al punto hubo una respuesta: un quejido que comenzo como un susurro, y despues de un crescendo, termino tan subitamente como habia empezado.

– Utilice la llave maestra -ordeno Christine-. Abra la puerta, ?rapido!

Se mantuvo un poco atras mientras entro el botones; aun en momentos de aparente crisis, el hotel tenia reglas de decoro que debian ser observadas. La habitacion estaba a oscuras, y la muchacha vio a Duckworth encender la luz del techo, y luego desaparecer de su vista tras un angulo de la pared. Casi en seguida, la llamo:

– Miss Francis, es mejor que venga.

La habitacion, cuando entro Christine, estaba sofocadamente caliente, aun cuando una mirada al regulador de aire acondicionado le advirtio que marcaba «fresco». Pero eso fue lo unico que tuvo tiempo de ver, antes de observar la figura que luchaba, incorporada a medias en la cama. Era el hombrecito, parecido a un pajaro, que conocia como Albert Wells, con la cara gris-ceniza, los ojos saliendosele de las orbitas y los labios temblorosos, que intentaba, con desesperacion, respirar, sin lograrlo del todo.

Se dirigio rapidamente al lado de la cama. Una vez, muchos anos antes, habia visto en el consultorio de su padre a un paciente in extremis, luchando por respirar. Su padre habia hecho cosas que ella no podia hacer ahora, pero recordaba una. Le dijo, con decision, a Duckworth:

– Abra bien la ventana. Necesitamos aire.

Los ojos del botones estaban fijos en la cara del hombre. Respondio nerviosamente:

– Esta ventana esta clausurada. Lo hicieron por el aire acondicionado.

– Entonces, fuercela. Si es necesario, rompa el cristal.

Ya habia cogido el telefono que estaba al lado de la cama. Cuando el telefonista respondio Christine dijo:

– Habla miss Francis. ?Esta el doctor Aarons en el hotel?

– No, miss Francis, pero dejo un numero. Si es un caso de emergencia, puedo llamarlo.

– Es un caso de emergencia. Digale al doctor Aarons que es en la habitacion 1439 y que se de prisa, por favor. Preguntele cuanto tiempo va a tardar en llegar, y luego informeme.

Colgando el receptor, Christine se volvio al hombre que todavia luchaba en la cama. El fragil anciano no respiraba mejor que antes, y advirtio que su rostro, que momentos antes tenia un color gris-ceniza, se estaba volviendo azul. El quejido que ya habia oido desde fuera, comenzo de nuevo; era la lucha por respirar, pero resultaba obvio que las energias del paciente se estaban consumiendo en su desesperado esfuerzo fisico.

– Mister Wells -le dijo tratando de inspirarle una confianza que estaba lejos de sentir-, creo que podria respirar con mas facilidad si se quedara quieto.

Advirtio que el botones conseguia abrir la ventana. Habia utilizado una percha para romper el material que sellaba las junturas, y ahora estaba levantando la mitad inferior.

Como en respuesta a las palabras de Christine, la lucha del hombrecito cedio. Tenia puesto un camison de franela pasado de moda, y Christine, al poner su brazo alrededor de el, sintio a traves de la gruesa tela la fragilidad de sus hombros. Busco unas almohadas y se las coloco detras, de manera que pudiera recostarse y al mismo tiempo mantenerse derecho. Sus ojos estaban fijos en ella, «se parecen a los de un gamo», penso Christine, y trataban de expresarle gratitud. Para tranquilizarlo, le dijo:

– He llamado al medico. Estara aqui en seguida.

Mientras ella hablaba, el botones, resoplando y haciendo un esfuerzo mayor, abrio por fin la ventana. En seguida, una rafaga de aire fresco inundo la habitacion. Asi que la tormenta se habia desplazado hacia el Sur, penso Christine con alivio, enviando una brisa refrescante como avanzada, y la temperatura exterior debia de ser inferior a la de los dias pasados. En el lecho, Albert Wells respiraba con ansia el aire renovado. Sono el telefono. Haciendole una sena al botones para que tornara su lugar al lado de la cama, la muchacha respondio a la llamada.

– El doctor Aarons ya esta en camino, miss Francis -le anuncio el telefonista-. Se encontraba en el «Paradis» y me dijo que le anunciara que llegara al hotel dentro de veinte minutos.

Christine titubeo. El «Paradis» estaba al otro lado del Mississippi, mas alla de Algiers. Aun andando a gran velocidad, veinte minutos era un calculo optimista. Ademas, algunas veces tenia dudas sobre la competencia del majestuoso doctor Aarons, amigo de beber «Sazerac», quien como medico del hotel, vivia gratis en el, en retribucion de sus servicios. Le dijo al telefonista:

– No creo que podamos esperar tanto. ?Quiere comprobar en su propia lista de huespedes si hay algun medico registrado?

– Ya lo he hecho -habia una ligera presuncion en la respuesta, como si el que hablaba hubiera estudiado heroicas narraciones sobre operadores telefonicos, y estuviera decidido a vivir segun su ejemplo-. Esta el doctor Koening en el 221, y el doctor Uxbridgeenell203.

Christine anoto los numeros en un anotador proximo al telefono.

– Bien, llame al 221, por favor. -Los medicos que se registran en hoteles esperan no ser molestados, y tienen derecho a ello. Sin embargo, de cuando en cuando, una emergencia justifica que se quiebre el protocolo.

Se oyeron algunos «clicks» mientras el telefono continuaba llamando. Luego una voz adormilada, con acento teutonico, contesto:

– Diga, ?quien es?

Christine se dio a conocer.

– Lamento molestarlo, doctor Koening, pero uno de nuestros huespedes esta muy enfermo -sus ojos se dirigieron al lecho. Advirtio que, por el momento, el tono azulado del rostro habia desaparecido, pero aun estaba con una palidez gris cenicienta, respirandoconmucha dificultad. Agrego-: ?Podria usted venir?

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