– Tu me persuadiste… -repitio el.

– No podiamos hacer nada. ?Nada! Y habia una mejor posibilidad como yo decia.

– No estoy tan seguro. Si la Policia mete sus narices en…

– Primero tienen que sospechar de nosotros. Por eso provoque el incidente con el camarero, y lo continue. No es una coartada, pero a falta de ella, es lo mejor. Queria grabar en sus mentes que estuvimos aqui esta noche… y asi habria sido, si tu no lo hubieras echado a perder. Podria ponerme a llorar…

– Eso seria interesante -dijo el duque-. No pensaba que eras tan mujer como para eso. -Se incorporo en el sillon, y en cierta forma se habia desprendido de su sumision, o de la mayor parte de ella. Era una calidad de camaleon que algunas veces desconcertaba a quienes lo trataban, dejandolos sin saber cual era su verdadera personalidad.

La duquesa se sonrojo, lo que realzo su belleza estatuaria.

– Eso no es necesario.

– Tal vez no. -Levantandose, el duque se dirigio a una mesa lateral, donde se sirvio whisky con generosidad, agregandole un chorro de soda. Dandole la espalda, continuo:- De todos modos, debes admitir que eso es lo que esta en el fondo de la mayor parte de nuestros problemas.

– No admito nada semejante. Tus habitos, quiza, pero no los mios. Ir a ese desagradable lugar de juego esta noche, fue una locura; y llevar a esa mujer…

– Ya te he explicado eso -dijo el duque con cansancio-. Exhaustivamente, cuando volviamos. Antes de que sucediera aquello.

– No sabia que lo que te dije te hubiera llegado tan a fondo.

– Tus palabras, mujer, penetran las nieblas mas profundas. Trato de hacerlas impenetrables. Hasta ahora no lo he conseguido. -El duque tomo un trago.- ?Por que te casaste conmigo?

– Supongo que fue porque te destacabas en nuestro circulo como alguien que valia la pena. La gente decia que la aristocracia estaba vencida. Tu parecias probar que no era asi.

Sostuvo en alto el vaso, estudiandolo como si fuese una bola de cristal.

– No lo estoy probando ahora, ?eh?

– Si asi lo parece, es porque yo te estoy apoyando.

– ?Washington? -La palabra era una pregunta.

– Podriamos lograrlo -respondio la duquesa-. Si consiguieras mantenerte sobrio y en tu propio lecho.

– ?Aja! -respondio huecamente su marido-. En verdad, ese lecho es bastante frio.

– Ya te he dicho que no es necesario insistir en eso.

– ?Te has preguntado por que me case contigo?

– Tengo mis opiniones.

– Te dire la mas importante. -Volvio a beber como buscando valor; luego dijo pesadamente:- Te queria en ese lecho. Con urgencia. Legalmente. Sabia que era la unica forma.

– Me sorprende que te hayas incomodado. Con tantas otras para elegir, antes… y desde entonces.

Sus ojos sanguinolentos estaban fijos en el rostro de ella.

– No queria otras. Te queria a ti. Y todavia lo quiero.

– ?Basta ya! Ya es bastante -respondio ella con energia.

El movio la cabeza.

– Hay algo que debes oir. Tu orgullo, mujer. ?Magnifico! ?Salvaje! Siempre me ha atraido. No queria quebrarlo. Compartirlo. Tu de espaldas, los muslos separados. Apasionada. Temblando…

– ?Calla! ?Calla! ?Eres… un libertino! -Su rostro estaba palido y la voz se torno aguda.- ?No me importa que la Policia te prenda! ?Ojala te condenaran a diez anos!

6

Despues de su rapida disputa con la recepcion, Peter McDermott volvio a cruzar el corredor del decimocuarto piso hacia la habitacion 1439.

– Si usted lo aprueba -informo al doctor Uxbridge- trasladaremos a su paciente a otra habitacion en este mismo piso.

El alto y fornido medico que habia respondido a la llamada de emergencia de Christine, asintio. Recorrio con la mirada la pequena «habitacion ja-ja», con el laberinto de canerias de la calefaccion y del agua.

– Cualquier cambio solo puede significar una mejora.

Cuando el medico se volvio hacia el hombrecito de la cama para darle cinco minutos de oxigeno, Christine recordo a Peter:

– Lo que necesitamos ahora es una enfermera.

– Dejaremos que el doctor Aarons se encargue de eso -respondio en voz alta Peter-. El hotel tendra que contratarla, supongo, lo que significa que seremos responsables de su pago. ?Cree usted que su amigo Wells podra afrontar ese gasto?

Habian vuelto al corredor, hablando en voz baja.

– Estoy preocupada con eso. No creo que tenga mucho dinero. -Peter advirtio que cuando se concentraba, la nariz de Christine se plegaba de una manera encantadora. Tenia conciencia de su proximidad y de un tenue perfume.

– Oh, bien, no estaremos demasiado endeudados a la manana. Dejaremos que el departamento de credito se haga cargo, entonces.

Cuando llego la llave, Christine se adelanto para abrir la nueva habitacion 1410.

– Esta lista -anuncio al volver.

– Lo mejor sera cambiar las camas -dijo Peter a los otros-. Llevemos esta a la 1410 y traigamos la otra aqui - pero descubrieron que la puerta era unos centimetros mas angosta.

Albert Wells, respirando mejor y ya con algo de color en las mejillas, se ofrecio:

– He caminado durante toda mi vida; puedo caminar un poco ahora -pero el doctor Uxbridge nego decididamente con la cabeza.

El jefe de mecanicos verifico la diferencia de anchos.

– Sacare la puerta de los goznes -dijo al enfermo-. Entonces saldra como un corcho de una botella.

– No se preocupe -intervino Peter-. Hay una manera mas rapida… si usted esta de acuerdo, mister Wells.

El otro sonrio y asintio.

Peter se inclino, puso una frazada alrededor de los hombros del enfermo y lo levanto.

– Tiene usted brazos fuertes, hijo.

Peter sonrio. Entonces, tan facilmente como si estuviera llevando un nino, camino por el corredor hasta la nueva habitacion.

Quince minutos despues todo funcionaba como sobre ruedas. El equipo de oxigeno se habia trasladado sin dificultad, aun cuando ahora era menos urgente, ya que el aire acondicionado en la habitacion mas espaciosa 1410, no tenia el inconveniente de las canerias calientes, y por eso era mas agradable. El medico residente, el doctor Aarons, habia llegado majestuoso, jovial, con un fuerte aliento a alcohol que formaba una nube casi visible. Acepto con presteza el ofrecimiento del doctor Uxbridge para una consulta al dia siguiente, y tambien aprobo la sugerencia de que la cortisona podia prevenir que se repitiera el ataque anterior. Una enfermera privada, a quien el doctor Aarons telefoneo afectuosamente («?Una noticia maravillosa, querida! ?Trabajaremos en equipo otra vez!») estaba ya en camino.

Cuando el jefe de mecanicos y el doctor Uxbridge se retiraron, Albert Wells dormia tranquilo.

Siguiendo a Christine al corredor, Peter cerro con cuidado la puerta, dejando al doctor Aarons que, mientras esperaba a su enfermera, paseaba por la habitacion tarareando pianissimo el Aria del Toreador, de Carmen… (Pom, pom, pom, pom-pom; pom, pom, pom, pom-pom…) Al cerrarse el picaporte, corto la tonada.

Eran las veintitres y cuarenta y cinco minutos.

Caminando hacia los ascensores, Christine dijo:

– Me alegro de que se haya quedado.

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