situacion en forma segura y soberbia. Tenia la impresion en este momento de estar el a pie, y la duquesa montada.

– Soy el subgerente general. Por eso he venido.

Hubo un destello divertido en los ojos que desafiaban los suyos.

– ?No es un poco joven para eso?

– En verdad, no lo creo. Ahora muchos hombres jovenes estan al frente de la administracion de hoteles. - Advirtio que el secretario, con gran discrecion, habia desaparecido.

– ?Cuantos anos tiene usted?

– Treinta y dos.

La duquesa sonrio. Cuando queria, como en este momento, su rostro se animaba y se hacia cordial. No era dificil, penso Peter, admitir su famoso encanto. Tenia cinco o seis anos mas que el, calculo, aunque era mas joven que el duque, quien se aproximaba a los cincuenta.

Ella pregunto:

– ?Sigue usted algun curso, o algo?

– Me gradue en Cornell University, en el Departamento de Administracion de Hoteles. Antes de venir aqui, fui subgerente general del «Waldorf» -le requirio un esfuerzo mencionar el «Waldorf», y estuvo tentado de agregar… «del que fui despedido ignominiosamente y puesto en la lista negra de la cadena de hoteles, de manera que me considero afortunado al trabajar aqui, que es un hotel independiente». Pero no lo dijo, por supuesto, porque un infierno privado es algo que uno vive solo, aun cuando las preguntas fortuitas de alguien reabran las heridas dentro de uno mismo.

– El «Waldorf» nunca hubiera tolerado un incidente como el de esta noche -expreso la duquesa.

– Le aseguro, senora, que si estamos en falta, el «St. Gregory» tampoco lo tolerara. -Penso que la conversacion era como un partido de tenis, con la pelota pasando de un lado a otro. Espero que volviera.

– ?Si estuviera en falta! ?Esta enterado de que su camarero derramo la Creole de langostinos sobre mi marido?

Era una exageracion tan evidente, que se pregunto el porque de la misma. Resultaba tambien muy fuera de logica, por cuanto las relaciones entre el hotel y los Croydon, hasta ahora, habian sido excelentes.

– Estaba enterado de que habia habido un accidente, debido probablemente a una negligencia. En este caso he venido a presentarle las disculpas en nombre del hotel.

– Toda nuestra velada se echo a perder -insistio la duquesa-. Mi marido y yo habiamos decidido pasar una velada tranquila en nuestro apartamento y solos. Salimos unos minutos para dar una vuelta a la manzana, y volvimos para cenar…y ?luego esto!

Peter asintio con la cabeza, dandole exteriormente la razon, pero confundido ante la actitud de la duquesa. Casi parecia que ella deseaba dejarle impreso este incidente en su memoria para que no lo olvidara.

– Tal vez, si pudiera presentarle nuestras excusas al duque…

– Eso no sera necesario -respondio con firmeza la duquesa.

Estaba por marcharse, cuando la puerta de la sala, que habia permanecido entornada, se abrio de par en par. Enmarco al duque de Croydon.

En contraste con la duquesa, el duque estaba vestido con una camisa blanca arrugada y pantalones negros de smoking- En forma instintiva los ojos de Peter McDermott buscaron la mencionada mancha donde Natchez, segun las palabras de la duquesa, habia «derramado la Creole de langostinos sobre mi marido». La encontro, aun cuando apenas era visible… una pequena mancha que un sirviente podria quitar sin la menor dificultad. Detras del duque, en la sala espaciosa, funcionaba un aparato de television.

El rostro del duque estaba congestionado y con mas arrugas que las que mostraban sus recientes fotografias. Tenia un vaso en la mano y cuando hablo su voz era confusa.

– ?Oh, perdon! -luego dirigiendose a la duquesa-: Debo de haber dejado mis cigarrillos en el coche.

– Te traere algunos -respondio con rapidez. Habia en el tono de su voz una perentoria orden de despido, y con una inclinacion de cabeza el duque se volvio a la sala. Era una escena curiosa e incomoda, y por alguna razon habia provocado la colera de la duquesa.

Volviendose a Peter, le espeto:

– Insisto en que se informe de esto a mister Trent, y usted puede advertirle que espero una disculpa personal.

Todavia perplejo, Peter salio mientras la puerta del departamento se cerro con firmeza detras de el. Pero no tuvo tiempo para reflexionar. En el corredor externo, el botones que habia acompanado a Christine al piso decimocuarto, estaba esperandolo.

– Mister McDermott -dijo con urgencia-, miss Francis lo necesita en el 1439, y por favor, dese prisa.

4

Quince minutos antes, cuando Peter McDermott habia abandonado el ascensor para ir a la Presidential Suite, el botones, sonriendo, le dijo a Christine:

– ?Esta haciendo la detective, miss Francis?

– Si estuviera el detective del hotel, no tendria que hacerlo.

El botones, Jimmy Duckworth, hombre calvo y vigoroso, cuyo hijo casado trabajaba en la contaduria del «St. Gregory», dijo con desprecio:

– ?Oh, ese…! -Un momento despues el ascensor se detuvo en el piso decimocuarto.

– Es el 1439, Jimmy -dijo Christine, y automaticamente los dos giraron a la derecha. Ella comprendio que habia diferencia en la forma en que ambos conocian la geografia del hotel: el botones, a traves de anos de conducir huespedes desde el hall de entrada hasta las habitaciones; ella, a traves de una serie de imagenes mentales que le habia proporcionado su contacto con los planos impresos del «St. Gregory».

Cinco anos antes, penso, si alguien en la Universidad de Wisconsin hubiera preguntado a Chris Francis (brillante alumna con facilidad para los idiomas modernos) que estaria haciendo un lustro despues, ni la mas absurda sugerencia la hubiera supuesto trabajando en un hotel de Nueva Orleans. En aquel entonces, sus conocimientos de la Crescent City eran infimos, y su interes aun menor. En la escuela se habia enterado de la compra de Louisiana, y habia visto Un tranvia llamado Deseo. Pero hasta esto ultimo estaba pasado de moda, cuando eventualmente llego. El Tranvia se habia convertido en un omnibus Diesel, y Deseo era un oscuro callejon en el lado Este de la ciudad, que los turistas veian rara vez.

Suponia que, en cierta forma, fue la falta de conocimiento lo que la habia traido a Nueva Orleans. Despues del accidente en Wisconsin, entristecida y sin reflexionarlo mayormente, habia buscado un lugar en el que nadie la conociera, y que a la vez le fuera poco familiar. Las cosas familiares: su contacto, su vista, su sonido… hasta el ultimo detalle… se habian convertido en algo doloroso para su corazon, que llenaba toda su vigilia y penetraba su sueno. Era algo extrano, y en cierto modo se avergonzaba de ello, pero nunca tenia pesadillas: solo era la constante procesion de sucesos, tal como habian ocurrido aquel memorable dia en el aerodromo de Madison. Habia ido a despedir a su familia que partia para Europa: su madre, alegre y nerviosa, con la orquidea de Bon Voyage que le habia enviado una amiga; su padre, descansado y complacido de que las enfermedades reales o imaginarias de sus pacientes, serian problema de algun otro, durante un mes. Habia estado fumando su pipa, que golpeo contra el zapato, cuando llamaron para subir al avion. Babs, su hermana mayor, abrazo a Christine, y hasta Tony, dos anos menor y que odiaba las expresiones publicas de afecto, consintio en que lo besara.

– ?Hasta la vista, Ham! -Babs y Tony la saludaron, y Christine sonrio al oir el tonto y carinoso sobrenombre que le daban, porque ella se encontraba en medio de aquel sandwich formado por los tres hermanos. Todos habian prometido escribir, aunque ella se reuniria con el grupo en Paris, dos semanas despues, cuando terminara su periodo de estudios. En el ultimo momento la madre la habia abrazado apretadamente, recomendandole que se cuidara. Poco despues el gran jet se habia puesto en movimiento, majestuoso, y rugiente, pero apenas despego de la pista cayo, clavando un ala, girando como una mariposa herida. Durante un momento

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