cerro.
— Perdone, nos han interrumpido — dijo Andrei —. Creo que estaba diciendo que no cree en el Edificio Rojo.
— ?Que persona adulta puede creer en eso? — pregunto Matilda, encogiendo solo un hombro sin dejar de mover las agujas de hacer punto —. Dicen que el edificio corre de un sitio para otro, que dentro todas las puertas tienen dientes, que uno sube las escaleras y termina en el sotano… Por supuesto, en este sitio puede pasar cualquier cosa. El Experimento es el Experimento, pero eso seria ya demasiado… No, no creo en eso. Claro, en todas las ciudades hay casas que devoran a la gente, seguro, y la nuestra no iba a ser menos que otras, pero no me parece que anden corriendo de un sitio para otro… y me parece que ahi las escaleras son de lo mas corriente.
— Permitame, senora Husakova — repuso Andrei —. Entonces, ?para que le cuenta esa historia a todo el mundo?
— ?Y por que no iba a contarla, si a la gente le gusta oirla? Las personas se aburren, sobre todo los viejos como yo.
— ?Asi que usted se lo ha inventado todo?
La anciana Matilda abrio la boca para responder, pero en ese momento, el telefono comenzo a sonar con desesperacion junto a su oreja. Andrei solto un taco y tomo el auricular.
— An-dri-i-u-sha… — se oyo la voz de Selma, completamente ebria —. Los he echado a todos… los he echado. ?Por que no vienes? — Perdona — dijo Andrei, mordiendose el labio inferior y mirando de reojo a la anciana —. Ahora estoy muy ocupado, y tu…
— ?No quiero! — declaro Selma —. Yo te amo, te estoy esperando. Estoy borracha, desnuda, tengo frio…
— Selma — dijo Andrei, bajando la voz —. Dejate de tonterias, estoy muy ocupado.
— De todos modos no vas a encontrar a otra chica asi en esta letrina. Estoy hecha una rosquilla… totalmente desnuda… desnudita…
— Dentro de media hora estare ahi — balbuceo Andrei, presuroso.
— Ton-tonti-to. Dentro de media hora estare dormida… ?A quien se le ocurre llegar dentro de media hora?
— Esta bien, Selma, hasta luego — dijo Andrei, maldiciendo el dia en que le dio el telefono de su despacho a aquella chica ligera de cascos.
— ?Pues vete al infierno! — grito Selma de repente y colgo con violencia.
Seguro que habria hecho pedazos el telefono. Andrei, ardiendo de rabia, colgo el suyo con mucho cuidado y quedo callado durante varios segundos, sin atreverse a levantar la vista. Mil ideas le rondaban por la cabeza. Tosio un par de veces.
— Muy bien. Si. O sea, que contaba esas cosas solo porque estaba aburrida. — Por fin recordo su ultima pregunta —. Por lo tanto, ?seria correcto entender que usted misma invento toda esa historia con el tal Frantisek?
La anciana volvio a abrir la boca para responder, pero una vez mas no logro hacerlo. La puerta se abrio de par en par, y aparecio alli el agente de guardia.
— ?Le pido mil perdones, senor juez de instruccion! — dijo, en tono marcial —. El testigo Petrov, a quien acaban de traer, exige que lo interroguen lo mas pronto posible, pues desea comunicar…
A Andrei se le enturbiaron los ojos y golpeo con ambas manos la mesa.
— ?Que demonios le pasa, agente de guardia? — grito, con tanta furia que sus propios oidos retumbaron —. ?No conoce el reglamento? ?Que quiere que haga con ese Petrov suyo? ?Que se cree, que esta en la letrina de un bar? ?Desaparezca de mi vista!
El agente desaparecio como si nunca hubiera existido. Andrei, al darse cuenta de que la ira le hacia temblar los labios, se sirvio un vaso de agua y la bebio. El feroz rugido le habia danado la garganta. Miro a la anciana de reojo. Matilda seguia tejiendo, como si no ocurriera nada.
— Le pido que me perdone — gruno Andrei.
— No importa, jovencito — lo tranquilizo Matilda —. No estoy molesta con usted. Me ha preguntado si he sido yo la que lo ha inventado todo. No, carino, no he sido yo sola. ?Como se me iba a ocurrir semejante cosa! Imaginese, la escalera sube y uno termina abajo… No se me hubiera ocurrido ni en suenos. Lo he contado como me lo contaron a mi.
— ?Y quien se lo conto?
— De eso ya no me acuerdo — respondio la anciana con un gesto de negacion, sin dejar de tejer —. Una mujer me lo conto en la cola. El tal Frantisek era yerno de una conocida suya. Seguro que tambien mentia. En la cola se oyen cosas que nunca salen en ningun periodico.
— ?Y cuando ocurrio todo eso? — pregunto Andrei, que volvia en si poco a poco, lamentando haberse pasado de rosca.
— Creo que hace un par de meses, quiza tres.
«He tirado por la borda el interrogatorio — penso Andrei con amargura —. Lo he echado todo a perder a causa de esta arpia y del imbecil del agente de guardia. No pienso dejar esto asi, voy a hacer polvo a ese seso hueco. Lo voy a hacer bailar en un ladrillo. Ya lo vere corriendo en pos de los locos a las cinco de la madrugada… Bien, ?y que hago con la vieja? Mantiene la boca cerrada, no quiere mencionar nombres.»
— ?Y esta usted segura, senora Husakova — volvio a intentarlo —, de que no recuerda el nombre de esa mujer?
— No lo recuerdo, jovencito, no recuerdo nada — respondio Matilda muy animada, sin interrumpir su trabajo con las agujas de tejer.
— ?Y pudiera ser que sus amigas lo recuerden? — El movimiento de las agujas se ralentizo en cierta medida —. Usted debe haberles mencionado ese nombre, ?no es verdad? — prosiguio Andrei —. Es muy posible que la memoria de ellas sea mejor que la suya. — Matilda encogio un hombro y no respondio nada. Andrei se recosto en el respaldo de su sillon —. Mire a que situacion hemos llegado, senora Husakova. Ha olvidado el nombre de esa mujer, o bien no quiere decirlo. Y sus amigas lo recuerdan. Eso quiere decir que tendremos que retenerla cierto tiempo aqui para que no pueda avisar a sus amigas, y nos veremos obligados a retenerla hasta que usted misma o alguna de sus amigas recuerden el nombre de la persona que le conto semejante historia.
— Como quiera — dijo la senora Husakova, resignada.
— Pues asi son las cosas — pronuncio Andrei —. Pero mientras usted busca en su memoria, y nosotros nos dedicamos a hablar con sus amigas, la gente seguira desapareciendo, los bandidos se alegraran y se frotaran las manos de gusto, y todo eso va a estar motivado por sus extranos prejuicios contra las instituciones judiciales. — La anciana Matilda no respondio. Simplemente volvio a morderse los labios agrietados —. Entienda cuan absurdo resulta todo — continuaba explicando Andrei —. No se trata solamente de que tengamos que combatir dia y noche contra bribones, canallas y delincuentes, sino de que cuando viene una persona honrada, no quiere ayudarnos de ninguna manera. ?Que es eso? Una locura. Y, perdoneme, pero esa salida infantil suya no tiene sentido. Si usted no se acuerda, sus amigas si se acordaran, y de todos modos averiguaremos el nombre de esa mujer, llegaremos hasta Frantisek y el nos ayudara a acabar con esa guarida de fieras. Bueno, si antes no lo matan los bandidos por ser un testigo peligroso… Pero si lo matan, usted tambien sera culpable de ello, senora Husakova. No ira ajuicio, por supuesto, no sera legalmente culpable, pero si sera moralmente responsable.
Despues de concentrar en su pequena pieza oratoria toda la carga de sus convicciones. Andrei encendio un cigarrillo con cansancio y se puso a esperar, con los ojos clavados en la esfera del reloj. Se impuso una espera de tres minutos, y despues, si aquella excentrica anciana no hablaba, enviaria a la vieja arpia a una celda, aunque no tuviera derecho legal a hacerlo. Pero, a fin de cuentas, habia que investigar aquel caso a marchas forzadas. ?Cuanto tiempo podia perder con aquella maldita vieja? A veces, pasar la noche en una celda hace que la gente recapacite. Y si surgia algun inconveniente por excederse en sus atribuciones, en ultima instancia el Fiscal General estaba personalmente interesado en aquello y no lo traicionaria. En el peor de los casos, lo amonestarian.
«?Y yo, que, acaso trabajo para que me lo agradezcan? Que se mojen. Solo quisiera que este maldito caso avanzara algo, aunque fuera un poquito…»
Fumaba, abanicando el aire para dispersar el humo como gesto de cortesia. La aguja del secundario avanzaba animosa por la esfera, mientras la senora Husakova seguia callada, haciendo entrechocar sus