agujas.
— Esas tenemos — dijo Andrei al concluir el cuarto minuto. Con un gesto decidido aplasto la colilla en el cenicero a punto de desbordarse —. Me veo en la obligacion de retenerla. Por obstaculizar el proceso de instruccion. Usted lo ha querido, senora Husakova, pero en mi opinion es un gesto infantil. Firme el acta, ahora la llevan a la celda.
Cuando se llevaron a la anciana Matilda (al despedirse, ella le habia deseado buenas noches al juez). Andrei se acordo de que no le habian traido el te caliente que habia pedido. Asomo la cabeza al pasillo, le recordo bruscamente sus obligaciones al agente de guardia y le ordeno que trajera al testigo Petrov.
El testigo Petrov era un hombre robusto, cuadrado, negro como un cuervo, con aspecto de bandido manoso de pura cepa: se acomodo en el taburete y, sin decir palabra, se dedico a mirar de reojo a Andrei, que sorbia el te.
— ?Que hay, Petrov? — le dijo Andrei con aire bonachon —. Queria entrar apenas llego, hizo un poco de ruido, no me dejo trabajar, y ahora esta tan callado…
— ?Y que sentido tiene hablar con ustedes, gorrones? — dijo Petrov, con aire malevolo —. Hace un rato, quiza, pero ahora ya es tarde.
— ?Y que es eso tan urgente que ha ocurrido? — se informo Andrei, sin prestar atencion a aquello de «gorrones» y todo lo demas.
— ?Pues lo que ocurrio es que mientras usted parloteaba aqui, segun su apestoso reglamento, yo vi el Edificio!
— ?Que edificio? — pregunto Andrei, colocando la cucharita en el vaso con cuidado.
— ?Que le pasa? — dijo Petrov, perdiendo momentaneamente los estribos —. ?Que, quiere burlarse de mi? Que edificio… ?El rojo! ?Ese mismo! Estaba alli, en la mismisima calle Mayor, la gente estaba entrando en el mientras usted bebia el te y se dedicaba a torturar a una vieja idiota.
— ?Un momento, un momento! — dijo Andrei, sacando de una carpeta un plano de la ciudad —. ?Donde lo vio? ?Cuando?
— Pues ahora mismo, cuando me traian para aca. Le dije a ese imbecil: «?Detente!», pero no me hizo caso. Le dije al agente de guardia: llame a la policia para que envie una patrulla, pero no movio ni un dedo.
— ?Donde vio el edificio? ?En que direccion?
— ?Sabe donde esta la sinagoga?
— Si — dijo Andrei, buscando la sinagoga en el mapa.
— Pues entre la sinagoga y el cine ese, el que esta a punto de venirse abajo.
En el mapa, entre la sinagoga y la sala cinematografica “Nueva Ilusion”, aparecia una plaza con una fuente y un area de juegos infantiles. Andrei mordio el extremo del lapiz.
— ?Y cuando lo vio?
— A las doce y veinte — respondio Petrov, sombrio —. Ahora es casi la una. ?Cree que lo va a esperar? En otras ocasiones he vuelto quince, veinte minutos despues, y ya no estaba, y ahora… — Hizo un ademan de desesperacion.
— Una moto con sidecar y un agente — ordeno Andrei por telefono —. Ahora mismo.
DOS
La moto volaba por la calle Mayor, saltando sobre el pavimento agujereado. Andrei, encorvado, escondia el rostro tras el parabrisas del sidecar, pero el viento lo atravesaba de todos modos. Tuvo que ponerse el capote.
De vez en cuando los locos, azules de frio, saltaban de las aceras y corrian al encuentro de la moto retorciendose y dando brincos, y gritaban algo que no se lograba oir por el estruendo del motor. El policia frenaba, soltaba entre dientes un par de tacos, eludia aquellas manos ansiosas y extendidas hacia el, atravesaba la cadena de capuchones peludos y aceleraba de nuevo, de tal manera que Andrei se sentia empujado hacia atras.
No habia nadie en la calle aparte de los locos. Solo se tropezaron una vez con un coche patrulla que se movia lentamente con un farol naranja sobre el techo, y en la plaza frente a la alcaldia vieron a un enorme babuino que corria con torpeza. El mono huia a toda velocidad, seguido por hombres sin afeitar, enfundados en pijamas a rayas, que se reian y lanzaban sonoros gemidos. Andrei volvio la cabeza y vio que habian logrado pillar al babuino. Lo tiraron al suelo, lo agarraron por las patas traseras y delanteras, y se pusieron a mecerlo ritmicamente, mientras cantaban una lugubre tonada funeraria.
Seguian adelante, dejando atras las escasas farolas, las manzanas a oscuras, como muertas, sin ninguna luz. Mas adelante aparecio la mole difusa y amarillenta de la sinagoga, y Andrei vio el Edificio.
Se erguia, firme y seguro, como si ocupara desde siempre, desde muchas decadas atras, aquel espacio entre la pared de la sinagoga, llena de pintadas de esvasticas, y el cine desvencijado, que la semana anterior habia sido multado por mostrar, de madrugada, peliculas pornograficas. Se erguia en el mismo lugar donde el dia anterior crecian arboles raquiticos, y una fuente miserable regaba una enorme y horrible plazoleta de cemento, mientras los ninos se balanceaban en los columpios, gritando y levantando las piernas.
Era en realidad rojo, de ladrillo, con cuatro plantas. Las ventanas del piso inferior estaban cubiertas por persianas, y en el segundo y tercer piso, se veia luz en algunas de ellas. La azotea estaba cubierta por planchas de metal galvanizado, y junto a la unica chimenea se erguia una extrana antena con varios travesanos. Cuatro escalones de piedra conducian a la puerta principal, donde brillaba un picaporte de cobre, y mientras mas miraba Andrei aquel edificio, con mas claridad resonaba en sus oidos una melodia solemne y lugubre, y recordo que muchos de los testigos, en sus declaraciones, habian dicho que en el Edificio tocaban musica…
Andrei se coloco bien la visera de la gorra para que no le tapara los ojos, e intercambio una mirada con el policia de la moto. El obeso agente permanecia sobre el vehiculo, cenudo y con la cabeza metida dentro del cuello levantado del capote, y fumaba sin mucho interes, con el cigarrillo entre los dientes.
— ?Lo ves? — pregunto Andrei a media voz.
— ?Que? — El gordo volvio trabajosamente la cabeza y se desabrocho el cuello.
— Digo que si ves el edificio — pregunto Andrei con irritacion.
— No soy ciego — replico el policia, sombrio.
— ?Lo habias visto antes aqui?
— No — dijo el policia —. Nunca lo he visto aqui. En otros sitios, si. ?Y que tiene de raro? Aqui por la noche se ven cosas peores.
En los oidos de Andrei la musica retumbaba con tal fuerza tragica que ni siquiera lograba oir bien al policia. Se celebraba un entierro grandioso, miles de personas lloraban mientras acompanaban a sus familiares y seres queridos, y la musica atronadora no les permitia recobrar la calma, resignarse, desconectar…
Entonces, Andrei miro a lo largo de la calle Mayor, primero a la derecha, despues a la izquierda, y solo vio una densa niebla; por si acaso, se despidio de todo aquello y puso su mano enguantada sobre el picaporte de cobre cincelado.
Al otro lado de la puerta habia un pequeno vestibulo silencioso, iluminado apenas por una luz amarillenta, y en los colgadores se veian montones de capotes, abrigos e impermeables. El suelo estaba cubierto por una alfombra gastada de la que casi habia desaparecido el dibujo, y frente a el habia unas amplias escaleras de marmol con una gruesa alfombra central, que se agarraba a los peldanos mediante varillas metalicas muy pulidas. En las paredes habia cuadros, y a la derecha, tras una mampara de roble, habia algo mas.
— Suba, por favor… — susurro alguien que llego a su lado y le quito de las manos la carpeta.
Andrei no pudo ver con detalle nada de aquello, se lo impedia la visera de la gorra, que constantemente le caia sobre los ojos, de manera que solo podia distinguir lo que tenia bajo los pies. En las escaleras, a medio camino, penso que hubiera debido entregar la maldita gorra en el guardarropa al tipo aquel lleno de galones dorados, con patillas que le llegaban hasta el ombligo, pero ya era tarde: todo alli estaba disenado de manera que las cosas se hicieran en su momento o no se hicieran nunca, y no era posible rehacer ninguno de sus actos, ninguna jugada. Y con un suspiro de alivio subio el ultimo peldano y se quito la gorra.
Cuando aparecio en la puerta, todos se pusieron de pie, pero el no miro a nadie. Solo veia a su adversario,