aqui han hablado demasiado sobre los soldados precisamente aquellas personas que no tienen ningun vinculo oficial con ellos.
— Sobre los soldados han hablado personas — lo interrumpio Quejada —, que trabajan, comen y duermen todos los dias junto con ellos.
En el silencio que siguio se oyo un ligero chirrido proveniente del butacon de piel: el coronel se sento, muy derecho. Se mantuvo callado un rato. La puerta se abrio lentamente y Ellizauer regreso a su lugar con una expresion de confusion y culpa, haciendo una leve reverencia sobre la marcha.
«Sigue — penso Andrei, mirando fijamente al coronel —. ?Sigue dandole! ?Cortale los bigotes! ?Rompele la cara!»
— Debo tambien pedirle — prosiguio, finalmente, el coronel — que preste su atencion, consejero, al hecho de que en una parte de la plana mayor se ha detectado hoy una clara simpatia, y mas aun, complicidad, con estados de animo totalmente comprensibles y habituales, pero totalmente indeseables, de los niveles inferiores del ejercito. Como oficial superior, declaro lo siguiente: si la simpatia y la complicidad antes mencionadas adquieren algun tipo de manifestacion practica, actuare contra los complices y simpatizantes como esta estipulado en condiciones de campana. En lo restante, senor consejero, tengo el honor de asegurarle que el ejercito sigue dispuesto a cumplir todas sus ordenes.
Andrei suspiro muy quedamente y miro satisfecho a Quejada que, con una sonrisa torcida, encendia un cigarrillo con la colilla del anterior. Ellizauer ni se veia.
— ?Y como se actua contra los complices y simpatizantes en condiciones de campana? — pregunto con enorme curiosidad Izya, que tambien se veia muy satisfecho.
— Se los lleva a la horca — fue la seca respuesta del coronel.
De nuevo se hizo el silencio.
«Asi son las cosas — penso Andrei —. Espero que todo le haya quedado claro, senor Quejada. ?O aun tendra alguna pregunta? No, claro que ya no tiene ninguna pregunta, que va. ?El ejercito! El ejercito lo decide todo, amiguitos. Pero, sea como sea, no entiendo nada. ?Por que esta tan seguro? ?No se tratara solo de una mascara, coronel? Yo tambien tengo aspecto de estar bastante seguro. En todo caso, ese debe ser mi aspecto. Obligatoriamente.»
Miro al coronel de reojo. Seguia sentado, muy erguido, con la pipa apagada entre los dientes. Y estaba muy palido. Quiza fuera solo a causa de la ira. «Todo se va al diablo, al diablo — penso Andrei con panico —. ?Un largo receso! ?Enseguida! Y que Katzman me consiga agua. Mucha agua. Para el coronel. Solo para el coronel. Y desde esta misma noche, ?doble racion de agua para el coronel!»
Ellizauer, todo torcido, asomo detras del grueso hombro de Quejada.
— Perdoneme… Tengo necesidad… — mascullo, lastimero —. De nuevo…
— Sientese — le dijo Andrei —. Ahora terminamos. — Se reclino en el butacon y se agarro de los brazos —. La orden para el dia de manana: haremos una parada prolongada. Ellizauer, todas las fuerzas se destinaran a la reparacion del tractor. Le doy un plazo de tres dias, cumpla con el trabajo en ese plazo. Quejada, manana, ocupese todo el dia de los enfermos. Pasado manana, dispongase a tomar parte conmigo en una exploracion en profundidad, Katzman, usted viene con nosotros… ?Agua! — Golpeo la mesa con un dedo —. ?Necesito agua, Katzman! ?Senor coronel! Le ordeno que manana descanse. Pasado manana tomara el mando del campamento. Es todo, senores. Estan libres.
DOS
Iluminando el camino con la linterna. Andrei subio con prisa al piso siguiente, el quinto al parecer. «Demonios, no llego…» Se detuvo, todo en tension, esperando a que se le pasara el dolor agudo. En el vientre, algo se revolvio con un grunido, y de repente se sintio mejor. Los muy puneteros, todos los pisos estaban llenos de cagadas, no habia donde poner el pie. Llego hasta el descansillo y empujo la primera puerta que encontro, que se abrio con un chirrido. Andrei entro y olfateo. Al parecer no habia nada… Ilumino con la linterna. Sobre el parque reseco, junto a la puerta, habia huesos blanquecinos entre harapos, una calavera rodeada por mechones de cabellos mostraba los dientes. Estaba claro: echaron un vistazo, pero se asustaron… Moviendo los pies con dificultad. Andrei siguio por el pasillo casi a la carrera.
«Un salon… Diablos, algo parecido a un dormitorio… ?Donde estara el retrete? Ah, ahi…»
Despues, ya mas tranquilo a pesar de que el dolor de vientre no habia desaparecido del todo, cubierto totalmente de un sudor frio y pegajoso, se abotono los pantalones en la oscuridad y volvio a sacar la linterna del bolsillo. El Mudo seguia alli, con el hombro recostado en un armario de una altura infinita, con las manos blancas metidas bajo el ancho cinturon.
— ?De centinela? — le pregunto Andrei, distraido y bonachon —. Bien, vigila para que no aparezca nadie y me reviente la cabeza, ?que ibas a hacer entonces?
Se descubrio pensando que habia adquirido la costumbre de conversar con aquel extrano hombre como si se tratara de un perro enorme, y la idea le produjo incomodidad. Amistoso, palmeo el hombro frio y desnudo del Mudo y siguio recorriendo el piso sin prisa, alumbrando con la linterna a izquierda y derecha. Detras, sin acercarse ni alejarse, se oian los pasos suaves del Mudo.
Aquel piso era todavia mas lujoso. Multitud de habitaciones llenas de pesados muebles antiguos, enormes lamparas de techo, gigantescos cuadros ennegrecidos en marcos como los de un museo. Pero casi todos los muebles estaban rotos: les habian arrancado los brazos a los sillones, las sillas yacian sin patas ni respaldos, las puertas de los armarios estaban arrancadas.
«Habran cogido los muebles para la calefaccion — penso Andrei —. ?Con semejante calor? Que raro…»
En general, la casa era un poco extrana, no resultaba dificil entender a los soldados. Algunos pisos estaban abiertos de par en par, totalmente vacios, no quedaba nada que no fueran paredes desnudas. Otros pisos estaban cerrados por dentro, a veces con los muebles formando barricadas, y si se lograba forzar la entrada, alli habia huesos humanos por el suelo. Lo mismo ocurria en otros edificios cercanos, y se podia suponer que encontrarian lo mismo en los demas edificios de aquella manzana.
Aquello no guardaba la menor relacion con nada conocido y ni siquiera Izya Katzman habia logrado aventurar una explicacion logica de la razon que habia hecho huir a unos habitantes de aquellos edificios, llevandose consigo todo lo que fueron capaces de cargar, libros incluso, mientras que otros se habian atrincherado en sus viviendas para morir alli, al parecer de hambre y sed. O quiza de frio: en algunos pisos habian encontrado lastimeras imitaciones de estufas, en otros habian encendido fuego directamente sobre el suelo o sobre planchas de hierro oxidado, seguramente arrancadas de las azoteas.
— ?Entiendes que ha ocurrido aqui? — le pregunto Andrei al Mudo.
El hombre nego lentamente con la cabeza.
— ?Habias estado aqui alguna vez?
El Mudo asintio.
— Entonces, ?vivia gente aqui?
— Entendido… — mascullo Andrei, intentando descifrar el contenido de un cuadro ennegrecido. Al parecer, era algo asi como un retrato. Una mujer…
— ?Es un lugar peligroso? — pregunto.
El Mudo lo miro con ojos que se habian quedado inmoviles.
— ?Entiendes la pregunta?
— ?Puedes responder?
— Bueno, gracias de todos modos — dijo Andrei, pensativo —. Entonces, puede que no sea nada. Esta bien, volvamos a casa.
Volvieron al segundo piso. El Mudo permanecio en su rincon y Andrei fue a su habitacion. El coreano Pak lo