apoyaba los codos y el trasero comenzaron a vibrar, como si hubiera una linea ferrea no muy lejos y en ese momento estuviera pasando un tren, un convoy pesado de mercancias. De repente, el Mudo abrio mucho los ojos, volvio la cabeza y se puso a escuchar, con atencion y alarma.

Andrei recogio las piernas lentamente y se puso en pie, con el fusil automatico en las manos. El Mudo se levanto junto con el, mirandolo de reojo y sin dejar de atender al sonido.

Con el fusil preparado. Andrei corrio silenciosamente hacia las puertas y miro fuera, sigiloso. El aire ardiente y polvoriento le quemo la cara. La calle seguia como antes: amarillenta, caldeada y desierta. Solo habia desaparecido aquel silencio algodonoso. Un enorme y lejano mazo continuaba golpeando el pavimento con triste regularidad, y aquellos golpes se aproximaban perceptiblemente. Eran golpes pesados, demoledores, que convertian los adoquines del pavimento en gravilla.

Un escaparate rajado se derrumbo con estruendo en el edificio de enfrente. Andrei, sorprendido, retrocedio de un salto, pero recobro el control enseguida, se mordio el labio y llevo una bala a la recamara del fusil. «El diablo me ha traido a este sitio», dijo para sus adentros en un lugar recondito de la conciencia.

El mazo seguia acercandose, y era imposible detectar de donde venia, pero los golpes eran cada vez mas fuertes, mas sonoros, y en ellos se percibia una autoridad indoblegable e ineludible. «Los pasos del destino», le paso por la cabeza a Andrei. Confuso, se volvio y busco con la vista al Mudo. La sorpresa lo estremecio. El Mudo se recostaba con un hombro en la pared, y absorto en su tarea, se cortaba la una del menique de la mano izquierda con el sable de campana. Su expresion era de total indiferencia, de aburrimiento incluso.

— ?Que haces? — pregunto Andrei con voz ronca —. ?A que te dedicas?

El Mudo lo miro, asintio con la cabeza y siguio cortandose la una. Bum, bum, bum, se oia cada vez mas cerca, y el suelo temblaba bajo los pies. Y, de repente, se hizo el silencio. Andrei volvio a mirar por la puerta. Vio que en el cruce mas cercano se erguia una silueta oscura, cuya cabeza llegaba a la altura de una tercera planta. La estatua. La antigua estatua metalica. El mismo tipo con cara de sapo, pero ahora estaba erguido, estirado, en tension, con la mandibula cuadrada hacia el cielo, una mano a la espalda y la otra alzada, amenazando o senalando al firmamento con el dedo indice extendido.

Andrei, paralizado como en una pesadilla, contemplaba aquella escena delirante. Pero sabia que no se trataba de un delirio. La estatua era como todas, una absurda estructura metalica, cubierta por una costra o un oxido negro, erigida en un lugar absurdo… Su silueta temblaba y oscilaba en el aire caliente que subia del pavimento, igual que las siluetas de los edificios mas lejanos de la calle.

Andrei sintio una mano en el hombro y miro atras. El Mudo sonreia y movia la cabeza como tratando de tranquilizarlo. De nuevo, se oyo el sonido en la calle: bum, bum, bum. El Mudo no le quitaba la mano del hombro, lo apretaba, lo acariciaba, le pellizcaba los musculos con dedos carinosos. Andrei se aparto con brusquedad y volvio a mirar hacia fuera. La estatua habia desaparecido. Y, de nuevo, reino el silencio.

Entonces, Andrei aparto al Mudo, y con piernas que estaban a punto de traicionarlo, subio corriendo las escaleras hacia el lugar donde seguian zumbando las voces como si nada.

— ?Basta! — grito, irrumpiendo en la biblioteca —. ?Larguemonos de aqui!

Estaba totalmente ronco y no lo oyeron. O quiza si, pero no le prestaron atencion. Estaban ocupados. El recinto era enorme, se perdia a lo lejos quien sabe donde, las estanterias llenas de libros amortiguaban los sonidos. Uno de los estantes habia caido, los libros formaban un monton en el suelo, y alli estaban Izya y Pak revisandolos, muy alegres, animados, satisfechos, sudorosos. Andrei pisoteo los tomos, llego junto a ellos, los agarro por el cuello de la camisa y los hizo levantarse.

— Vamonos de aqui — dijo —. Ya basta. Vamonos.

Izya lo miro con ojos turbios, se solto de un tiron y al momento volvio en si. Sus ojos examinaron a Andrei de pies a cabeza.

— ?Que te pasa? — pregunto —. ?Ha ocurrido algo?

— No ha ocurrido nada — dijo Andrei con rabia —. No sigais registrando este sitio. ?Adonde queriais ir? ?Al panteon? Pues vamos al panteon.

Pak se revolvio con delicadeza y tosio, para que Andrei le soltara el cuello de la camisa.

— ?Sabes que hemos hallado aqui? — empezo a decir Izya con entusiasmo, pero se interrumpio —. Oye, ?que ha pasado?

Andrei habia logrado serenarse. Todo lo ocurrido alla abajo parecia totalmente absurdo e imposible aqui, en este salon severo y sofocante, bajo la mirada indagadora de Izya, junto al correcto e imperturbable Pak.

— No podemos emplear tanto tiempo en un objetivo — dijo, frunciendo el ceno —. Tenemos un dia nada mas. Vamonos. — ?Una biblioteca no es un objetivo habitual! — replico Izya al instante —. Es la primera que hemos encontrado en todo el recorrido. Oye, estas muy palido. ?Que es lo que ha pasado?

Andrei seguia sin decidirse a contarlo. No sabia como.

— Vamonos — gruno, se volvio y echo a andar hacia la salida, pisoteando los libros.

Izya lo alcanzo, lo agarro del brazo y siguio caminando a su lado. El Mudo, en la puerta, se aparto para dejarlos pasar. Andrei seguia sin saber como empezar. Todos los comienzos y todas las palabras parecian idiotas. Despues, recordo el diario.

— Ayer me leias un diario… — logro decir, mientras bajaban las escaleras —. El diario de ese… del que se ahorco.

— ?Si?

— ?Pues si!

— ?Rizos? — Izya se detuvo.

— ?Es posible que no oyerais nada? — dijo Andrei, desesperado.

Izya nego, sacudiendo la barba de un lado a otro.

— Seguro que nos distrajimos — respondio Pak en voz baja —. Estabamos discutiendo.

— Obsesos — dijo Andrei. Suspiro con un espasmo, volvio la cabeza para mirar al Mudo y, finalmente, explico —: La estatua. Vino y se marcho. Se pasean por la ciudad como si estuvieran vivas… — Callo.

— ?Y…? — pregunto Izya, impaciente.

— ?Como que «y»? ?Eso es todo!

— ?Y que? — dijo Izya. En su rostro preocupado aparecio una expresion de desencanto —. La estatua… Tambien estuvo paseandose de madrugada.

Andrei abrio la boca y volvio a cerrarla.

— Los ferrocefalos — intervino Pak —. Al parecer, esa leyenda surgio exactamente aqui…

Andrei, incapaz de pronunciar palabra, miraba alternativamente a Izya y a Pak. Izya, con los labios fruncidos, como si por fin se hubiera dado cuenta, intentaba acariciar la mano de Andrei; y Pak, que obviamente consideraba que todas las explicaciones necesarias habian sido dadas, miraba de reojo por encima del hombro hacia la puerta de la biblioteca.

— Vaya… — logro pronunciar Andrei —. Que encantador. ?Quiere decir que habeis creido sin mas esa leyenda?

— Oye, calmate, por favor — dijo Izya, que habia logrado agarrarle la manga —. Claro que la creimos, ?por que no ibamos a hacerlo? El Experimento, de cualquier manera, sigue siendo el Experimento. Con nuestras peleas y diarreas, lo hemos olvidado, pero en verdad… ?Y que hay de raro en eso? Una estatua, y anda. ?Y aqui tenemos una biblioteca! Lo mas curioso es lo que hemos descubierto: la gente que vivia aqui eran nuestros contemporaneos, del siglo veinte…

— Esta claro — dijo Andrei —. Sueltame la manga.

Percibia, con toda nitidez, que habia hecho el tonto. Por cierto, aquellos dos no habian visto bien la estatua.

«Veremos lo que haran cuando la vean. Aunque es verdad que el Mudo tambien se comporto de manera extrana…»

— No me convencen — dijo —. Ahora no tenemos tiempo para ocuparnos de esa biblioteca. Cuando pasemos por aqui con los tractores, pueden llenar un remolque entero. Pero ahora nos vamos. Prometi que regresaria antes de la oscuridad.

— De acuerdo — dijo Izya, en tono tranquilizador —. Esta bien, vamonos. Vamonos.

«Pues si — se dijo Andrei, corriendo escaleras abajo —. Como me comporto asi — penso, incomodo, mientras abria de par en par las puertas de la entrada y salia el primero a la calle para que nadie pudiera mirarlo

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