con la cabeza canosa apoyada en el pavimento, yacia Dagan, tambien en su guerrera de gala, apretando en la mano el baston partido del coronel.
Y eso era todo. Seis soldados, entre los que estaba Chnoupek, el ingeniero Quejada, la prostituta llamada Lagarta y el segundo tractor con el otro remolque habian desaparecido. Quedaban los cadaveres, varios equipos de prospeccion geologica tirados en un monton, varios fusiles automaticos… Y el hedor. Y un hollin grasiento. Y la peste asfixiante a carne quemada proveniente del remolque que no terminaba de arder. Andrei entro corriendo en su habitacion, se dejo caer en el butacon y, con un gemido, se cubrio el rostro con las manos. Todo habia terminado. Para siempre. Y no habia manera de evitar el dolor, la verguenza, la muerte…
«Yo los traje hasta aqui — penso —. Yo los abandone como un cobarde, como un canalla. Queria descansar. Descansar un momento de sus jetas, de su mal olor, miserable mocoso. ?Coronel, ay, coronel! ?No debio morir, no! Si yo no me hubiera ido, el no hubiera muerto. Si el no hubiera muerto, aqui nadie se habria atrevido a nada. Bestias, bestias… ?Hienas! ?Tenia que haberlos fusilado! — Solto un largo gemido y se froto la mejilla humeda con la manga —. Ah, me refrescaba en una biblioteca. Le soltaba discursitos a las estatuas. Estupido, charlatan, lo echaste todo a perder, acabaste con todo… ?Ahora muerete, canalla! Nadie llorara por ti. ?Quien cono te necesita en ese estado? Ha sido terrible, terrible… Se persiguieron, se tirotearon, remataron a los caidos, dispararon a los muertos, llevaron a gente a fusilar, a patadas, a gritos. ?Hasta donde hemos llegado, muchachos, eh! ?Hasta donde os hice llegar! ?Y para que? ?Para que?»
Golpeo la mesa con los punos muy apretados, se irguio, se seco el rostro con la mano. Podia oir al otro lado de la puerta el llanto y los gemidos confusos de Izya, y los arrullos del Mudo, como los de una paloma, que intentaba tranquilizarlo.
«No quiero vivir — penso Andrei —. No quiero. Que todo esto se vaya al infierno.» Se levanto de la mesa para ir en busca de Izya, de la gente, y de repente vio alli delante, abierto, el libro de bitacora de la expedicion. Lo aparto de si con asco, pero al instante se dio cuenta de que la ultima pagina habia sido escrita por otro. Se sento y comenzo a leer.
Quejada habia escrito:
A continuacion aparecian los datos habituales sobre consumo de alimentos y agua, la temperatura, la velocidad del viento, asi como la orden por la que se designaba al sargento Fogel como vicejefe militar de la expedicion, y una amonestacion al vicejefe tecnico Ellizauer por su lentitud, seguida por la orden de acelerar al maximo la reparacion del segundo tractor.
Mas adelante, Quejada habia anotado:
Andrei releyo las notas. «Si. Quejada, eso era lo que tu querias. Cosechaste lo que habias sembrado. Y yo, acusando siempre a Pak, que estupido, que Dios lo tenga en la gloria… — Se mordio el labio y cerro los ojos, y de nuevo, delante de el, aparecio el cuerpo hinchado, enfundado en la chaqueta azul de sarga. De repente, se dio cuenta: trigesimo segundo dia —. ?Como que el trigesimo segundo dia? ?El trigesimo!
Ayer hice la anotacion correspondiente al vigesimo octavo… — Presuroso, paso la pagina —. Si. El vigesimo octavo… Y esos cadaveres hinchados llevaban alli varios dias. Dios, ?que es esto? Uno, dos… ?Que dia es hoy? ?Si hemos partido hoy mismo por la manana!»
Recordo la plaza ardiente, llena de pedestales vacios, y la oscuridad gelida del panteon, y las estatuas ciegas tras la mesa infinita… Eso habia ocurrido tiempo atras. Mucho tiempo atras.
«Si. Entonces, una fuerza malevola me enredo, me mareo, me atonto, me narcotizo… Hubiera podido regresar ese dia, habria encontrado vivo al coronel, no habria permitido…»
La puerta se abrio de par en par y entro un Izya que no se parecia a si mismo: reseco, con una larga cara huesuda, sombrio, rabioso, como si quien llorara y gimiera como una mujer pocos momentos antes no hubiera sido el. Tiro su mochila medio vacia a un rincon y se sento en un butacon frente a Andrei.
— Los cadaveres son, por lo menos, de hace tres dias — dijo —. ?Entiendes que esta ocurriendo?
Sin decir palabra, Andrei empujo hacia el por encima de la mesa el libro de bitacora. Izya lo agarro ansioso, devoro las notas en un santiamen y levanto unos ojos enrojecidos hacia Andrei.
— El Experimento es el Experimento — dijo este, con una sonrisa retorcida.
— Y una m-mierda… — dijo Izya, con odio y asco. Releyo las notas y tiro el libro sobre la mesa —. ?Hijos de perra!
— En mi opinion, nos liaron en la plaza. Donde estaban los pedestales.
Izya asintio, se recosto en el butacon, levanto la barba y cerro los ojos.
— ?Y que vamos a hacer, consejero? — pregunto, Andrei callaba —. ?No se te vaya a ocurrir pegarte un tiro! — dijo Izya —. Te conozco, joven comunista… aguilucho.
Andrei solto una risita amarga y se arreglo el cuello de la camisa.
— Escucha — musito —. Vamonos a otra parte…
Izya abrio los ojos y los clavo en Andrei.
— Ese olor que entra por la ventana — explico Andrei con dificultad —. No lo resisto…
— Vamos a mi habitacion.
En el pasillo, el Mudo se levanto al verlos. Andrei lo tomo por el musculoso brazo desnudo y lo llevo con ellos. Los tres entraron en la habitacion de Izya. Alli las ventanas daban a otra calle. A lo lejos, por encima de las azoteas, se divisaba la Pared Amarilla. No se percibia ningun hedor, hacia hasta un poco de fresco, pero no quedaba sitio para sentarse, todo estaba cubierto de papeles y libros.
— En el suelo, sentaos en el suelo — dijo Izya, y se dejo caer sobre su cama, sucia y en desorden —. Pensemos algo. No tengo intencion de morirme. Aun tengo muchas cosas que hacer por aqui.
— Pensar, ?que? — replico Andrei, sombrio —. Da igual. No hay agua, se la llevaron, y la comida ardio. No podemos regresar, nunca lograriamos atravesar el desierto… Aunque alcanzaramos a esos miserables… No, no los podemos alcanzar, han transcurrido varios dias… — Callo un instante —. Si encontraramos agua… ?Esta muy lejos ese acueducto del que hablabas? — Veinte kilometros. O treinta.
— Si vamos de noche, cuando hace frio…
— No se puede ir de noche — dijo Izya —. Esta oscuro. Y los lobos…
— Aqui no hay lobos — replico Andrei.
— ?Como lo sabes?
— Pues entonces es mejor que nos peguemos un tiro.
Andrei sabia ya que no se pegaria un tiro. Queria vivir. Nunca antes habia sabido que se podia desear la vida con tanta fuerza.
— Esta bien. Hablemos en serio.
— Hablo en serio. Quiero vivir. Y sobrevivire. Ahora, todo me da igual. Quedamos tu y yo solamente, ?lo entiendes? Nosotros debemos sobrevivir, eso es todo. Y que ellos se vayan a hacer punetas. Simplemente, encontraremos agua y nos quedaremos a vivir donde la encontremos.
— Correcto — dijo Izya, se sento en la cama, metio una mano bajo la camisa y se puso a rascarse —. Por el dia, beberemos agua, y por la noche te dare por el saco…
— ?Tienes otra propuesta? — pregunto Andrei mirandolo, sin entender.