— ?Cuando se fue Pak? — pregunto Andrei mientras examinaba las galletas, buscando por donde era mejor meterle el diente.
— Casi enseguida — dijo Izya con la boca llena —. Estuvimos viendo el panteon, no descubrimos nada interesante y el se marcho.
— Que lastima — dijo Andrei, que ya se habia dado cuenta de que era lo que lo inquietaba.
— ?Lastima, por que?
Andrei no respondio.
CUATRO
Pak no estaba en la biblioteca. Por supuesto, no se le habia ocurrido ni pasar por alli. Como antes, los libros seguian amontonados sobre el suelo.
— Que raro… — dijo Izya, moviendo confuso la cabeza de un lado a otro —. Me dijo que separaria los libros de sociologia.
— «Me dijo, me dijo» — mascullo Andrei.
Pateo con la punta del zapato un grueso tomo con el que acababa de tropezar, se dio la vuelta y bajo corriendo las escaleras.
«A fin de cuentas, nos engano. Nos engano el maldito. El judio del Lejano Oriente.» Andrei no acababa de darse cuenta de cual era la picardia del judio del Lejano Oriente, pero con todas las fibras de su alma percibia que los habia enganado.
Caminaban pegados a la pared, Andrei por el lado derecho de la calle, el Mudo, que tambien se habia dado cuenta de que todo estaba mal, por el lado izquierdo. Izya estuvo a punto de seguir por el centro, pero Andrei le pego tal grito que el archivero regreso junto a el precipitadamente y siguio caminando mientras grunia de indignacion y resoplaba con desprecio. La visibilidad era de unos cincuenta metros, y mas adelante la calle parecia estar en una pecera donde todo temblaba sin definicion, emitia destellos y hasta parecia que unas algas se elevaban sobre el pavimento.
Cuando llegaron a la altura del cine, el Mudo se detuvo repentinamente. Andrei, que lo vigilaba de reojo, tambien se detuvo. El Mudo permanecio de pie, inmovil, como escuchando algo con atencion, con el sable desnudo en la mano.
— Huele a chamusquina — pronuncio Izya en voz baja, detras de Andrei.
Y en ese momento, el mismo percibio el olor. «Era eso», penso, apretando los dientes.
El Mudo levanto la mano con el sable, senalo la calle y siguio caminando. Dejaron atras otros doscientos metros, caminando con todas las precauciones. El olor a chamusquina se hacia cada vez mas fuerte. Era un olor a metal ardiente, a trapos chamuscados, a petroleo quemado, al que se sumaban otros, dulzones, casi sabrosos.
«?Que habra ocurrido aqui? — penso Andrei, apretando las mandibulas hasta dolerle —. ?Que habra hecho? — repetia, angustiado —. ?Que sera lo que arde? Porque es alli donde algo se quema, sin lugar a dudas…» Y, en ese momento, diviso a Pak.
Penso al instante que se trataba de Pak porque el cadaver llevaba la conocida chaqueta de sarga azul descolorida. En el campamento nadie tenia una chaqueta semejante. El coreano yacia en una esquina con las piernas bien abiertas y la cabeza reposaba sobre el rudimentario fusil de canon corto. El arma apuntaba a lo largo de la calle, en direccion al campamento. Pak parecia inusitadamente grueso, como hinchado, y sus manos estaban relucientes, de un color azul negruzco.
Andrei no habia tenido tiempo de entender a ciencia cierta lo que en realidad estaba viendo, cuando Izya lo aparto con un cloqueo, le piso un pie y echo a correr, atraveso la calle y cayo de rodillas junto al cadaver. Andrei trago en seco y miro hacia el Mudo, que agitaba la cabeza energicamente y senalaba calle abajo con el sable corto. Alli, casi al final de su campo de vision. Andrei diviso otro cuerpo. Alguien yacia en medio de la calle, tambien grueso y negro, y a traves de la calina podia verse como se elevaba sobre las azoteas una columna de humo gris, distorsionada por la refraccion.
Andrei atraveso la calle y bajo el fusil. Izya se habia puesto de pie, y al acercarse, Andrei entendio por que: del cadaver con chaqueta azul de sarga salia un insoportable hedor, dulzon y nauseabundo.
— Dios mio — balbuceo Izya, volviendo hacia Andrei el rostro totalmente sudado y demacrado —. Miserables, lo han matado… El valia mas que todos ellos juntos.
De un rapido vistazo, Andrei examino aquel horrible cuerpo hinchado que yacia a sus pies, con una ulcera negra en lugar de nuca. El sol daba un reflejo mate sobre los cartuchos de cobre dispersos por el suelo, Andrei rodeo a Izya, y ya sin ocultarse echo a andar a lo largo de la calle hacia el proximo cuerpo hinchado, junto al que se agachaba el Mudo.
Yacia de espaldas, y aunque su rostro estaba muy ennegrecido e inflamado. Andrei pudo reconocerlo: era uno de los geologos, el sustituto de Quejada. Ted Kaminski. Lo mas horrible era que solo llevaba los calzoncillos y una chaqueta enguatada de algodon, como las de los choferes. Al parecer, le habian disparado por la espalda y la rafaga lo habia atravesado: por delante, la chaqueta mostraba una serie de agujeros de los que salian jirones de guata gris. A unos cinco pasos yacia un fusil automatico sin cargador.
El Mudo toco el hombro de Andrei y senalo hacia delante. Alli, al lado derecho de la calle, recostado en la pared, yacia otro cadaver. Se parecia a Permiak. Lo habian alcanzado, al parecer, en el centro de la calle, alli se veia aun sobre los adoquines una mancha negra reseca.
Se habia arrastrado hasta la pared, dejando un espeso rastro negro y alli habia muerto, con la cabeza torcida y abrazandose con todas sus fuerzas el vientre, destrozado por las balas.
Se habian matado entre si, presa de un ataque incontenible de ferocidad, como carniceros enloquecidos, como tarantulas enfurecidas, como ratas a las que el hambre les habia hecho perder la cabeza. Como seres humanos.
Atravesado en el medio de un callejon sin pavimentar, vecino al campamento, sobre un monton de excrementos, yacia Tevosian. Habia corrido en pos del tractor que se dirigio por aquel callejon en direccion al precipicio, levantando la tierra endurecida con sus orugas. Tevosian habia corrido en pos del tractor desde el campamento mismo, disparando sobre la marcha, y desde el tractor respondieron a sus disparos, y en esa misma esquina, donde aquella noche se erguia la estatua con la jeta de sapo, le habian dado y el quedo alli, mostrando sus dientes amarillentos, enfundado en su guerrera militar manchada de polvo, excrementos y sangre. Pero antes de morir, o quiza despues, el tambien habia hecho blanco: a medio camino del precipicio, con los dedos clavados en la tierra levantada por las orugas, se veia la mole del sargento Fogel. Mas adelante el tractor habia continuado sin el hasta el precipicio mismo, y despues habia caido al abismo.
El remolque terminaba lentamente de arder en el campamento. Unas llamitas color naranja corrian por los bidones ennegrecidos por el calor, abollados y llenos de agujeros de bala, y borbotones de humo negro se elevaban lentamente hacia un cielo mate. Del monton carbonizado sobre el remolque sobresalian las piernas de alguien, y de alli brotaba aquel mismo olor apetitoso que entonces daba nauseas.
El cadaver desnudo de Roulier colgaba de la ventana de los cartografos. Sus largos brazos peludos casi rozaban la acera, donde yacia un fusil automatico. Toda la pared alrededor de la ventana estaba destrozada por las balas, y al otro lado de la calle, abatidos por la misma rafaga, yacian uno sobre otro Vasilenko y Palotti. Junto a ellos no se veia ningun arma, y el rostro reseco de Vasilenko conservaba una expresion de susto y asombro total.
El segundo geologo, el segundo cartografo y Ellizauer, el jefe tecnico, habian sido fusilados ante la misma pared. Asi yacian, bajo una puerta acribillada a balazos. Ellizauer estaba en calzoncillos, los otros dos estaban desnudos.
Y en el mismo centro de aquella hecatombe apestosa, en el medio de la calle, sobre una larga mesa con patas de aluminio, cubierto con la bandera britanica, yacia serenamente, con los brazos cruzados sobre el pecho, el coronel Saint James, en su guerrera de gala, con todas sus condecoraciones, con la misma expresion seca, imperturbable de siempre, y hasta con una sonrisita ironica. Junto a el, recostado en una de las patas de la mesa,