que todo en el mundo tiene su precio — decia Izya mientras buscaba algo entre sus dientes con un dedo recien lavado —. Todos vuestros labradores, todos vuestros torneros, todas vuestras acerias, vuestras plantas petroquimicas, vuestro trigo de alto rendimiento, vuestros laseres y maseres, todo eso no es mas que mierda, abono. Todo pasa, a veces para siempre y sin dejar huella: otras, se transforma. Todo eso parece importante solo porque la mayoria lo considera importante. Y la mayoria lo considera importante porque aspira a llenarse la panza y a dar placer a la carne con el minimo esfuerzo. Pero, pensandolo bien, ?a quien le importa la mayoria? Personalmente, no tengo nada en contra, en cierto sentido soy la mayoria. Pero la mayoria no me interesa. La historia de la mayoria tiene su inicio y su final. Al inicio, la mayoria traga lo que le den. Y al final, se pasa todo el tiempo dedicada a elegir que elegir para comer, que elegir que no haya comido antes.

— Pero aun falta bastante para eso — dijo Andrei.

— No tanto como te imaginas — objeto Izya —. E incluso, si falta mucho, eso no es lo fundamental. Lo que importa es que haya un inicio y un final.

— Todo lo que tiene inicio, tiene final — dijo Andrei.

— Correcto, correcto — asintio Izya con impaciencia —. Pero hablo sobre la escala de la historia, no la escala del universo. La historia de la mayoria tiene inicio, pero la historia de la minoria termina solo con el universo.

— Eres un elitista asqueroso — le dijo Andrei, se levanto de su colchon y salto a la piscina. Estuvo nadando largo rato, resoplando en el agua fria y zambullendose hasta el fondo, donde el agua estaba helada, y alli se la tragaba, abriendo la boca como un pez.

«No, claro que no me la tragaba — penso —. Ahora me la tragaria con gusto. ?Con que gusto, Dios mio! Me tragaria toda la piscina. Y no le dejaria nada a Izya, que busque el deposito.»

A la derecha, entre las nubes amarillas y grises, aparecieron unas ruinas, un muro semiderruido sobre el que crecian arbustos polvorientos, y los restos de una deforme torre rectangular.

— Ahi tienes — dijo Andrei, deteniendose —. Y decias que nadie antes de nosotros…

— Nunca dije semejante cosa, cabeza de chorlito — mascullo Izya —. Yo decia…

— Oye, ?el deposito no estara aqui?

— Es muy posible — respondio Izya.

— Vamos a ver.

Dejaron caer los arreos y echaron a andar hacia las ruinas.

— ?Je! Un castillo normando. Siglo noveno…

— Agua, busca agua — dijo Andrei.

— ?Y dale con el agua! — dijo Izya, molesto. Abrio mucho los ojos, y con un gesto ya olvidado metio la mano bajo la barba para buscarse una verruga —. Los normandos… — balbuceo —. Mira eso… ?Como lograron atraerlos aqui? Que interesante.

Penetraron por un agujero en la muralla mientras los andrajos se les enredaban en los salientes de la piedra, y entraron en una zona en calma. En la lisa plaza rectangular se erguia una edificacion de poca altura, con el techo caido.

— La alianza entre la espada y la ira — mascullo Izya, mientras caminaba deprisa hacia el hueco de la puerta —. No entendia nada de eso, que demonios de alianza era esa… de donde venia esa espada… ?Acaso puede uno imaginarse algo semejante?

La casa estaba totalmente abandonada desde hacia mucho, muchisimo tiempo. Siglos. Las vigas caidas se mezclaban con restos de tablas podridas, provenientes de una mesa larguisima que iba de pared a pared. Todo estaba carcomido, podrido y cubierto de polvo, y a la izquierda, a todo lo largo de la pared, se extendian polvorientos bancos carcomidos. Sin dejar de mascullar, Izya se dedico a cavar en el monton de restos, mientras Andrei salio fuera y comenzo a caminar en torno a la casa.

Enseguida se tropezo con lo que alguna vez habia sido un deposito: una enorme hondonada redonda, con losas de piedra en las paredes. Ahora las losas estaban secas como el desierto, pero alli hubo agua alguna vez: la arcilla al borde de la hondonada era dura como el cemento, y conservaba huellas profundas de calzado y patas de perros. «Mal andamos», penso Andrei. El antiguo terror volvio a atenazarle el corazon y enseguida lo libero de nuevo: en el extremo opuesto de la hondonada se veian, aplastadas contra la arcilla en forma de estrella, las grandes hojas de una planta de ginseng. Andrei rodeo corriendo la hondonada, mientras buscaba la navaja en el bolsillo.

Resoplando, paso varios minutos hurgando con dedicacion en la arcilla petrificada, con la navaja y las unas, retirando los trozos antes de profundizar mas, y despues agarro con ambas manos la gruesa raiz principal (fria, humeda, potente), tiro de ella con fuerza pero con cuidado, para evitar, no lo quisiera Dios, que se partiera por la mitad.

La raiz era de las grandes, de unos setenta centimetros de largo y del grueso de un puno. Era blanca, limpia, brillante. Andrei fue en busca de Izya apretando la raiz contra una mejilla, pero no pudo contenerse y clavo los dientes en la carne jugosa y crujiente, mastico con deleite lo mas minuciosamente posible, tratando de hacerlo despacio y de no perder ni una gota de aquella asombrosa humedad, amarga y con un toque de menta, que le refrescaba la boca y todo el cuerpo como en un bosque al amanecer, le aclaraba la cabeza y ya nada daba miedo, y uno podia hasta mover montanas… Despues se sentaron en el umbral de la casa y se pusieron a masticar con alegria, haciendo diversos sonidos con la lengua mientras intercambiaban guinos con la boca llena y el viento soplaba descontento por encima de sus cabezas, imposibilitado de llegar hasta ellos. De nuevo lo habian enganado, no le habian dejado jugar con sus huesos sobre la arcilla desnuda. Ya estaban de nuevo en condiciones de medir sus fuerzas.

Bebieron cada uno un par de tragos del bidon caliente, se pusieron los arreos y siguieron adelante. Les resultaba facil avanzar. Izya ya no se quedaba atras, sino que iba junto a Andrei, arrastrando la suela medio arrancada.

— Por cierto, he visto alli otro arbusto — dijo Andrei —. Es pequeno, nos servira al regreso.

— No vale la pena — dijo Izya —. Nos lo debimos comer.

— ?Te has quedado con ganas?

— ?Y por que dejar que se pierda?

— No se perdera — dijo Andrei —. Nos vendra bien en el camino de vuelta.

— No habra ningun camino de vuelta.

— Hermanito, eso no lo sabe nadie — dijo Andrei —. Mejor, explicame: ?habra mas agua?

— Esta en el cenit — informo Izya con la cabeza levantada mirando al sol —. O casi. ?Que crees, senor astronomo?

— Parece que si.

— Pronto comenzara lo mas interesante — dijo Izya.

— ?Que cosa interesante puede haber aqui? Bien, cruzaremos el punto cero. Iremos a la Anticiudad…

— ?Como lo sabes?

— ?Lo de la Anticiudad?

— No. ?Por que crees que sencillamente cruzaremos el punto cero y seguiremos adelante?

— Pues no pienso nada de eso — dijo Andrei —. Estoy pensando en el agua.

— ?Tu lo has querido asi, Dios mio! El inicio del mundo esta en el punto cero, ?entiendes? Deja de hablar del agua.[3]

Andrei no respondio. Comenzaban a subir una nueva elevacion, era dificil avanzar, los arreos se les clavaban en la piel.

«El ginseng es excelente — penso Andrei —. ?Como lo sabemos? ?Lo conto Pak? Creo que si… ?Ah, no! Una tia feisima llevo varias raices al campo de prisioneros y se puso a masticarlas, y los soldados se las quitaron y decidieron probarlas. Si. Al rato, todos andaban de lo mas animados y estuvieron acostandose con la tia toda la noche, hasta el amanecer. Y despues Pak conto que este ginseng, como el autentico, el de alla, se encuentra en raras ocasiones. Crece en sitios donde alguna vez hubo agua, y es excelente para el decaimiento. Pero no se puede conservar, hay que comerselo de inmediato, porque en una hora, a veces en menos tiempo, la raiz se marchita y se vuelve venenosa. Cerca del Pabellon habia bastante de ese ginseng, todo un sembrado… Alli lo comimos hasta hartarnos, y a Izya se le quitaron todas las llagas en una noche. Lo pasamos bien en el Pabellon. Izya estuvo todo el tiempo alli hablando sobre el edificio de la cultura…» — Todo lo demas es solo el encofrado junto a las paredes del templo, decia —. Lo mejor que ha pensado la humanidad durante cien mil anos, todo lo

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