– Teneis otro paciente que tampoco parece encontrarse muy bien. El anciano.

– Si, el hermano Francis. Tiene noventa y cuatro anos. Es tan viejo que ha vuelto a la primera infancia. Tiene fiebres. Me temo que podria estar cerca del final de su peregrinaje en esta tierra.

– ?Que tiene el monje grueso?

– Llagas varicosas, como el hermano Septimus, pero mucho peores. Se las he drenado, y ahora esta haciendo reposo -respondio el enfermero sonriendo con suavidad-. Creo que me costara echarlo. La gente se resiste a abandonar la enfermeria. El hermano Andrew se ha convertido en un inquilino permanente. Se quedo ciego siendo mayor y no se atreve a salir. Ha perdido la confianza en si mismo.

– ?Teneis muchos monjes ancianos a vuestro cuidado?

– Una docena. Los hermanos suelen vivir hasta edades muy avanzadas. Tengo cuatro que pasan de los ochenta.

– Estan a salvo de las preocupaciones y las penalidades de la mayoria de la gente.

– O puede que la fe fortalezca el cuerpo tanto como el alma. Ya hemos llegado -dijo el hermano Guy empujando la pesada puerta de roble.

Tal como me habia explicado la noche anterior, un corto pasillo conducia a la puerta interior de la cocina, que permanecia abierta. Al acercarnos, nos llego ruido de voces y traqueteo de cacharros y nos envolvio un delicioso aroma a pan recien cocido. En el interior, que era amplio y estaba limpio y ordenado, media docena de criados se afanaba en preparar el almuerzo.

– Entonces, hermano, cuando entrasteis la otra noche, ?donde estaba el cuerpo?

El enfermero avanzo unos pasos bajo las miradas de curiosidad de los criados.

– Justo aqui, junto a la mesa grande. Estaba boca arriba, con las piernas apuntando hacia la puerta. La cabeza habia ido a parar alli -anadio, senalando una cuba de hierro en la que podia leerse: «Manteca.»

Segui su mirada, igual que los criados. Uno de ellos se santiguo.

– Es decir, que acababa de cruzar la puerta cuando lo atacaron -murmure.

Cerca de la mesa habia un enorme aparador, tras el que el asesino podia haberse ocultado antes de saltar sobre Singleton y asestarle el golpe. Me acerque al mueble y azote el aire con el baston. El criado que estaba mas cerca retrocedio asustado-. Si, hay sitio de sobra para blandir una espada. Yo diria que ocurrio de ese modo.

– Con un arma bien afilada y un brazo fuerte, si, es posible -dijo el hermano Guy, pensativo.

– Habria que ser habil y estar acostumbrado a manejar una espada de buen tamano -dije, y me volvi hacia los criados-. ?Quien es el cocinero jefe?

Un individuo barbudo con el delantal cubierto de manchas dio un paso al frente e inclino la cabeza.

– Ralph Spenlay, senor.

– Tu eres el jefe de cocina y como tal tienes una llave de la puerta exterior, ?no es asi, Spenlay?

– Si, comisionado.

– ?Y esa puerta es la unica via de entrada?

– En efecto.

– ?Se cierra con llave la puerta interior?

– No es necesario, porque el unico modo de llegar a ella es a traves de la puerta del patio.

– ?Quien mas tiene llave?

– El enfermero, el abad y el prior, comisionado. Y, por supuesto, el senor Bugge, el portero, para sus rondas nocturnas. Nadie mas. Yo vivo en el monasterio; abro por la manana y cierro por la noche. Si alguien quiere la llave, me la pide a mi. De otro modo, la gente robaria comida, ?comprendeis? Les da igual que sea para la mesa de los monjes. Alguna manana, incluso he visto al hermano Gabriel remoloneando en el pasillo, esperando que nos dieramos la vuelta para coger algo. Y eso que es el sacristan…

– ?Que ocurre cuando estas enfermo, o ausente, y alguien necesita entrar?

– Tiene que pedirle la llave al senor Bugge o al prior. -El hombre sonrio-. Y a ninguno de los dos les gusta que los molesten, si no es para algo importante.

– Gracias, Spenlay, me has sido de gran ayuda -dije extendiendo la mano y cogiendo un dulce de una bandeja.

El cocinero me lanzo una mirada de reproche.

– Excelente. No os entretengo mas, hermano Guy. Ahora querria ver al tesorero, si sois tan amable de indicarme el camino.

Siguiendo las indicaciones del enfermero, volvi al patio y avance con precaucion por la nieve, que crujia bajo las fundas de cuero de mis zapatos. Esa manana el monasterio estaba mucho mas tranquilo que el dia anterior, pues ni hombres ni perros parecian dispuestos a abandonar los edificios. Cuanto mas lo pensaba, mas evidente me parecia que solo un experto espadachin habria podido deslizarse tras Singleton y cortarle la cabeza de un tajo. No podia imaginarme a ninguna de las personas que habia conocido desde mi llegada haciendo algo parecido. El abad era fuerte, y el hermano Gabriel tambien, pero la habilidad con la espada es algo propio de caballeros, no de monjes. Al pensar en Gabriel, recorde las palabras del cocinero. Me habian dejado perplejo; el sacristan no parecia alguien a quien cupiera imaginar merodeando por la cocina para robar comida.

Recorri el patio nevado con la mirada. El camino de Londres estaria impracticable; no era agradable saber que Mark y yo estabamos atrapados alli con un asesino. De pronto, cai en la cuenta de que, inconscientemente, avanzaba por el centro del patio, procurando no acercarme a las puertas y los lugares resguardados. Me estremeci. Caminar solo por aquel silencio blanco entre los altos muros del monasterio resultaba inquietante, de modo que fue un alivio ver a Bugge, que despejaba de nieve la entrada con la ayuda de otro criado.

Al ver que me acercaba, el portero alzo el rostro, enrojecido por el esfuerzo. Su companero, un joven fornido con la cara cubierta de verrugas, me sonrio nerviosamente e inclino la cabeza. Llevaban rato trabajando y apestaban a sudor.

– Buenos dias, senor comisionado -dijo Bugge con inesperada amabilidad. Sin duda, le habian ordenado que me tratara con respeto.

– ?Vaya tiempo!

– Y que lo digais, senor. Ha vuelto a adelantarse el invierno.

– Puesto que ya nos conocemos, me gustaria hacerte algunas preguntas sobre las rondas nocturnas.

El portero asintio, clavo la pala en la nieve y apoyo las manos en ella.

– Todas las noches recorremos el monasterio dos veces, a las nueve y a las tres y media. David, aqui presente, o yo, hacemos una ronda completa y comprobamos todas las puertas.

– ?Y las exteriores? ?Permanecen cerradas durante la noche?

– De las nueve de la noche a las nueve de la manana, cuando acaba el rezo de prima. Cuando estan cerradas, aqui no se cuela ni un perro.

– Ni un perro ni un gato -se apresuro a confirmar el chico. Tal vez fuera feo, pero no parecia tonto.

– Los gatos pueden trepar -repuse-. Y las personas, tambien.

El portero me miro con expresion malhumorada.

– Pero no un muro de cuatro varas. Vos lo habeis visto, senor. No hay donde agarrarse. Nadie podria escalarlo.

– ?No hay ninguna brecha en todo el perimetro?

– En la parte posterior, si. Hay algun trozo en ruinas. Pero ese lado da a la marisma. Nadie se atreveria a acercarse por ese cenagal, especialmente de noche. No seria el primero que diera un paso en falso y desapareciera en el lodo. -El portero levanto una mano y la dejo caer-. ?Glup!

– Si es imposible entrar, ?por que haceis rondas?

Bugge se inclino hacia mi, y tuve que retroceder para evitar el tufo a sudor; pero el portero no se dio por aludido.

– La gente es pecadora, senor, incluso aqui -murmuro en tono confidencial-. En la epoca del anterior prior las cosas se relajaron mucho. Nada mas llegar, el prior Mortimus ordeno que hicieramos rondas nocturnas y le informaramos inmediatamente cuando encontraramos a alguien fuera de la cama. Y eso es lo que hago. Sin miedo ni favoritismos -anadio con una sonrisa de satisfaccion.

– ?Que me dices de la noche en que mataron al comisionado Singleton? ?Viste algo que sugiriera la presencia de intrusos?

El portero nego con la cabeza.

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