canto. Teme que se imponga el canto en ingles…

– Extrana preocupacion para alguien tan joven…

– Le gusta mucho la musica. Ayuda al hermano Gabriel con los libros de los oficios. Tiene dotes, pero tambien opiniones improcedentes. Hablo en el capitulo, cosa que un novicio no debe hacer…

– Espero que no dijera nada comprometedor, como el hermano Jerome…

– Ninguno de mis monjes diria nada comprometedor, senor comisionado. Ninguno -respondio el abad con firmeza-. El hermano Jerome no forma parte de la comunidad.

– Muy bien. Asi que el prior mando a Simon Whelplay a trabajar en los establos y lo puso a pan y agua. Parece excesivo…

– No era su unica falta -alego el abad sonrojandose.

– Habeis dicho que ayuda al hermano Gabriel -murmure tras reflexionar durante unos instantes-. Tengo entendido que el hermano sacristan cometio ciertos pecados…

El abad, nervioso, empezo a juguetear con las mangas del habito.

– Simon Whelplay reconocio ciertos… deseos impuros… hacia el hermano Gabriel. Pero era un pecado de pensamiento, senor, solo de pensamiento. El hermano Gabriel ni siquiera lo sabia. Se ha mantenido puro desde… desde los problemas de hace dos anos. El prior Mortimus vigila esas cosas atentamente, muy atentamente.

– No teneis maestro de novicios, ?verdad? Insuficientes vocaciones, supongo…

– Desde la Gran Peste, el numero de monjes ha disminuido en todos los conventos generacion tras generacion -admitio el abad en un tono razonable-. Pero, con una vida religiosa renovada bajo la tutela del rey, puede que los monasterios se revitalicen y sean mas los que elijan la vida…

No pude por menos de preguntarme si realmente lo creia, si estaba tan ciego a las senales. El tono suplicante de su voz me hizo comprender que, efectivamente, pensaba que los monasterios podrian sobrevivir. Mire al tesorero; habia cogido un papel del escritorio y lo estaba examinando, ajeno a la conversacion.

– ?Quien sabe lo que nos depara el futuro? -dije avanzando hacia la puerta-. Os agradezco vuestra ayuda, hermanos. Ahora debo enfrentarme de nuevo a los elementos para ir a visitar la iglesia. Y al hermano Gabriel… - anadi, y deje al abad mirandome con inquietud, mientras el tesorero seguia repasando sus balances.

Estaba cruzando el patio del claustro, cuando una molesta sensacion me dio a entender que debia hacer una visita al excusado. La noche anterior, el hermano Gabriel me habia indicado donde estaba; lo mas rapido era salir por la parte posterior de la enfermeria y atravesar un pequeno corral, en cuyo extremo se encontraban las letrinas.

Volvi a la sala de la enfermeria y sali al corral, que estaba tapiado por tres lados y atravesado por una caneria que pasaba por debajo de las letrinas y que, por tanto, hacia las veces de cloaca. No pude por menos de admirar el ingenio de los constructores del monasterio. Pocas casas estaban tan bien acondicionadas, ni siquiera en Londres. A menudo me preguntaba con aprension que ocurriria cuando se llenara el pozo ciego de mi jardin, que tenia seis varas de profundidad.

Las gallinas cloqueaban y daban vueltas por el corral, del que los criados ya habian retirado la mayor parte de la nieve. Un par de cerdos se asomaban por encima de la empalizada de una improvisada pocilga. Alice estaba vertiendo las sobras de la comida en el comedero de los animales. Me dije que mis necesidades podian esperar y me acerque a ella.

– Veo que tienes muchas obligaciones. Ademas de enfermos, cerdos.

La joven sonrio.

– Si, senor. El trabajo de una sirvienta no acaba nunca.

Me asome a la pocilga para ver si era posible esconder algo entre la paja y el barro, pero comprendi que los marrones y peludos animales acabarian desenterrando cualquier cosa. Podian zamparse una prenda de ropa ensangrentada, pero no una espada ni una reliquia.

– No veo mas que gallinas -dije recorriendo el patio con la mirada-. ?No hay gallo?

Alice nego con la cabeza.

– No, senor. Al pobre Jonas lo mataron. Fue el gallo que sacrificaron en el altar de la iglesia. Era precioso; se paseaba contoneandose de un modo que me hacia reir.

– Si, son unos animales muy comicos. Como pequenos reyes exhibiendose y pavoneandose entre sus subditos.

– Asi era Jonas -respondio la chica sonriendo-. Cuando me acercaba a el, me miraba desafiante con sus brillantes ojillos, agitaba las alas y soltaba un quiquiriqui…, pero no era mas que fanfarroneria. Si me acercaba mucho, se daba media vuelta y salia huyendo.

Para mi sorpresa, sus grandes ojos azules se llenaron de lagrimas, y bajo la cabeza. Al parecer, ademas de caracter tenia corazon.

– La profanacion de la iglesia fue algo terrible -murmure.

– Pobre Jonas -dijo la chica moviendo la cabeza y respirando hondo.

– Dime, Alice, ?cuando advertiste que habia desaparecido?

– La noche del asesinato.

– Aqui solo se puede entrar pasando por la enfermeria o por las letrinas, ?verdad? -le pregunte recorriendo el patio con la mirada.

– Si, senor.

Asenti. Otra prueba de que el asesino conocia bien el monasterio. Un retortijon de tripas me advirtio que no debia seguir aguantandome. De mala gana, me disculpe y corri hacia las letrinas.

Nunca habia estado en los retretes de un monasterio. En la escuela de Lichfield bromeaban sobre lo que debian hacer los monjes alli dentro, pero las letrinas de Scarnsea no tenian nada de particular. Las paredes de piedra estaban desnudas y el alargado rectangulo del suelo permanecia en penumbra, pues las ventanas eran altas. A lo largo de una de las paredes habia un banco con agujeros circulares, y en el extremo mas alejado, tres cubiculos cuyo uso estaba reservado a los obedienciarios. Para llegar a ellos, tuve que pasar junto a los dos monjes que estaban sentados en el banco comun. Uno era el joven al que habia visto en la contaduria. El otro se puso en pie precipitadamente, inclino la cabeza ante mi al tiempo que se bajaba el habito y luego se volvio hacia su vecino.

– ?Piensas pasar ahi toda la manana, Athelstan?

– Dejame tranquilo. Tengo colico.

Entre en uno de los cubiculos, corri el pestillo y me sente, profiriendo un suspiro. Despues de aliviarme, me quede escuchando el riachuelo que corria bajo mis pies y pense en Alice. Si el monasterio se cerraba, ella se quedaria sin trabajo. Me pregunte que podia hacer por la muchacha; tal vez ayudarla a encontrar algo en la ciudad. Me entristecia que una joven como ella hubiera acabado en un sitio como aquel, pero seguramente era de familia humilde. ?Como se habia conmovido al recordar al pobre gallo!… Habia estado a punto de cogerla del brazo y consolarla. Sacudi la cabeza y me reproche mi debilidad. Sobre todo, despues de las advertencias que le habia hecho a Mark.

Un ruido me arranco de mis reflexiones y me hizo levantar la cabeza y contener la respiracion. Al otro lado de la puerta, alguien se movia con sigilo, pero yo habia oido el tenue roce de unas fundas de cuero contra la piedra. En ese momento, me alegre de haber tenido la precaucion de desplazarme por el patio manteniendome a distancia de las puertas. Con el corazon palpitante, me ate las calzas y me levante sin hacer ruido, echando mano a la daga. Pegue la oreja a la puerta y oi la respiracion de alguien que estaba al otro lado.

Me mordi el labio. El joven monje de la contaduria ya debia de haberse marchado, y seguramente ahora me encontraba solo con el desconocido que acechaba al otro lado de la puerta del cubiculo. Confieso que la idea de que el asesino de Singleton estuviera esperandome como lo habia esperado a el me ponia los pelos de punta.

Las puertas de los cubiculos se abrian hacia fuera. Con infinito cuidado, descorri el pestillo, retrocedi y le di una patada a la puerta con todas mis fuerzas. Oi un grito de sobresalto, al tiempo que la hoja golpeaba contra la del cubiculo de al lado y dejaba ver al hermano Athelstan, que habia salido despedido hacia atras y agitaba los brazos en el aire tratando de recuperar el equilibrio. Vi con alivio que tenia las manos vacias. Cuando avance hacia el empunando la daga, me miro con los ojos como platos.

– ?Que estabais haciendo? -le grite-. ?Os he oido en la puerta!

El monje trago saliva, y su prominente nuez de Adan subio y bajo rapidamente. Estaba blanco como la pared.

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