Instalado en el centro de un refectorio despojado de todo su mobiliario pero atestado de cajones y arcas, de espaldas al crepitante fuego de la chimenea, William Glench comentaba con un escribiente una entrada de su libro de registro. Era un hombre alto y delgado que usaba lentes y tenia un caracter quisquilloso; ese invierno, Desamortizacion habia reclutado todo un ejercito de individuos como el. Me presente, y Glench se levanto y me hizo una reverencia, no sin antes marcar la pagina del libro objeto de controversia.
– Veo que lo teneis todo muy bien organizado -le dije. Glench asintio, orgulloso.
– Todo, comisionado, hasta el ultimo cazo y la ultima sarten de la cocina.
Por un instante, su tono me recordo al hermano Edwig, y no pude evitar estremecerme.
– He visto que estan haciendo una pira con los libros. ?Es realmente necesario? ?No podria sacarse algo por ellos?
– No, senor -respondio Glench moviendo la cabeza energicamente-. Hay que quemarlos todos; son instrumentos del culto papista. No hay ni uno en ingles liso y llano.
Me volvi y abri un arcon al azar. Estaba lleno de ornamentos sagrados. Cogi un caliz de oro finamente labrado. Era uno de los que el tesorero habia arrojado al estanque tras hacer lo propio con el cadaver de Orphan para hacer creer a todo el mundo que la chica era una ladrona. Lo hice girar entre mis manos.
– Eso no se vendera -dijo Glench-. Toda la plata y el oro se fundira en la ceca de la Torre. Sir Gilbert queria comprar algunas de esas piezas. Dice que son trabajos finos, y tendra razon, pero tambien son parafernalia del ceremonial papista. Parece mentira que no se de cuenta.
– Si, eso parece -murmure devolviendo el caliz al arcon.
En ese momento entraron dos hombres cargados con un enorme cesto, del que el escribano empezo a sacar habitos.
– Deberian haberlos lavado -dijo el chupatintas-. Sacariamos mas.
– Os dejo -le dije a Glench, comprendiendo que estaba impaciente por volver al trabajo-. Aseguraos de que no os olvidais de nada -anadi, y me tome un instante para recrearme con la expresion ofendida que asomo a su rostro.
Cruce el patio del claustro en direccion a la iglesia, sin quitar ojo a los hombres que zascandileaban por el tejado, pues el suelo bajo los aleros estaba sembrado de tejas rotas. En la iglesia, la luz seguia entrando a raudales por las policromas vidrieras, formando un calidoscopio de colores calidos en el suelo de la nave. Pero ahora los muros y las capillas estaban desnudos. El sonido de los martillazos y de las voces del tejado se amplificaba a mi alrededor. En la cabecera de la nave, el suelo estaba levantado; un monton de losas destrozadas senalaba el lugar en el que habia caido el hermano Edwig y en el que tambien debian de haber aterrizado las campanas cuando las soltaron de sus anillas. Levante la cabeza hacia el cilindro vacio del campanario, recordando.
Al mirar por el cancel, vi que los facistoles y el enorme organo habian desaparecido. Negue con la cabeza y me volvi para marcharme.
Fue entonces cuando descubri una figura encapuchada, sentada en un extremo del coro, con el rostro vuelto hacia el presbiterio. Por un instante, imagine que el hermano Gabriel se habia alzado de la tumba para llorar la desaparicion de la obra de su vida y senti un escalofrio de miedo supersticioso. De pronto, la figura se volvio, y casi solte un grito, porque durante unos segundos no vi ningun rostro bajo la capucha; al cabo, distingui las delgadas y oscuras facciones del hermano Guy, que se levanto e inclino la cabeza en mi direccion.
– ?Hermano! Por un momento os he tomado por un fantasma… -le dije.
– En cierto modo lo soy -respondio el enfermero sonriendo con tristeza. Me acerque a el, me sente y lo invite a imitarme-. Me alegra volver a veros -dijo-. Queria daros las gracias por la pension, doctor Shardlake. Supongo que fuisteis vos quien me la consiguio.
– Despues de todo, cuando Fabian fue declarado incapaz, vuestros hermanos os eligieron abad. Teniais derecho a una pension mas generosa, aunque solo ejercierais el cargo durante unas semanas.
– Al prior Mortimus no le hizo ninguna gracia que me eligieran a mi en lugar de a el. ?Sabiais que ha vuelto a trabajar como maestro, en Devon?
– Que Dios se apiade de sus alumnos.
– No sabia si aceptar una pension tan abultada, considerando que los hermanos tienen que vivir con cinco libras al ano. Pero rechazarla no habria servido para que a ellos les dieran mas. Y con mi aspecto, las cosas no me van a resultar faciles. Habia pensado conservar mi nombre monastico, Guy de Malton, en lugar de volver a usar mi apellido seglar, Elakbar… ?Puedo hacerlo? Prescindiendo del «hermano», claro.
– Por supuesto.
– No pongais esa cara; no teneis nada de que avergonzaros, amigo mio. Porque somos amigos, ?no?
Asenti.
– Si, lo somos. Creedme, volver aqui no me produce ninguna satisfaccion; no tengo ningun deseo de seguir siendo comisionado. Que frio hace aqui… -murmure arrebujandome en la capa.
Guy asintio.
– Si. Llevo demasiado rato sentado aqui. Estaba pensando en los monjes que ocuparon estos sitiales dia tras dia desde hace cuatrocientos anos, cantando y rezando. Los venales, los perezosos, los devotos, los que eran todas esas cosas a la vez… Pero es dificil concentrarse -dijo el enfermero alzando la cabeza hacia el techo.
Mientras mirabamos hacia arriba, oimos un fuerte martillazo y vimos formarse una nube de polvo. Un instante despues, una lluvia de cascotes golpeo el suelo estrepitosamente y, de pronto, el sol penetro por un agujero del techo y una lanza de luz atraveso el aire de la nave.
– ?Listo, muchachos! -grito una voz en lo alto-. ?Ojo con el agujero!
Guy emitio un sonido extrano, mitad suspiro, mitad grunido.
– Deberiamos irnos -le dije dandole una palmada en el brazo-. Podria caernos algo encima.
Una vez fuera, vi que el rostro del enfermero estaba sombrio pero sereno. Al vernos pasar, Copynger lo saludo asintiendo con frialdad.
– A finales de noviembre, cuando se marcharon los demas, sir Gilbert me pidio que me quedara -me explico Guy-. Lo habian puesto a cargo del monasterio hasta que llegara Portinari, y necesitaba alguien que conociera bien el lugar. En enero el estanque reboso e inundo la huerta, y tuve que ayudarle a drenarlo.
– Debe de haber sido duro para vos seguir aqui despues de que se fueran vuestros hermanos…
– No demasiado, al menos hasta hace una semana, cuando llegaron los funcionarios de Desamortizacion y empezaron a vaciarlo todo. Durante el invierno, tenia la sensacion de que los monjes volverian en cualquier momento.
De pronto, un gran trozo de plomo se estrello contra el suelo detras de nosotros, y el hermano Guy dio un respingo.
– ?Esperabais un aplazamiento?
El enfermero se encogio de hombros.
– La esperanza es lo ultimo que se pierde. Ademas, no tenia adonde ir. Todo este tiempo he estado esperando que me dijeran si me conceden permiso para irme a Francia.
– Si tardan en contestaros, tal vez pueda hacer algo.
Guy sacudio la cabeza.
– No, me contestaron hace una semana. Me lo han negado. Se rumorea que Francia y Espana han vuelto a aliarse contra Inglaterra. Tendre que ir pensando en cambiar el habito por un jubon y unas calzas. Despues de tanto tiempo, voy a sentirme muy raro. ?Y debere dejarme crecer el pelo! -anadio Guy bajandose la capucha y pasandose la mano por la corona de rizos negros, en la que empezaban a asomar las canas.
– ?Que pensais hacer?
– Me ire dentro de unos dias. No puedo estar aqui cuando derriben los edificios. Vendra toda la ciudad, y esto se convertira en una feria. Cuanto debian de odiarnos… -murmuro Guy, y solto un suspiro-. Quiza vaya a Londres, donde los negros no somos tan exoticos.
– Tal vez podais ejercer como medico. Despues de todo, teneis un titulo de Lovaina.
– Si, pero ?me admitiria el Colegio de Medicos? ?O el gremio de boticarios? ?Admitirian a un ex monje con la cara del color del barro?
Guy arqueo una ceja y sonrio con tristeza.
– Uno de mis clientes es medico. Podria hablar con el.
Guy vacilo; luego sonrio.
– Gracias. Os estaria muy agradecido.