era la muerte segura. Con un solo movimiento, solte las manos, gire en el aire e, impulsandome en la placa con el pie, salte hacia la barandilla, mientras encomendaba el alma a Dios en el que podia ser mi ultimo pensamiento en la tierra.
Golpee la barandilla con el estomago; el impacto me dejo sin respiracion e hizo vibrar la barra metalica, pero mis manos se agarraron a ella freneticamente y consiguieron impulsarme al otro lado, aunque no sabria decir como. De pronto, me vi hecho un ovillo en el suelo de la galeria, con el cuerpo atenazado por el dolor; arrodillado frente a mi, Edwig recogia punados de monedas y me miraba con una mezcla de colera y estupor, mientras el ensordecedor tanido de las campanas resonaba en nuestros oidos y hacia temblar el entablado de la galeria.
El tesorero se puso en pie de un salto, agarro las alforjas y se volvio hacia la puerta al tiempo que yo me incorporaba y me arrojaba sobre el. Consiguio rechazarme, pero las pesadas alforjas le hicieron perder el equilibrio y trastabillar hacia la barandilla. Al chocar con ella, solto las alforjas, que cayeron al vacio. El tesorero lanzo un grito, se inclino sobre la barandilla y estiro la mano hacia la cuerda que las unia. Consiguio agarrarla, pero perdio el equilibrio. Por un instante, se quedo con el estomago apoyado en la barandilla y la piernas en el aire. Sigo creyendo que si hubiera soltado el oro podria haberse salvado; pero no lo hizo. El peso de las alforjas arrastro al vacio al tesorero, que cayo de cabeza, choco contra una campana y desaparecio de mi vista soltando un grito de colera y terror, como si en el ultimo momento hubiera comprendido que iba a presentarse ante su Creador antes de hacerle su gran regalo. Llegue a la barandilla a tiempo de verlo caer: el habito revolaba alrededor de su cuerpo, que giraba hacia el suelo de la nave en medio de la lluvia de monedas de oro que escapaban de las alforjas. Presa del panico, la gente se aparto a la carrera un instante antes de que el tesorero se estrellara contra las losas en una explosion de sangre y oro.
Inclinado sobre la barandilla, jadeante y sudoroso, observe a la gente, que volvio a acercarse lentamente. Unos miraban el cuerpo destrozado del hermano Edwig, mientras que otros alzaban la cabeza hacia lo alto del campanario. Para mi consternacion, vi que monjes y criados se arrojaban al suelo y empezaban a gatear y a coger punados de monedas.
Epilogo
Al entrar en el monasterio, vi las enormes campanas de la iglesia en mitad del patio. Estaban destrozadas, reducidas a grandes pedazos de metal decorado amontonados uno sobre otro, a la espera de ser fundidos. Debian de haber cortado los anillos que las unian al techo y dejado que cayeran a plomo y se estrellaran contra el suelo de la iglesia. Debian de haber hecho un ruido infernal.
No muy lejos, junto a una gran pila de carbon, habia un horno de ladrillos. Estaba tragando plomo; una brigada de hombres repartidos por el tejado de la iglesia lanzaba al suelo chapas y tiras, que otro grupo de hombres de los auditores recogia y arrojaba al interior del horno.
Cromwell no se habia equivocado; el punado de cesiones que habia conseguido a principios del invierno habia convencido al resto de las comunidades de que la resistencia era inutil, y ahora todos los dias traian la noticia del cierre de otro monasterio. Pronto no quedaria ninguno. En toda Inglaterra, los abades se retiraban con sustanciosas pensiones, mientras que sus hermanos se hacian cargo de parroquias seculares o colgaban los habitos para vivir de rentas mas modestas. Las historias que circulaban hablaban del caos mas espantoso; en la posada de Scarnsea, donde me alojaba, me contaron que, tres meses antes, cuando los monjes tuvieron que abandonar el monasterio, media docena, demasiado viejos o demasiado enfermos para continuar el viaje, habian alquilado habitaciones alli y se habian negado a marcharse cuando se les agoto el dinero. Las autoridades habian acabado echandolos de la ciudad. Entre ellos estaban el monje grueso de la pierna ulcerada y el pobre idiota, Septimus.
Cuando el rey se entero de lo ocurrido en San Donato, ordeno arrasarlo por completo. Portinari, el ingeniero italiano de Cromwell, acudiria a Scarnsea para demoler el monasterio en cuanto hubiera hecho lo propio con el priorato de Lewes. Tenia fama de habil en su trabajo; en Lewes habia socavado los cimientos de la iglesia y conseguido que se derrumbara de una sola vez en medio de una inmensa nube de polvo. En Scarnsea se comentaba que habia sido un espectaculo portentoso y estremecedor, y esperaban con impaciencia que se repitiera alli.
La crudeza del invierno habia obligado a Portinari a esperar hasta la primavera para bajar con sus hombres y sus maquinas por la costa del Canal. Llegaria a Scarnsea en una semana, pero entretanto los funcionarios de Desamortizacion se habian presentado para llevarse todo lo que tuviera algun valor, incluidos el plomo de los tejados y el cobre de las campanas. Fue uno de ellos quien me recibio en la entrada y examino mi nombramiento; Bugge y los demas criados se habian ido hacia tiempo.
La carta en que lord Cromwell me ordenaba viajar a Scarnsea para supervisar el cierre me habia cogido por sorpresa. Apenas habiamos tenido contacto desde que, en diciembre, lo habia visitado en Westminster para comentar mi informe. Entonces me habia descrito la embarazosa entrevista de media hora que habia mantenido con el rey, enterado de que llevaba semanas ocultandole la caotica situacion del monasterio y los asesinatos cometidos en el, y de que el ayudante de un comisionado habia desaparecido con la asesina de su predecesor. Puede que Enrique le hubiera calentado las orejas, como se rumoreaba que solia hacer; en cualquier caso, Cromwell me habia tratado con aspereza y me habia despedido sin darme las gracias, de lo que deduje que me habia retirado su favor.
Aunque formalmente seguia ostentando el titulo de comisionado, mi presencia en San Donato carecia de objeto, pues los funcionarios de Desamortizacion se bastaban y sobraban para realizar el trabajo; en consecuencia, no podia evitar preguntarme si Cromwell me habria hecho volver al escenario de tan terribles sucesos como venganza por la media hora de rapapolvo real. Conociendolo como lo conocia, no me habria extranado en absoluto.
El juez Copynger, actual arrendatario de las antiguas tierras del monasterio, se encontraba a cierta distancia examinando planos con un desconocido. Me acerque a el sorteando a un par de funcionarios de Desamortizacion que estaban formando una pira con los libros de la biblioteca.
– ?Como estais, comisionado? -me pregunto Copynger estrechandome la mano-. El tiempo ha mejorado mucho desde la ultima vez que os tuvimos entre nosotros.
– Desde luego. Casi estamos en primavera, aunque el viento que sopla del mar es frio. ?Que os parece la casa del abad?
– Me he instalado en ella muy comodamente. El abad Fabian la mantenia en excelente estado. Cuando derriben el monasterio, tendre una vista esplendida del Canal -dijo senalando hacia el cementerio de los monjes, donde otra brigada se afanaba en retirar lapidas-. Alli voy a construir unos establos para mis caballos; he comprado toda la cuadra de los monjes a un precio muy razonable.
– Espero que no hayais puesto a los hombres de Desamortizacion a hacer ese trabajo, sir Gilbert -le dije sonriendo.
Copynger acababa de recibir el titulo de lord; en Navidad, el rey en persona le habia tocado el hombro con una espada. Ahora Cromwell necesitaba mas que nunca hombres leales en los condados.
– No, no, esos hombres trabajan para mi -se apresuro a responder Copynger-. Lamento que no hayais querido alojaros conmigo mientras permaneceis aqui -anadio mirandome con altivez.
– Este lugar me trae malos recuerdos. Estoy mejor en la ciudad; espero que lo comprendais.
– Perfectamente, comisionado, perfectamente -respondio sir Gilbert asintiendo con condescendencia-. Pero espero que me hagais el honor de cenar conmigo. Me gustaria ensenaros los planos que ha dibujado mi agrimensor, aqui presente; vamos a transformar algunos de los edificios auxiliares en cercados para las ovejas, en cuanto derriben los principales. Sera todo un espectaculo, ?no os parece? Solo quedan unos dias.
– Lo sera, sin duda. Y, ahora, si me disculpais… -dije inclinando la cabeza y alejandome mientras me arrebujaba en la capa para protegerme del viento.
Cruce la puerta que daba acceso al claustro. Las idas y venidas de innumerables botas habian dejado un rastro de barro en el suelo de la galeria. El auditor de Desamortizacion habia sentado sus reales en el refectorio, al que una incesante procesion de funcionarios acarreaba platos y estatuas policromadas, cruces de oro y tapices, copas, albas e incluso la ropa de cama de los monjes; en suma, todo lo que pudiera venderse en la subasta que se celebraria dos dias mas tarde.