Me arrodille y examine el relicario sin levantarlo del suelo. Era un cofre de oro artisticamente trabajado y adornado con las esmeraldas mas grandes que habia visto en mi vida. A traves del cristal, distingui una mano unida por la muneca con un clavo de cabeza gruesa a un trozo de vieja y negra madera que descansaba sobre un cojin de terciopelo purpura. Era un apendice marron y momificado, pero indudablemente una mano; incluso aprecie unos engrosamientos que parecian callos en el nacimiento de los dedos. ?Seria realmente la mano del ladron que habia aceptado a Cristo antes de morir con El en la cruz? Toque el cristal, con la absurda y fugaz esperanza de que el dolor que sentia en las articulaciones cesara, mi joroba desapareciera y mi espalda se volviera tan recta y lisa como la del pobre Mark, que tan a menudo habia envidiado. Pero no paso nada, salvo que mis unas hicieron rechinar el cristal.

De pronto, por el rabillo del ojo, vi un infimo pero vivo destello dorado que descendia en el aire. Algo golpeo el suelo con un tintineo a dos pasos de mi, giro sobre su eje durante unos instantes y se inmovilizo. Me quede boquiabierto. La cabeza del rey Enrique me miraba desde el suelo. Era una moneda de oro, un noble.

Alce la vista. Estaba bajo el campanario; sobre mi cabeza pendia la marana de cuerdas y poleas que habia dado pie a las bromas sobre Edwig durante la cena de la noche anterior. Pero habia algo diferente. El cajon de los canteros habia desaparecido. Lo habian izado a lo alto de la torre.

– ?Esta ahi arriba! -dije entre dientes.

Asi que era ahi donde habia escondido el oro, en aquel cajon… Tenia que haber comprobado lo que ocultaba la lona que habia visto en su interior el dia que subi al campanario con Mortimus. Era un buen escondite. Por eso habia hecho parar las obras.

La primera vez que subi la escalera de caracol del campanario tenia miedo, pero ahora, mientras trepaba haciendo oidos sordos a los gritos de protesta de mis piernas, solo sentia una furia salvaje y temeraria. Estaba claro que las emociones no habian muerto en mi interior; solo estaban dormidas. Una colera como nunca habia sentido me urgia a subir. Llegue al cuarto desde el que se tocaban las campanas. El cajon estaba alli, volcado sobre un costado y vacio, aunque un par de monedas relucian en el suelo. Pero no habia nadie. Mire hacia la escalera que subia hasta las campanas; en los peldanos tambien habia monedas. Si habia alguien alli, tenia que haberme oido subir. ?Se habria escondido en la galeria de las campanas?

Subi los peldanos cautelosamente esgrimiendo el baston ante mi. Hice girar la manivela de la puerta, retrocedi rapidamente y empuje la hoja con el baston. Fue una precaucion providencial, porque al instante una figura surgio de la oscuridad y descargo una antorcha apagada contra el espacio donde yo deberia haber estado. Al tiempo que la improvisada porra golpeaba mi baston, entrevi el encendido y colerico rostro del tesorero, que me miro con ojos desorbitados.

– ?Os he descubierto, hermano Edwig! -le grite-. ?Se lo del barco a Francia! ?Os detengo en nombre del rey por robo y asesinato! -El tesorero desaparecio en el interior de la galeria, y oi el roce de sus pies sobre el suelo de madera, acompanado de un tintineo que no supe identificar-. ?Se acabo! -le grite-. Esta es la unica salida.

Subi el ultimo peldano, asome la cabeza al interior de la galeria y trate de localizarlo, pero desde donde estaba solo veia parte de la curva y las enormes campanas, al otro lado de la barandilla. El suelo estaba sembrado de monedas.

Comprendi que ambos estabamos atrapados; el no tenia escapatoria, pero yo tampoco. Si emprendia la retirada hacia la escalera de caracol, le daria la oportunidad de atacarme desde arriba, y era evidente que el hombre al que hasta hacia poco consideraba un avaro y medroso contable era capaz de cualquier cosa. Avance hacia el interior de la galeria blandiendo el baston ante mi.

El hermano Edwig estaba en el otro extremo, oculto tras las campanas. Al acercarme, salio al descubierto, y pude ver que llevaba dos grandes alforjas unidas con una gruesa cuerda alrededor del cuello; el oro tintineaba en su interior al menor movimiento. El tesorero jadeaba ruidosamente y empunaba la antorcha en la mano derecha con tanta fuerza que tenia los nudillos blancos.

– ?Cual era el plan, hermano? -le pregunte-. ?Huir con el dinero de las tierras y empezar una nueva vida en Francia?

Avance un paso intentando distraerlo, pero estaba tan alerta como un gato, y agito la antorcha en el aire amenazadoramente.

– ?N-no! -barboto dando una patada en el suelo, como un nino acusado injustamente-. ?No! ?Esta es mi entrada para el cielo!

– ?Que?

– ?Ella me rechazaba y volvia a r-rechazarme, hasta que el Diablo me lleno el alma de ira, y la mate! ?Sabeis lo facil que es matar a alguien, c-comisionado? -me pregunto, y solto una risotada-. Las matanzas que presencie de nino le abrieron las puertas al Demonio… ?El es quien me llena la cabeza de suenos de s-sangre! -grito con el mofletudo rostro encendido y las venas del cuello tan hinchadas que parecian a punto de reventar.

Habia perdido el control; si conseguia sorprenderlo, acercarme lo suficiente para hacer sonar las campanas…

– No os sera facil convencer de eso a un jurado -le dije.

– ?Al infierno con vuestros jurados! -Su tartamudeo desaparecio y su voz se convirtio en un grito-. ?El Papa, que es el vicario de Dios en la tierra, permite comprar la redencion de los pecados! ?Ya os dije que Dios hace balance de nuestras almas en el cielo, y resta el debe del haber! ?Y voy a hacerle tal regalo que me sentara a su diestra! Tengo casi mil libras para la Iglesia francesa, mil libras arrancadas de las manos de vuestro heretico rey. ?Es una gran obra a los ojos de Dios! -afirmo mirandome con ira-. ?No me detendreis!

– ?Tambien comprareis el perdon por Simon y Gabriel?

El tesorero me apunto con la antorcha.

– Whelplay adivino lo que le habia hecho a la chica, y os lo habria contado. ?Tenia que matarlo, debia completar mi obra! ?Y Gabriel murio en vuestro lugar, pajaro de mal aguero! ?Tendreis que rendir cuentas a Dios por eso!

– ?Estais loco de atar! -le grite-. ?Os vere en Bedlam, expuesto como advertencia de adonde puede llevar la corrupcion catolica!

De pronto, el tesorero cogio la antorcha con ambas manos y echo a correr hacia mi gritando como un endemoniado. Las pesadas alforjas entorpecian sus movimientos y me proporcionaron el tiempo suficiente para hacerme a un lado y esquivarlo. Edwig dio media vuelta y volvio a la carga. Levante el baston, pero lo golpeo con la antorcha y me lo arrebato de las manos. Indefenso, comprendi que ahora era el quien me cerraba el paso hacia la puerta. Avanzo hacia mi lentamente, blandiendo la antorcha, mientras yo retrocedia hasta la barandilla que me separaba de las campanas y el vacio. El tesorero habia recuperado el dominio de si mismo; sus negros y astutos ojillos calculaban la distancia que nos separaba y la altura de la barandilla.

– ?Donde se ha metido vuestro ayudante? -me pregunto de pronto con una sonrisa malevola-. ?Hoy no esta aqui para protegeros?

De improviso, se abalanzo hacia mi y me asesto un golpe en el brazo, que habia levantado instintivamente para protegerme el rostro. Antes de que pudiera reaccionar, me dio un empujon en el pecho que me hizo perder el equilibrio y caer por encima de la barandilla.

Aun revivo aquella caida en suenos y, como entonces, giro en el aire y manoteo intentando agarrarme al vacio, con el grito de triunfo del hermano Edwig en los oidos. Afortunadamente, mis brazos chocaron contra una campana e instintivamente se cerraron sobre ella, mientras trataba de agarrarme a los relieves de su superficie con las unas. Consegui evitar la caida, pero las manos me sudaban y resbalaban sobre el metal.

Un segundo despues, toque algo con el pie y consegui afianzarme. Apretandome contra la campana y estirando los brazos tanto como pude, logre entrelazar las puntas de los dedos a su alrededor. Al mirar hacia abajo, vi que tenia el pie apoyado en la placa de la vieja campana espanola. Me abrace a ella desesperadamente.

De pronto, note que empezaba a oscilar. El peso de mi cuerpo la habia puesto en movimiento. Al chocar con la de al lado, un tanido ensordecedor lleno la torre y la vibracion de la campana hizo que aflojara los brazos a su alrededor. La campana volvio atras, conmigo pegado a ella como una lapa, y por un instante vi al hermano Edwig, que habia dejado las alforjas en el suelo y recogia las monedas que se le habian caido, lanzandome miradas de malevola satisfaccion. Ambos sabiamos que no podria seguir agarrandome durante mucho tiempo. Bajo mis pies, oia el eco de debiles voces que ascendian hacia nosotros; la gente que esperaba fuera debia de haber entrado al oir la campanada. No me atrevia a mirar hacia abajo. La campana volvio a oscilar y a chocar con la de al lado; esta vez el golpe hizo que sonaran todas, con un ruido tan ensordecedor que crei que me iban a estallar los oidos. Agitados por la vibracion, mis dedos empezaron a separarse.

Entonces, hice lo mas desesperado que he hecho en mi vida. Si lo intente fue porque sabia que la alternativa

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