– ?De que murio nuestro “cadaver”?

Me miro sorprendido y fue hacia la ventana para contemplar el camion de caballos que se encontraba expuesto al frio nocturno.

– La obesidad y fumar demasiado, tal vez -se agito con impaciencia y presto me hizo una pregunta:

– ?Por que fue jockey?

– Creo que naci para ello. Mi padre se dedico siempre a entrenar caballos de salto de obstaculos.

– ?Y eso lo hace inevitable?

– No -repuse-. Mi hermana es fisica.

El asombro lo dejo boquiabierto.

– ?Lo dice en serio?

– Claro que si. ?Por que no?

No pudo pensar en por que no y se salvo de darme una res puesta debido a que el telefono sono en ese momento. Conteste y escuche a Sandy en la linea.

– La policia de Nottingham -comento el alguacil- querra saber donde esta exactamente South Mimms.

– La gasolinera de South Mimms esta ubicada al norte de Londres, en la Eme veinticinco. Y voy a decirte algo mas, Sandy: de Nottingham a Bristol, ni en un millon de anos se pasaria cerca de South Mimms. Avisale a la policia de Nottingham que les comunique con cuidado la noticia a los parientes; no iba directamente de casa a la boda de su hija.

Sandy entendio el mensaje.

– Comprendo -repuso-. Se lo dire.

Colgue el auricular y Bruce Farway pregunto:

– Supongo que no importa el motivo por el que se encontraba en South Mimms.

– Para el ya no -convine-, pero voy a perder el tiempo de mis empleados. La investigacion y todas esas cosas. Es un fastidio, nuestro senor Ogden.

Farway dejo traslucir un gesto de franca desaprobacion y regreso a observar el camion de caballos. Transcurrio mucho tiempo en medio del aburrimiento, durante el que bebi whisky y agua ('Para mi no', dijo Farway); tambien pense, hambriento, en mi rico estofado, que debia de estar helado y aun conteste dos llamadas telefonicas mas.

La noticia se habia difundido por todas partes a la velocidad de la luz. La primera voz que exigio conocer los hechos era la del propietario de los caballos de dos anos que habiamos llevado a Newmarket esa manana; la segunda era la del entrenador perfecto que se habia visto obligado a verlos partir de sus caballerizas.

Jericho Rich, el dueno, que nunca perdia el tiempo en charlas introductorias; espeto:

– ?Como que habia un muerto en tu camion? -su voz, al igual que su personalidad, era ruidosa, agresiva e impaciente.

Mientras le contaba lo sucedido, me lo imagine como lo habia observado muchas veces durante los desfiles en las pistas de carreras: robusto, de pelo canoso y pendenciero, muy dado a esgrimir el dedo amenazadoramente.

– Escuchame, camarada -repuso Rich a gritos-. No debes levantar a nadie que quiera viajar de manera gratuita mientras trabajas para mi, ?esta claro? Y cuando lleves a mis caballos, no lleves a los de nadie mas. Esa es la forma en que hemos trabajado y no quiero ningun cambio.

Reflexione que una vez que la cuadra completa de Jericho Rich se hubiera trasladado a Newmarket, de cualquier modo ya no iba a hacer muchos negocios con el, aunque alelar al viejo avinagrado seria insensato a pesar de todo. Si le daba un ano o dos, tal vez podria traer a sus caballos de regreso.

– Y es mas -prosiguio-, cuando lleves a mis potrancas manana, mandalas en otro camion. Los caballos pueden oler la muerte, ?sabes? Y no envies al mismo conductor.

No valia la pena discutir con el.

– Muy bien -respondi.

Comenzo a perder impetu y colgo por fin.

El entrenador, Michael Watermead, en contraste sorprendente, hablaba por telefono en un tono de voz suave, titubeante y educado. El hombre empezo por preguntarme si los caballos de nueve anos de edad que habian salido de su custodia esa manana habian llegado sanos y salvos a Newmarket. Le asegure que asi habia sido.

Hubiera sido natural que Michael mostrara resentimiento de su parte por haberse visto obligado a desprenderse de ellos; no habia muchas cuadras de caballos tan grandes o talentosas como la de Rich, no obstante, Watermead parecia tener sus sentimientos bajo control. Era alto, rubio y cincuenton. Su nerviosismo acostumbrado era una fachada para el buen manejo de mas de sesenta caballerizas que, por lo general, estaban repletas de animales sanos. Le simpatizaba a sus caballos, lo que siempre constituia una referencia de su caracter afable. Los animales frotaban el hocico contra el cuello del entrenador si se encontraba cerca.

Nunca habia montado para Michael, ya que el entrenaba caballos de pista plana, pero desde que adquiri la empresa de transportacion y llegue a conocerlo mejor, nos habiamos convertido, por lo menos en lo que a negocios se referia, en buenos amigos.

Pregunto con toda calma:

– ?Es cierto que trajeron en tu camion a un hombre muerto?

– Creo que si -le explique una vez mas acerca de Kevin Keith Ogden y le conte que Jericho Rich ya me habia exigido un camion y un conductor diferentes para transportar las potrancas a la manana siguiente.

– Este tipo -comento Michael con amargura-. A pesar del hueco que se ha creado en mis caballerizas, tendre mucho gusto en no saber nada mas acerca de el. Es un patan con un temperamento detestable.

– ?Vas a llenar el hueco?

– ?Oh, si, claro! A la larga si. Perder a Jericho es una desgracia, pero no un desastre.

– ?Fantastico!

– ?Comemos el domingo? Maudie te llamara.

– ?Excelente! -cualquiera se ahogaria en los ojos azules de Maudie Watermead. Sus comidas domingueras eran legendarias.

Farway, que todavia estaba junto a la ventana, empezaba a impacientarse y consultaba repetidamente su reloj, como si con eso el tiempo transcurriera mas deprisa.

– ?Whisky? -ofreci una vez mas.

– No bebo.

?Disgusto o adiccion?, me pregunte. Probablemente solo seria llano rechazo.

Mire alrededor de mi espaciosa sala familiar y pense que impresion tendria de ella. Habia una alfombra gris y algunos tapetes. Paredes color crema, fotografias de carreras de caballos, la coleccion de pericos de porcelana de mi madre se encontraba en un nicho. Un escritorio eduardiano de caoba y su sillon giratorio de cuero. Sofas de tela cruda antigua y decolorada, una bandeja para bebidas en la mesa lateral y lamparas por todas partes. Era una habitacion en la que vivia, no solo el triunfo de un decorador.

Se trataba de mi hogar.

Despues de mucho tiempo, vimos avanzar una carroza funebre muy despacio por el camino asfaltado que se detuvo entre el camion de caballos y la puerta de mi casa. Sandy regreso en su auto oficial inmediatamente despues. Farway profirio una exclamacion y se apresuro a ir a su encuentro, asi como al de los tres hombres flematicos que emergieron de la carroza funebre y pusieron manos a la obra. Segui a Farway y observe que bajaban una camilla estrecha que estaba cubierta con mucha tela de lona oscura y varias correas fibrosas.

El hombre que parecia estar a cargo de todo indico que era el oficial pesquisidor y le presento a Farway el papeleo que tenia que llenar. Los otros dos, que llevaban la camilla, se treparon a la cabina, seguidos de Sandy, quien pronto bajo nuevamente. El oficial traia consigo un maletin de mano y un portafolios. Ambos eran de cuero, estaban maltratados, pero eran finos de origen.

?Las pertenencias del difunto? -pregunto Sandy.

Farway penso que asi era.

– No pertenecen a mis hombres -afirme.

Sandy coloco los maletines sobre el asfalto y volvio a subir para regresar con una bolsa de plastico que contenia los despojos del occiso: un reloj de pulsera, un encendedor, una cajetilla de cigarros, una pluma, un peine, un panuelo, los anteojos y un anillo de onix y oro. Los detallo en voz alta al oficial pesquisidor, quien les adhirio una etiqueta que decia PROPIEDAD DE K. K. OGDEN.

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