—?Te burlas?

— No, no me burlo. Ya me encontre una vez con el. No te aburrire con los detalles, pero eramos ocho y solo teniamos quinientos kilos de oxigeno. Uno tras otro, fuimos abandonandonos, y al final eramos un equipo de barbudos, excepto Sartorius. Sartorius era el unico que se afeitaba, que se lustraba los zapatos. El es asi. Ahora, naturalmente, no puede hacer otra cosa que simular, representar una comedia, o cometer un crimen.

—?Un crimen?

— Tienes razon, no es la palabra adecuada. « ?Divor-cio por eyeccion! » ?Suena mejor?

—?Muy gracioso!

— Si no te gusta, sugiereme otra cosa.

— Oh, dejame en paz.

— No, hablemos seriamente. Ahora sabes casi tanto como yo. ?Tienes un plan?

— Ninguno. No tengo la menor idea de lo que hare cuando… cuando ella vuelva. Pues volvera, si he comprendido bien.

— Has comprendido.

—?Por donde entran? El casco de la Estacion es hermetico. Quiza el blindaje…

Snaut meneo la cabeza.

— El blindaje esta en perfectas condiciones. No se por donde entran. ?Generalmente te esperan al despertar, y hay que dormir de vez en cuando!

— Podriamos levantar una barricada dentro de las cabinas.

— Las barricadas no resisten mucho tiempo. Solo hay una escapatoria… tu sabes cual.

Nos pusimos de pie.

—?Vamos, Snaut!… ?Me sugieres liquidar la Estacion y esperas que yo tome la iniciativa?

— No es tan simple. Podriamos huir, claro, hasta el sateloide al menos, y enviar desde alli un S.O.S. Nos trataran de locos, por supuesto, y nos recluiran en una casa de salud, en la Tierra, hasta tanto nos hayamos retractado cortesmente: planeta lejano, aislamiento, crisis de locura colectiva; nuestro caso les parecera excepcional. Al fin y al cabo, hasta en una casa de salud estariamos mejor que aqui: un jardin, calma, pequenas habitaciones blancas, enfermeros, paseos acompanados…

Las manos en los bolsillos, mirando fijamente un rincon del cuarto, Snaut hablaba con absoluta seriedad.

El sol rojo habia desaparecido en el horizonte y el oceano era un desierto sombrio, moteado por destellos moribundos, ultimos reflejos extraviados entre las largas crestas de las olas. El cielo resplandecia. Nubes con orlas violaceas flotaban sobre este mundo rojo y negro, indeciblemente lugubre.

— Entonces, ?quieres huir, si o no? ?Todavia no?

Snaut sonrio:

— Luchador inconmovible… si entendieras las implicaciones de esa pregunta, no insistirias tanto. No se trata de lo que yo quiero, se trata de lo que es posible.

—?Que?

— Justamente, no lo se.

—?Entonces, nos quedamos? ?Piensas que encontraremos un medio?

Flaco, achacoso, de rostro despellejado y surcado de arrugas, Snaut me miraba de frente:

— Tal vez valga la pena quedarse. Sin duda no aprenderemos nada acerca de el, pero si acerca de nosotros…

Dio media vuelta, recogio sus papeles y salio. Yo abri la boca para retenerlo; no dije nada.

No podia hacer otra cosa que esperar. Me acerque a la ventana; mis ojos recorrieron distraidamente las reverberaciones bermejas del oceano oscuro. Se me ocurrio la idea de ir a encerrarme en uno de los cohetes de la Estacion, idea descabellada que no profundice: ?tarde o temprano, tendria que salir de la nave!

Me sente junto a la ventana y me puse a hojear el libro que Snaut me habia dado. Los fuegos del crepusculo enrojecian la estancia y tenian las paginas del pequeno volumen. Era una seleccion de articulos y trabajos — compilados por un tal Othon Ravintzer, licenciado en filosofia— de un nivel general bastante obvio. Toda ciencia engendra alguna seudociencia, inspirando a espiritus extravagantes lucubraciones digresivas; la astronomia encuentra sus excentricos en la astrologia; asi como la quimica los tuvo antes en la alquimia. No era extrano pues que en sus comienzos la solaristica hubiese provocado una explosion de co-gitaciones marginales. El libro de Ravintzer otorgaba precisamente derecho de asilo a esa clase de especulaciones, precedidas — debo anadir con toda honestidad— por una introduccion donde el autor expresaba sus reservas respecto de algunos de los textos. Consideraba, no sin razon, que esta antologia podia llegar a ser un valioso documento de epoca, tanto para el historiador como para el psicologo de la ciencia.

El informe de Berton — dividido en dos partes y completado con un resumen del libro de bitacora— ocupaba en el opusculo un sitio de honor.

Desde las catorce hasta las dieciseis y cuarenta horas, tiempo local convenido por la expedicion, las anotaciones del libro de a bordo eran laconicas y negativas.

Altitud 1.000 — 1.200–800 metros; nada a la vista; oceano desierto.Las mismas palabras reaparecian una y otra vez.

Luego, a las 16 hs. 40: Se levanta una neblina roja. Visibilidad 700 metros. Oceano desierto.

17 horas: neblina densa; silencio; visibilidad 400 metros, con algunos claros. Descenso a 200 metros.

17 hs. 20: en la niebla. Altura 200. Visibilidad 20–40 metros. Ascenso a 400.

17 hs. 45: altitud 500. La niebla cubre el horizonte.

Aberturas-embudo que descubren la superficie del oceano. Descenso en un embudo, donde algo se mueve.

17 hs. 52: una especie de remolino; despide una espuma amarilla. Muro de niebla alrededor. Altitud 100. Desciendo a 20.

Aqui concluia el extracto del libro de bitacora de Berton. Seguia la historia clinica, o mas exactamente el informe dictado por Berton e interrumpido por las preguntas de los miembros de la comision.

« Berton:Cuando descendi a treinta metros, me fue muy dificil mantener la altura; vientos violentos soplaban en ese pozo. Tuve que ocuparme de los comandos, y durante un tiempo — diez o quince minutos— no mire afuera. Adverti demasiado tarde que un poderoso torbellino me llevaba a la niebla roja. No era una niebla ordinaria, sino una materia espesa, coloidal, que se pegaba a los vidrios. Me dio mucho trabajo limpiarlos. Esa niebla — esa cola— era tenaz. Por otra parte, y a causa de la resistencia que la niebla oponia a la helice, la velocidad de rotacion se habia reducido en alrededor de un treinta por ciento, y yo comenzaba a perder altura. Temi capotar sobre las olas, trate de subir. El aparato no se movio. Me quedaban aun cuatro cartuchos- cohetes. No los utilice; me dije que la situacion no era aun desesperada. Vibraciones cada vez mas fuertes sacudian el aparato; supuse que una capa de cola se habia adherido a la helice; pero el medidor de sobrecarga indicaba siempre cero. Yo no entendia. Desde que habia entrado en la niebla no veia el sol; solo un resplandor rojizo. Continue volando, con la esperanza de desembocar al fin en uno de esos embudos, y eso fue lo que ocurrio, al cabo de media hora. Me encontre pues en otro « pozo », un cilindro casi perfecto, de varios centenares de metros de diametro. La pared del cilindro era un gigantesco torbellino de niebla que se elevaba en espiral. Me esforce por permanecer en el centro del « pozo », donde el viento era menos violento. Adverti entonces un cambio en la superficie del mar. Las olas habian desaparecido casi del todo y la capa superior de ese fluido — lo que compone el oceano— era ahora transparente, con estelas confusas aqui y alla, que se disipaban; al poco tiempo volvio a hacerse la luz. Alcanzaba a ver claramente hasta una profundidad de varios metros. Veia una especie de cienaga, de legamo amarillo, que proyectaba filamentos verticales. Cuando esos filamentos afloraban a la superficie, tenian un resplandor vidrioso, y empezaban luego a desprender espuma, y por ultimo esa espuma se coagulaba; se hubiera dicho un almibar espeso. Aquellos filamentos viscosos se mezclaban, se entrelazaban; protuberancias turgentes cruzaban por encima del oceano y adquirian poco a poco distintas formas. Note de pronto que mi aparato se desviaba hacia el muro de niebla; tuve entonces que maniobrar a contraviento, y cuando pude mirar de nuevo hacia abajo, vi algo que me recordo un jardin. Si, un jardin. Arboles, setos, senderos; pero no era un verdadero jardin; todo estaba hecho de esa misma sustancia, que ahora se habia solidificado del todo y parecia yeso amarillo. Bajo el jardin, brillaba el oceano. Descendi todo lo que pude. Queria mirar de cerca ese jardin.

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