El cigarro ahusado se erguia, vertical, como si realmente fuese a partir hacia el espacio. Ningun peligro amenazaba a la cautiva; los recipientes de oxigeno estaban llenos, y en el habitaculo habia viveres; ademas, no me proponia tenerla alli prisionera indefinidamente.

Necesitaba con desesperacion dos horas de libertad, para concentrarme y tomar alguna decision, y elaborar con Snaut una tecnica comun.

En el momento en que ajustaba la penultima tuerca, senti que el cohete se ponia a vibrar; pense que acaso lo habria sacado de quicio al manejar impetuosamente mi enorme llave. Sin embargo, cuando levante la cabeza, asisti a un espectaculo que espero no volver a ver.

Todo el cohete temblaba, sacudido violentamente desde el interior. Ni un robot de acero hubiera podido estremecer de ese modo una mole de ocho toneladas, y sin embargo quien estaba en la cabina era solo una muchacha gracil, una joven de cabellos oscuros.

Los reflejos de las lamparas temblaban sobre la pulida capsula del cohete. Yo no oia los golpes; en el interior del proyectil todo estaba en silencio. Pero los pedestales del zocalo vibraban como cuerdas. Las sacudidas eran tan violentas que yo temia ver desmoronarse todo el andamiaje.

Ajuste con mano vacilante la ultima tuerca, tire la llave y salte al pie de la escala. Mientras retrocedia unos pasos, vi que los amortiguadores, preparados para resistir una presion continua, se estremecian freneticamente. Me parecio que la envoltura del cohete se contraia de algun modo.

Me precipite al tablero de control, y alce con ambas manos la palanca de arranque. En ese momento, el altoparlante conectado al interior del cohete emitio un sonido penetrante… no un grito, un sonido que no se parecia a una voz humana, y sin embargo distingui confusamente mi nombre, repetido varias veces:

—?Kris! ?Kris! ?Kris!

Me abalance sobre las palancas con una violencia desordenada. Me lastime los dedos, que empezaron a sangrar. Un resplandor azul, una palida aurora, ilumino los muros. Torbellinos de polvo vaporoso brotaron alrededor de la plataforma; el polvo se transformo en una columna de chispas violentas, y los ecos de un rugido poderoso cubrieron todos los otros « ruidos. Tres llamas, confundidas al instante en una sola pira de fuego, levantaron el cohete, que subio por la abertura de la cupula. La estela incandescente ondeo y se extinguio. Los postigos volvieron a cerrarse sobre el orificio del foso; los ventiladores automaticos comenzaron a aspirar el humo sofocante que se movia en olas por el recinto.

En realidad, todo esto lo reconstrui mas tarde; no se con certeza lo que vi en esos momentos. Aferrado al tablero de mando, sintiendo que el calor me quemaba la cara y me chamuscaba los cabellos, yo aspiraba a bocanadas el aire acre, una mezcla de gases de combustion interna y el ozono desprendido de la ionizacion. En el momento del lanzamiento, yo habia cerrado instintivamente los ojos, pero el resplandor habia atravesado mis parpados. Durante un rato, no vi mas que espirales negras, rojas, doradas, que se dispersaban poco a poco. Los ventiladores continuaban gimiendo; el humo, la bruma, el polvo se disipaban.

La haz verdosa de la pantalla del radar atrajo mi mirada. Manipulando de prisa las llaves, trate de localizar el cohete. Cuando lo encontre, volaba ya mas alla de la atmosfera.

Nunca habia lanzado un proyectil de manera tan aberrante y ciega, sin preocuparme por ajustar la velocidad y la direccion. No conocia la potencia del vehiculo y temi una catastrofe de consecuencias incalculables. Decidi que lo mas sencillo era poner el cohete en orbita circular, a una distancia de aproximadamente mil kilometros de Solaris, y apagar entonces los propulsores. Verifique en las tablas que una orbita de mil kilometros era estacionaria. Esto no arreglaba nada, por supuesto, pero no se me ocurria otra solucion.

No tuve el coraje de conectar el altoparlante, que habia callado despues del lanzamiento. No, no queria exponerme a oir de nuevo aquella voz terrible, que ya nada tenia de humano. Me creia autorizado a pensar que habia vencido a todos aquellos simulacros, y que mas alla de las alucinaciones y contra toda expectativa, volvia a encontrarme con Harey, la verdadera Harey, a quien la hipotesis de la locura hubiera destruido del todo.

A la una abandone la cubierta de la estacion.

El « Pequeno Apocrifo »

Tenia la cara y las manos quemadas. Recorde que mientras buscaba un somnifero para Harey (no estaba con humor para reirme de mi candidez), habia visto un pote de unguento. Volvi pues a mi cabina.

Abri la puerta; el crepusculo rojo alumbraba la estancia. Alguien estaba sentado en el sillon, junto al sitio donde Harey se habia arrodillado. El terror me paralizo, un terror panico que me impulsaba a huir, y que solo duro unos pocos segundos. La figura sentada levanto la cabeza. Era Snaut. Cruzado de piernas (llevaba siempre el mismo pantalon de lona, manchado por los reactivos), consultaba papeles; un gran fajo de papeles depositados junto a el, sobre una mesita. Solto las hojas que tenia en la mano, se deslizo los anteojos hasta la punta de la nariz y me contemplo con aire enfurrunado.

Sin una palabra, me acerque al lavabo, saque del botiquin el pote de unguento y empece a untarme la frente y las mejillas. Afortunadamente, la cara no estaba demasiado hinchada y los ojos, que habia cerrado instintivamente, no parecian inflamados. En la sien y los pomulos me pinche varias ampollas grandes con una aguja esterilizada; el tapon aseptico recogio un liquido seroso. Luego me aplique sobre la cara dos trozos de gasa humeda. Snaut no dejo de observarme todo el tiempo que duro la cura. Yo lo ignore. Cuando al fin hube terminado (las quemaduras me dolian cada vez mas), me sente en el otro sillon, del que tuve que retirar previamente el vestido de Harey: un vestido perfectamente comun, pero desprovisto de broches.

Snaut, con las manos unidas alrededor de una rodilla puntiaguda, me observaba en actitud critica.

— Bueno, ?charlamos un poco? — dijo.

No le conteste; estaba ocupado en reacomodar un trozo de gasa que resbalaba a lo largo de mi mejilla.

— Tuviste una visita ?no?

— Si —repuse secamente.

Snaut habia iniciado la conversacion en un tono que me resultaba desagradable.

—?Y te la sacaste de encima? Bueno, bueno, eso se llama ser expeditivo.

Se toco la frente, que todavia estaba despellejandose, poniendo al descubierto superficies rosadas de epidermis nueva. Yo estaba perplejo. ?Como, hasta ese momento, no habia entendido las implicaciones de las « quemaduras de sol » de Snaut y Sartorius? ?Quemaduras de sol! Aqui nadie se exponia al sol.

Snaut prosiguio sin advertir ningun cambio en mi:

— Supongo que no recurriste en seguida a los metodos extremos. ?Que intentaste? ?Narcosis, veneno, lucha libre?

—?Quieres discutir seriamente asuntos que nos interesan o seguiras haciendote el tonto? Si tienes ganas de hacerte el tonto, puedes marcharte.

Snaut entorno los parpados.

— A menudo uno se hace el tonto sin quererlo… ?No probaste la soga o el martillo? ?Y el tinterazo preciso, como Luther? ?No? — Hizo una mueca. — ?Magnifico ejemplar! El lavabo esta intacto, no te destrozaste la cabeza contra las paredes, no echaste abajo el cuarto. ?Una, dos, te embarco en el cohete, te marchas y asunto arreglado! — Consulto el reloj. — Disponemos de dos o tres horas. ?Te molesta? — concluyo con una sonrisa desagradable.

— Si —dije secamente.

— Ah… Y si yo te contara un cuento ?me creerias? ?Creerias una sola palabra?

Yo callaba.

Snaut prosiguio, con aquella horrible sonrisa:

— Empezo con Gibarian. Encerrado en su cabina, solo nos hablaba a traves de la puerta. ?Y que crees que pensabamos nosotros?

No conteste.

— Claro, pensamos que se habia vuelto loco. A traves de la puerta, solto algo… no todo. Te preguntas quiza por que no nos dijo que habia alguien con el. ?Oh, suum cuique! Pero era un verdadero sabio. Nos rogo que le dieramos una oportunidad.

—?Que oportunidad?

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