Me observaba con un interes apacible, como al principio, cuando yo me habia despertado. Como si mi desesperado intento no la hubiese conmovido; como si no se hubiera dado cuenta de nada; como si hubiese ignorado mi crisis de panico. Erguida ante mi, esperaba: grave, pasiva, un poco sorprendida.

Abandonando a Harey en el centro del cuarto, fui hacia la repisa del lavabo. ?Yo habia caido en una trampa insensata y queria salir a toda costa! Si alguien me hubiese preguntado que sentia yo exactamente, y que significaba todo aquello, yo hubiera sido incapaz de balbucear tres palabras. Pero entendia ahora que mi situacion era identica a la de los otros habitantes de la Estacion, que todo cuanto yo habia vivido, aprendido o entrevisto formaba parte de una misma cosa, de un todo aterrador e incomprensible. Sin embargo, en ese preciso instante trataba simplemente de encontrar un truco, un modo de huir. Sin volverme, sentia clavada en mi la mirada de Harey. Empotrado en la pared, encima de la repisa del lavabo, habia un pequeno botiquin de primeros auxilios. Lo examine apresuradamente. Encontre los medicamentos, un frasco de comprimidos somniferos; lo destape y eche cuatro comprimidos — la dosis maxima— en un vaso. Actuaba abiertamente, sin esforzarme demasiado por disimular mis actos y mis gestos. ?Por que? No me lo pregunte. Llene el vaso con agua caliente.

Cuando los comprimidos se disolvieron, me acerque a Harey, que habia permanecido de pie.

—?Estas enojado? — me pregunto en voz baja.

— No. ?Bebe!

Yo habia previsto inconscientemente que ella me obedeceria. En efecto, acepto en silencio el vaso y lo bebio de un sorbo. Deje el vaso vacio sobre un taburete y fui a sentarme en un rincon del cuarto, entre el ropero y la biblioteca.

Harey me siguio; se sento en el suelo con un movimiento familiar, recogiendo las piernas y apartando el cabello de la cara. Yo ya no me enganaba, no era ella; y sin embargo, reconocia sus mas minimos gestos. El horror me oprimia la garganta. Y lo mas espantoso era que yo tenia que actuar con cierta astucia, fingir que la tomaba por Harey, ya que ella misma creia sinceramente que era Harey. De esto yo estaba seguro, si aun podia estar seguro de algo.

Se habia apoyado contra mis rodillas; sus cabellos me rozaban la mano. Asi nos quedamos un tiempo. De vez en cuando yo echaba una ojeada a mi reloj. Paso media hora; el somnifero tenia que haber empezado a actuar. Harey mascullo unas palabras.

—?Que dices?

Ella no respondio.

Atribui ese silencio a la pesadez del sueno; aunque en verdad dudaba secretamente de la eficacia de las pastillas. ?Por que? No lo sabia. Quiza porque mi subterfugio me parecia demasiado facil.

Lentamente la cabeza de Harey se deslizo a lo largo de mis rodillas, los cabellos oscuros le ocultaron el rostro; respiraba regularmente; dormia. Me incline, con el proposito de llevarla a la cama. Abriendo bruscamente los ojos, Harey me echo los brazos al cuello, y estallo en una carcajada aguda.

Quede paralizado. Harey no cabia en si de gozo. Me observaba entornando los parpados, con una expresion a la vez ingenua y maliciosa. Volvi a sentarme tieso, perplejo, desconcertado. Un ultimo acceso de risa sacudio a Harey; luego se apretujo contra mis piernas.

Le pregunte, con una voz inexpresiva:

—?Por que te ries?

Una vez mas el rostro de Harey expreso sorpresa, e inquietud. Sin duda deseaba darme una explicacion honesta. Se froto la nariz y suspiro.

— No se —dijo al fin, sinceramente sorprendida—. Me estoy comportando como una idiota ?no?… Pero tu tambien, tienes todo el aspecto de un idiota, tieso y solemne como… como Pelvis.

Crei haber oido mal.

—?Como quien?

— Como Pelvis, tu sabes quien, el gordo…

Harey no podia en ningun caso conocer a Pelvis, ni haberme oido hablar de el, por la sencilla razon de que Pelvis habia vuelto de una expedicion tres anos despues que ella muriera. Yo no lo habia conocido antes e ignoraba por consiguiente que tuviese una tendencia inveterada, cuando presidia las reuniones del Instituto, a prolongar indefinidamente las sesiones. Por lo demas, se llamaba Pelle Villis, y no supe hasta su regreso que lo habian apodado Pelvis.

Harey apoyo los codos sobre mis rodillas y me miro a los ojos. Yo le toque los brazos; mis manos subieron hasta los hombros y el nacimiento del cuello desnudo, que palpitaba bajo mis dedos. Podia suponerse que la estaba acariciando; por lo demas, a juzgar por su mirada, ella no interpretaba de otra manera el contacto de mis manos. En realidad, yo estaba comprobando una vez mas que su cuerpo era tibio al tacto, un simple cuerpo humano, con musculos, huesos, articulaciones. Mientras la miraba a los ojos con dulzura, senti el horrendo deseo de cerrar bruscamente las manos.

De pronto, recorde las manos ensangrentadas de Snaut, y la solte.

— Como me miras — dijo ella serenamente.

El corazon me latia con tal fuerza que me fue imposible hablar. Cerre los parpados. En ese mismo momento se me ocurrio un plan, completo y minucioso. Sin perder un instante me puse de pie.

— Tengo que salir, Harey. Si de veras quieres ir conmigo, te llevo.

Harey se levanto de un salto.

— Bueno.

Abri el armario y mientras escogia un traje para cada uno de nosotros, le pregunte;

—?Por que estas descalza?

Me respondio con voz vacilante:

— No se… Debo de haber dejado los zapatos en alguna parte.

No insisti.

— Para ponerte esto, tendras que sacarte el vestido.

—?Un traje del espacio… por que?

Trato de quitarse el vestido, pero entonces se puso en evidencia un hecho singular: ?la imposibilidad de desabrochar un vestido que no tenia broches! Los botones rojos de la blusa eran simples adornos. No habia cierres, ni de cremallera ni ningun otro. Harey sonreia, turbada.

Como si fuese algo normal, tome una especie de escalpelo y rasgue la tela de la espalda, desde el cuello hasta la cintura. Harey se quito el vestido por encima de la cabeza.

Se puso el traje de vuelo, holgado en demasia, y en el momento en que saliamos, me pregunto:

—?Vamos a volar? ?Tu tambien?

Yo me limite a sacudir la cabeza. Temia encontrar a Snaut. Pero no habia nadie en la rotonda; la puerta que llevaba a la cabina de radio estaba cerrada.

Un silencio de muerte flotaba aun sobre la cubierta de la estacion. Harey seguia atentamente mis movimientos. Abri un hangar y examine la embarcacion; verifique sucesivamente el estado del microrreactor, el funcionamiento de los comandos y los difusores. Luego de retirar la capsula vacia del zocalo, bajo el embudo de la cupula, oriente hacia la pista inclinada la vagoneta electrica que transportaba el proyectil.

Habia escogido un vehiculo pequeno utilizado para intercambiar suministros entre la Estacion y el sateloide, y que solo transportaba hombres en ocasiones excepcionales, pues no se abria desde dentro. La eleccion tenia en cuenta mi plan. Yo no habia pensado, por supuesto, en lanzar el cohete; solo simulaba los preparativos de una verdadera partida. Harey, que tantas veces me acompanara en el curso de mis viajes, conocia hasta cierto punto las maniobras preliminares. Verifique asimismo, en el habitaculo, el buen funcionamiento de la climatizacion y la entrada del oxigeno; conecte el circuito central y los indicadores del tablero se iluminaron. Sali y le dije a Harey que esperaba al pie de la escalera:

—?Entra!

—?Y tu?

— Yo entrare despues. Tengo que cerrar la escotilla detras de nosotros.

No me parecio que ella sospechara. Cuando desaparecio en el interior, asome la cabeza por la abertura y le pregunte:

—?Estas comoda?

Oi un « si » apagado, ahogado por la exiguidad de la cabina. Me agache y cerre de golpe la escotilla. Eche los dos cerrojos; ajuste las cinco tuercas de seguridad con la llave especial que yo habia traido.

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