ido a cuidar a un invalido de guerra y no le habian dado la autorizacion.
Yevguenia Nikolayevna entro en el despacho de Grishin. Este le indico con un gesto que tomara asiento, miro sus documentos y dijo:
– Se lo han denegado -dijo-. ?Que quiere?
– Camarada Grishin -dijo ella con voz tremula-, entiendalo, durante todo esto tiempo no he recibido la cartilla de racionamiento.
El hombre la miro con ojos imperturbables, su cara ancha y joven expresaba una indiferencia ausente.
– Camarada Grishin -dijo Zhenia-, detengase un momento a pensar en esta incongruencia. En Kuibishev hay una calle que lleva mi apellido, la calle Shaposhnikov, en honor a mi padre, uno de los pioneros del movimiento revolucionario en Samara, y ustedes deniegan el permiso de residencia a su hija…
Los ojos serenos de Grishin se clavaron en ella: la estaba escuchando.
– Necesito una peticion oficial -dijo el-. Sin peticion no hay permiso.
– Pero es que yo trabajo en una institucion militar. -Eso no consta en su certificado de trabajo.
– ?Puede ser de ayuda?
Grishin respondio de mala gana:
– Tal vez.
Por la manana, cuando Yevguenia Nikolayevna acudio al trabajo conto a Rizin que le habian denegado el permiso de residencia. El hombre levanto las manos y dijo con voz queda:
– Ay, que estupidos, quiza no entiendan que se ha convertido en una trabajadora indispensable para nosotros, que usted presta servicio a la Defensa.
– Asi es -confirmo Yevguenia-. Me han dicho que necesito un documento oficial que certifique que nuestra oficina esta subordinada al Comisariado Popular de Defensa. Se lo ruego encarecidamente: redactemelo y esta tarde lo llevare a la comisaria.
Al cabo de un rato, Rizin se acerco a Zhenia y con voz culpable dijo:
– Necesito una solicitud por escrito de la policia. De lo contrario tengo prohibido escribir un certificado de ese tipo.
Esa misma tarde Yevguenia fue a la comisaria y, despues de la inevitable cola, pidio a Grishin la solicitud, odiandose a si misma por su sonrisa aduladora.
– No pienso escribirle ninguna solicitud -dijo Grishin. Rizin, al enterarse de la nueva negativa de Grishin, se lamento y dijo pensativo:
– Bien, digale que me haga una peticion verbal.
La tarde siguiente Zhenia debia encontrarse con el literato moscovita Limonov, que en un tiempo habia sido amigo de su padre. Justo despues de salir del trabajo se dirigio a la comisaria y pidio a la gente que aguardaba en la cola que le permitieran pasar a ver al jefe de la seccion de pasaportes «literalmente un minuto», solo para hacer una pregunta. La gente se encogio de hombros y desvio la mirada. Al final, dijo con rabia:
– ?Ah, si? ?Quien es el ultimo?
Aquel dia el ambiente en la comisaria era especialmente deprimente. Una mujer con las piernas llenas de varices sufrio un ataque de histeria en el despacho de Grishin y se puso a gritar: «Se lo ruego, se lo ruego». Un manco lanzo improperios contra Grishin en el mismo despacho; el siguiente tambien armo un alboroto, se oian sus palabras: «No me ire de aqui». Pero en realidad se fue enseguida. En medio de aquel jaleo no se oia a Grishin, no levanto la voz ni una sola vez; incluso parecia que no estaba presente, como si la gente gritara y amenazara para si misma.
Yevguenia hizo cola durante una hora y media y, de nuevo, odiando su propia cara amable y el emocionado «muchas gracias» que pronuncio en respuesta a una pequena senal de Grishin para que se sentara, le pidio que llamara por telefono a su jefe, explicando que este dudaba de si tenia derecho a redactar un certificado sin una solicitud previa con un numero y sello, pero que despues habia accedido a escribirle el certificado con la nota: «En respuesta a su solicitud oral del dia tal del mes tal».
Yevguenia Nikolayevna coloco sobre la mesa de Grishin un papelito preparado de antemano donde con caligrafia gruesa y clara habia escrito el apellido y patronimico de Rizin, numero de telefono, cargo, rango y en letra pequena, entre parentesis: «pausa para comer» y «desde… hasta».
– No hare ninguna solicitud.
– Pero ?por que? -pregunto ella.
– No debo hacerlo.
– El teniente coronel Rizin dice que sin solicitud, aunque sea oral, no tiene permiso para escribir un certificado.
– Si no tiene permiso, que no lo escriba.
– Pero ?que voy a hacer yo?
– Eso es asunto suyo.
La pasmosa tranquilidad de Grishin la desconcerto; si se hubiera enfadado o irritado por su insistencia, se habria sentido mejor. Pero Grishin continuaba alli sentado, de medio perfil, sin pestanear siquiera, sin prisa.
Yevguenia Nikolayevna sabia que los hombres se fijaban en su belleza, lo percibia cuando hablaba con ellos. Pero Grishin la miraba como si fuera una vieja con ojos lacrimosos o una lisiada; al entrar en aquel despacho ya no era un ser humano, una mujer joven y atractiva, solo una solicitante.
A Yevguenia la confundia su propia debilidad, del mismo modo que la confundia la seguridad monolitica de Grishin. Yevguenia Nikolayevna caminaba por la calle, se apresuraba, llegaba con mas de una hora de retraso a su cita con Limonov; pero mientras se afanaba en llegar, habia perdido todo interes ante ese encuentro. Todavia podia sentir el olor del pasillo de la comisaria, aun veia las caras de los que hacian cola, el retrato de Stalin iluminado por la luz tenue de la lampara electrica; y al lado, Grishin. Grishin, tranquilo, sencillo, cuya alma mortal concentraba la omnipotencia granitica del Estado.
Limonov, un hombre alto, grueso, cabezon, con rizos alrededor de su gran calvicie, la recibio con alegria.
– Comenzaba a temer que ya no viniera -le dijo mientras la ayudaba a quitarse el abrigo.
Le pregunto sobre Aleksandra Vladimirovna:
– Desde que eramos estudiantes, su madre ha sido para mi el modelo de mujer rusa con alma valiente. Siempre escribo de ella en mis libros, es decir, no propiamente de ella, sino en general, bueno, ya me entiende.
Bajando la voz y echando una ojeada a la puerta, le pregunto:
– ?Alguna noticia de Dmitri?
Luego comenzaron a hablar de pintura, y los dos se ensanaron con Repin. Limonov se puso a hacer una tortilla en su cocinilla electrica, jactandose de ser el mejor especialista en tortillas de Rusia; tanto era asi que el chef del Nacional habia aprendido de el.
– Entonces, ?que tal? -pregunto ansioso mientras servia a Zhenia y, entre suspiros, anadio-: Lo confieso, me encanta comer.
?Como persistia el peso de las impresiones experimentadas en las dependencias policiales! Al llegar a la habitacion calida de Limonov, llena de libros y revistas, donde enseguida se agregaron dos personas mayores perspicaces y amantes del arte, Zhenia no pudo arrancar a Grishin de su corazon helado.
Pero la gran fuerza de la conversacion, libre e inteligente, hizo que Zhenia, al poco rato, se olvidara de Grishin y de los rostros de angustia de las personas en la cola. Parecia no existir nada mas en la vida que las conversaciones sobre Rubliov, Picasso, la poesia de Ajmatova y Pasternak, las obras de Bulgakov…
Pero una vez salio a la calle se olvido de las conversaciones inteligentes. Grishin, Grishin… En el piso nadie le pregunto si habia logrado el permiso de residencia, ni le pidio que le ensenara el pasaporte con el sello estampado. Pero desde hacia varios dias tenia la impresion de que la controlaba la mujer mas anciana del apartamento, Glafira Dmitrievna, una mujer de nariz larga, siempre afable, vivaracha, de voz embelesadora e inmensamente falsa. Cada vez que se topaba con Glafira Dmitrievna y veia sus ojos oscuros, a un mismo tiempo zalameros y lugubres, Zhenia se asustaba. Tenia la sospecha de que en su ausencia Glafira Dmitrievna, con una llave maestra, se colaba en su habitacion, revolvia entre sus papeles, apuntaba sus declaraciones para la milicia, leia sus cartas.
Yevguenia Nikolayevna se esforzaba por abrir la puerta sin hacer ruido, andaba de puntillas por el pasillo temiendo encontrarsela. Esperaba que de un momento a otro le dijera: «?Por que transgrede la ley? Sere yo la que tenga que responder por ello».
A la manana siguiente, Yevguenia Nikolayevna entro en el despacho de Rizin y le conto la espera infructuosa en