la oficina de pasaportes.

– Ayudeme a conseguir un billete para el barco de Kazan, de lo contrario me enviaran a un yacimiento de turba por haber quebrantado la ley de pasaportes.

Ya no le pidio nada mas sobre el certificado y en adelante se dirigio a el con tono sarcastico, airado.

Aquel hombre apuesto y fornido, de voz dulce, la miraba avergonzado por su propia debilidad. Ella sentia constantemente su mirada melancolica y tierna sobre su espalda, sus piernas, su cuello, su nuca; podria advertir aquella insistente mirada de admiracion. Pero la fuerza de la ley que regia la circulacion de documentos burocraticos, al parecer, no se podia tomar a la ligera.

Aquel dia Rizin se acerco a Zhenia y en silencio le dejo sobre una hoja de dibujo el tan anhelado certificado.

Yevguenia tambien le miro en silencio y los ojos se le anegaron de lagrimas.

– Lo pedi a traves de la seccion secreta -dijo Rizin-. Pero sin demasiadas esperanzas y de repente recibi la autorizacion del superior.

Los colegas de Yevguenia la felicitaban, diciendole: «Por fin se han terminado tus sufrimientos».

Fue a la comisaria. La gente de la cola la saludo, algunos la reconocieron, e incluso le preguntaron: «?Como va…?». Otras voces le propusieron: «No haga cola, pase directamente, su asunto es de un minuto, ?para que va a estar esperando dos horas?».

La mesa del despacho y la caja fuerte pintada burdamente de marron a imitacion de madera ya no le parecian tan lugubres ni burocraticas.

Grishin miro fijamente como los dedos apresurados de Zhenia depositaban ante el el papel requerido y asintio imperceptiblemente, satisfecho:

– Bien, entonces deje el pasaporte y los certificados y dentro de tres dias vuelva en horario de oficina; podra retirar sus documentos en recepcion.

Su tono de voz era el de costumbre, pero a Zhenia le parecio que sus ojos claros le sonreian amistosamente.

De regreso a casa pensaba que Grishin se habia revelado un ser humano como cualquier otro: habia sonreido al hacer una buena accion. Resulto que no era un desalmado y comenzo a sentirse incomoda por todo lo malo que habia pensado sobre el jefe de la seccion de pasaportes.

Tres dias mas tarde una mano grande femenina con las unas pintadas de esmalte rojo oscuro le alargo a traves de la ventanilla el pasaporte con los papeles cuidadosamente doblados en su interior. Zhenia leyo la resolucion escrita con caligrafia bien legible: «Permiso de residencia denegado por no tener relacion con la habitacion que ocupa».

– Hijo de perra -profirio en voz alta Zhenia sin lograr contenerse-. Te has estado divirtiendo a mi costa, torturador despiadado.

Gritaba agitando en el aire su pasaporte sin sello, volviendose a la gente de la cola en busca de apoyo, pero vio que le daban la espalda. Por un momento se inflamo en ella un espiritu de insurreccion, desesperacion y rabia. Asi gritaban las mujeres que habian enloquecido de desesperacion en las colas de 1937, en espera de tener noticias sobre familiares condenados sin derecho a correspondencia [29], en la sala en penumbra de la carcel de Butirka, en Matrosskaya Tishina, en Sokolniki.

Un miliciano apostado en el pasillo cogio a Zhenia por el codo y la empujo hacia la puerta.

– ?Dejeme, no me toque! -grito y se zafo de la mano del miliciano, apartandole de un empujon.

– Ciudadana -le dijo con voz ronca-. Basta ya, le van a caer diez anos.

Le parecio atisbar en los ojos del miliciano una chispa de compasion, de piedad.

Se dirigio rapidamente a la salida. Por la calle los transeuntes que caminaban empujandola tenian todos sus papeles en regla, sus permisos de residencia, sus cartillas de racionamiento…

Por la noche sono con un incendio: estaba inclinada sobre un hombre herido con la cara apoyada contra el suelo. Trataba de arrastrarlo y, aunque no podia verle la cara, comprendio que se trataba de

Krimov.

Se desperto extenuada, deprimida.

«Ojala viniera pronto», pensaba mientras se vestia, y murmuraba:

– Ayudame, ayudame.

Y deseaba ardientemente, casi hasta el sufrimiento, ver no tanto a Krimov, al que habia salvado por la noche, sino a Novikov, tal como lo habia visto aquel verano en Stalingrado.

Aquella vida sin derechos, sin permiso de residencia, sin cartilla de racionamiento, con el miedo constante al portero, al administrador de la casa, a la anciana del apartamento, Glafira Dmitrievna, era opresiva, la torturaba de manera insoportable. Zhenia entraba con sigilo en la cocina, cuando todos dormian, y por la manana se esforzaba en asearse antes de que los otros inquilinos se levantaran. Y cuando los vecinos le hablaban, ponia una voz repulsivamente afable, que no era la suya, como la de una cristiana baptista.

Aquel dia Zhenia presento la dimision de su puesto de trabajo.

Habia oido que, tras la denegacion del permiso de residencia, se presentaria un comisario de la policia que le haria firmar un compromiso de salida de Kuibishev antes de tres dias. En el texto se leian las siguientes palabras: «Las personas que infrinjan la regulacion relativa al regimen de pasaportes estan sujetas…». Zhenia no queria «estar sujeta a…». Se habia hecho a la idea de que tenia que irse de Kuibishev. Enseguida se sintio mas tranquila, y la imagen de Grishin, Glafira Dmitrievna, de sus ojos blandos como olivas podridas, dejo de atormentarla, asustarla. Habia renunciado a la ilegalidad, se habia sometido a la ley.

Mientras escribia su dimision y se disponia a llevarsela a Rizin, la llamaron por telefono: era Limonov.

Le pregunto si estaba libre al dia siguiente por la tarde porque habia llegado de Tashkent una persona que contaba con gracia y donaire la vida de los habitantes de aquel lugar y que le traia saludos de Aleksei Tolstoi. Zhenia sintio de nuevo el perfume de una vida diferente.

Y, aunque no tenia intencion de hacerlo, Zhenia acabo contandole a Limonov todos sus intentos por conseguir el permiso de residencia.

El la escucho sin interrumpirla; luego dijo:

– Vaya historia, es bastante curiosa: le ponen el nombre del padre a una calle y a la hija le deniegan el permiso de residencia. Es verdaderamente interesante.

Se quedo un momento pensativo y despues le propuso:

– Bueno, Yevguenia Nikolayevna. No presente hoy la dimision, esta tarde voy a una reunion donde estara presente el secretario del obkom y le contare su caso.

Zhenia le dio las gracias, pero penso que en cuanto colgara el telefono se olvidaria de ella. Con todo, no entrego su dimision a Rizin; solo le pidio si podia conseguirle un billete de barco a Kazan a traves del Estado Mayor.

– Eso es pan comido -le dijo Rizin y levanto las manos-. El problema esta en los organos de la milicia. Pero ?que le vamos a hacer? Kuibishev tiene un regimen especial, con instrucciones especiales.

Despues le pregunto:

– ?Esta libre esta noche?

– No, estoy ocupada -respondio Yevguenia, enfadada.

Mientras volvia a casa penso que pronto veria a su madre, a su hermana, a Viktor Pavlovich, a Nadia, y que en Kazan la vida seria mas facil que en Kuibishev. Se sorprendio de haberse sentido tan afligida, de haber pasado tanto miedo al entrar en la comisaria de policia. ?Que le habian denegado el permiso? Que mas le daba… Y si Novikov le enviaba una carta, siempre podia pedirle a los vecinos que se la reenviaran a Kazan.

A la manana siguiente, poco despues de llegar al trabajo, recibio una llamada telefonica. Una voz amable le pidio que pasara por la oficina de pasaportes para recoger su permiso de residencia.

25

Yevguenia trabo amistad con uno de los inquilinos de su apartamento: Sharogorodski. Cuando este se giraba bruscamente daba la impresion de que su gruesa cabeza gris alabastro iba a separarsele del cuello delgado y caeria

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