al suelo con estruendo. Zhenia habia notado que la tez palida del anciano se tornasolaba de un suave azul celeste. La combinacion de piel azulada y el frio azul cielo de los ojos la fascinaban. El anciano procedia de una familia de alta alcurnia y Zhenia se divertia pensando que si se le pintara un retrato a Sharogorodski deberia ser en azul.

La vida de Vladimir Andreyevich Sharogorodski habia sido peor antes de la guerra que en la actualidad. La Oficina de Informacion Sovietica le encargaba notas sobre Dmitri Donskoi, Suvorov, Ushakov, sobre las tradiciones de la oficialidad rusa, sobre poetas del siglo XIX: Tiutchev, Baratinski…

Vladimir Andreyevich le habia contado a Zhenia que por linea materna descendia de una casa principesca de mayor antiguedad que los Romanov.

De joven habia trabajado en un zemstvo [30] provincial y habia predicado las ideas de Voltaire y Chaadayev entre los hijos de los terratenientes, los maestros rurales y los curas jovenes.

Vladimir Andreyevich le relato a Zhenia una conversacion que habia mantenido cuarenta y cuatro anos antes con un decano de la nobleza provincial: «Usted, representante de una de las familias mas antiguas de Rusia, se ha empenado en convencer a los campesinos de que desciende del mono. Y entonces el campesino le preguntara: ?Y los grandes duques? ?Y el principe heredero? ?Y el zar? ?Y la zarina…?».

Pero Sharogorodski habia continuado turbando los animos y acabo siendo exiliado a Tashkent. Un ano mas tarde recibio el perdon y partio a Suiza. Alli conocio a muchos activistas revolucionarios: bolcheviques, mencheviques, eseristas y anarquistas. Todos conocian al principe extravagante. Participaba en reuniones y debates, con algunos incluso mantenia relaciones amistosas, aunque no estaba de acuerdo con nadie. Durante aquella epoca trabo amistad con un estudiante judio, un bundista [31] de barba negra llamado Lipets.

Poco antes de la Primera Guerra Mundial volvio a Rusia y se establecio en su finca. De vez en cuando publicaba articulos sobre literatura e historia en Nizhegorodski Listok.

No se ocupaba de la economia, y era su madre la que administraba la finca.

Sharogorodski resulto ser el unico propietario cuya finca respetaron los campesinos. El Kombed [32] incluso le asigno una carretada de lena y cuarenta coles. Vladimir Andreyevich vivia en la unica habitacion de la casa con calefaccion y las ventanas intactas. Leia y escribia poesia. Leyo a Yevguenia uno de sus poemas titulado Rusia.

Insensata despreocupacion por los cuatro costados. Llanura. Infinitud. Graznan cuervos de mal aguero. Desenfreno. Incendios. Secretismo. Indiferencia obtusa. Originalidad por doquier. Una terrible magnificencia.

Leia pronunciando con esmero las palabras, subrayando los puntos y las comas, enarcando sus largas cejas que, sin embargo, no le empequenecian la frente espaciosa.

En 1926 a Sharogorodski se le ocurrio impartir conferencias sobre historia de la literatura rusa; menospreciaba a Demian Bedni y alababa a Fet, participo en debates sobre la belleza y la justicia de la vida, que entonces estaban en boga, se declaro adversario de toda clase de Estado, definio el marxismo como una doctrina limitada, hablo del destino tragico del alma rusa, y al final se gano un nuevo viaje a Tashkent a cuenta del gobierno. Alli vivio asombrado por el poder de los argumentos geograficos en las discusiones teoricas, y solo a finales de 1933 obtuvo la autorizacion para trasladarse a Samara, a casa de su hermana mayor, Yelena Andreyevna. Murio poco antes de que estallara la guerra.

Sharogorodski nunca invitaba a nadie a su habitacion, pero una vez Zhenia pudo echar un vistazo a los aposentos del principe: pilas de libros y periodicos viejos se elevaban en los rincones; sillones vetustos estaban encajados unos sobre otros hasta el mismo techo; retratos en marcos dorados yacian en el suelo. Sobre un sofa de terciopelo rojo habia una colcha que perdia su relleno de algodon.

Era un hombre dulce, poco habil con los asuntos practicos de la vida. Era una de esas personas de las que se suele decir: «Es un hombre con alma de nino y tiene una bondad angelical». Pero podia mostrar indiferencia, mientras recitaba sus versos preferidos, ante un nino hambriento o una vieja harapienta con la mano extendida suplicando un trozo de pan.

Mientras escuchaba a Sharogorodski, Yevguenia a menudo recordaba a su primer marido, aunque aquel viejo enamorado de Fet y de Soloviov no se parecia a Krimov, el oficial del Komintern.

A Yevguenia le sorprendia que Krimov, impasible a la fascinacion del paisaje y las fabulas rusos, a los versos de Fet y Tiutchev, fuera tan ruso como el viejo Sharogorodski. Todo aquello de la vida rusa que desde la juventud era querido por Krimov, los nombres sin los que no concebia a Rusia, a Sharogorodski le resultaba indiferente y a menudo incluso hostil.

Fet era un dios para Sharogorodski y, ademas, un dios ruso. del mismo modo que consideraba divinas las fabulas sobre Finist el Halcon Brillante y Las dudas de Glinka. Y por mucho que admirara a Dante, lo estimaba privado de la divinidad de la musica y la poesia rusa.

Krimov, en cambio, no establecia diferencias entre Dobroliuhov y Lassalle, entre Chernishevski y Engels. Para el Marx era mas grande que todos los genios rusos, y la Sinfonia Heroica de Beethoven triunfaba indiscutiblemente sobre la musica rusa. Quiza solo con Nekrasov hacia una excepcion: lo consideraba el poeta mas grande del mundo.

A veces a Yevguenia Nikolayevna le parecia que Sharogorodski la ayudaba no solo a comprender a Krimov, sino los entresijos de su relacion con Nikolai Grigorievich.

A Zhenia le gustaba conversar con Sharogorodski. A menudo la charla se iniciaba con boletines preocupantes, luego Sharogorodski se lanzaba a disertar sobre el destino de Rusia.

– La nobleza rusa -decia- es culpable ante Rusia, Yevguenia Nikolayevna, pero tambien ha sabido amarla. De la primera guerra no nos han perdonado nada, nos lo han reprochado todo: nuestros idiotas y zopencos, nuestros glotones sonolientos, Rasputin, el coronel Miasoyedov, las alamedas de tilos y la despreocupacion, las isbas sin chimenea y los zuecos de los campesinos… Seis hijos de mi hermana perecieron en Galitzia; mi hermano, un hombre viejo y enfermo, murio en el campo de batalla, pero la Historia no lo ha tenido en cuenta… Y deberia hacerlo.

A menudo Zhenia escuchaba sus juicios literarios que no concordaban en absoluto con los de sus contemporaneos. Situaba a Fet por encima de Pushkin y Tiutchev. Nadie en Rusia conocia a Fet como el, y probablemente el propio Fet al final de su vida no recordaba de si mismo todo lo que sabia de el Vladimir Andreyevich.

Consideraba a Lev Tolstoi demasiado realista y, aunque reconocia la poesia que habia en su obra, no lo apreciaba. Valoraba a Turgueniev, pero opinaba que su talento era superficial en exceso. De la prosa rusa lo que mas le gustaba era Gogol y Leskov.

Estimaba que Belinski y Chernishevski eran los primeros que habian asestado un golpe mortal a la poesia rusa.

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