le habia tocado escuchar en su vida, no deseaba culpar a los otros… Una vez el marido, riendo, le habia dicho por telefono: «Desde que tenemos el cachorro en casa, oigo la voz dulce de mi mujer».

Y un dia la madre le habia reprochado: «Liuda, como puedes rechazar a los mendigos; piensalo: uno que tiene hambre te pide a ti, que estas saciada».

Pero ella no era avara. Le encantaba tener invitados en casa y sus comidas tenian fama entre sus conocidos.

Sentada de noche en la cubierta, nadie la veia llorar. Si, era dura, habia olvidado todo lo que le habian ensenado, no servia para nada, no podia gustar a nadie, habia engordado, el pelo se le habia encanecido, tenia la tension alta, su marido no la amaba; por eso el pensaba que ella era insensible. ?Pero si al menos Tolia estuviera vivo! Estaba dispuesta a reconocerlo todo, a arrepentirse de todas las faltas que le atribuia su familia con tal que Tolia siguiera con vida.

?Por que no hacia otra cosa que pensar en su primer marido? ?Donde estaba? ?Como podia encontrarle? ?Por que no habia escrito a su hermana en Rostov? Ahora era imposible: los alemanes estaban alli. La hermana le habria dado noticias de Tolia.

El ruido de los motores del barco, las vibraciones de la cubierta, el embate del agua, el centelleo de las estrellas en el cielo, todo se confundia y se mezclaba, y Liudmila Nikolayevna se adormecio.

Ya casi estaba amaneciendo. La niebla flotaba por encima del Volga y parecia que hubiera engullido todo signo de vida. De repente salio el sol, como un estallido de esperanza. El cielo se espejeaba en el agua, la oscura agua otonal comenzo a palpitar mientras el sol parecia gritar a las olas del rio. El talud de la orilla parecia espolvoreado de sal por la escarcha nocturna, y los arboles rojizos destacaban alegremente sobre aquel fondo blanco. Arrecio el viento, la niebla se disipo y el mundo alrededor se volvio transparente como el cristal, pero en aquel sol deslumbrante y en el azul del agua y el cielo no habia calor.

La tierra era enorme; incluso en el bosque que daba la sensacion de no tener limites se veian el principio y el fin, mientras la tierra se desplegaba siempre infinita.

E igual de enorme y eterna, como la Tierra, era la desgracia.

En el barco habia un grupo de pasajeros que iban a Kuibishev en camarotes de primera clase, altos cargos de los Comisariados del Pueblo, vestidos todos de color caqui, tocados con grises gorros de astracan tipicos de coronel. En los camarotes de segunda clase viajaban las esposas y las suegras importantes, uniformadas de acuerdo a su rango, como si hubiera una indumentaria especial para esposas, madres de esposas y suegras. Las esposas llevaban abrigos de piel, con estolas de piel blanca; las suegras y las madres, abrigos de pano azules con cuellos de astracan negros y panuelos de color marron. Los ninos que las acompanaban tenian una mirada aburrida y descontenta. A traves de la ventana de los camarotes se vislumbraba la comida que los pasajeros llevaban consigo. El ojo experto de Liudmila distinguia sin dificultad el contenido de las bolsas; la mantequilla clarificada y la miel navegaban por el Volga en cestos, tarros hermeticamente cerrados, oscuras botellas selladas. Por los fragmentos de conversacion que habia captado de los pasajeros de los camarotes que paseaban por cubierta habia comprendido que su maxima preocupacion era el tren que iba de Kuihishev a Moscu.

Liudmila tuvo la impresion de que aquellas mujeres miraban con indiferencia a los soldados y tenientes del Ejercito Rojo que estaban sentados en los pasillos, como si no tuvieran hijos o hermanos en la guerra.

Por la manana, cuando transmitian el boletin de la Oficina de Informacion Sovietica las mujeres no se detenian debajo del megafono junto a los soldados y los marineros sino que entornaban los ojos sonolientos en direccion a los altavoces y proseguian con sus asuntos.

Liudmila se entero por los marineros de que todo el barco habia sido reservado para las familias de funcionarios importantes que volvian a Moscu via Kuibishev, y que los soldados y civiles habian subido a bordo en Kazan por orden de las autoridades militares. Los pasajeros legitimos habian montado un escandalo, se negaban a permitir que los soldados embarcaran, llamaron por telefono a un plenipotenciario del Comite de Defensa Estatal.

Era un espectaculo increiblemente extrano ver a los soldados del Ejercito Rojo de camino a Stalingrado con caras de culpabilidad porque estaban incomodando a los pasajeros legitimos.

A Liudmila Nikolayevna le resultaba insoportable la pasmosa tranquilidad de aquellas mujeres. Las abuelas llamaban a los nietos y, sin ni siquiera interrumpir la conversacion, con movimiento acostumbrado, metian galletas en las bocas de sus nietos. Y, cuando una vieja rechoncha enfundada en un abrigo de piel siberiana salio de su camarote situado en proa para pasear a dos ninos por la cubierta, las mujeres se precipitaron a saludarla, sonriendola, mientras en las caras de sus maridos asomaba una expresion afable pero inquieta.

Si en aquel preciso momento la radio hubiera anunciado la apertura de un segundo frente o la ruptura del sitio de Leningrado no se habrian inmutado, pero si alguien les hubiera dicho que se habia suprimido el vagon internacional en el tren direccion a Moscu, todos los acontecimientos de la guerra habrian palidecido ante las terribles pasiones desatadas para ver quien se quedaba las plazas de primera clase.

?Sorprendente! Y es que Liudmila Nikolayevna, con su abrigo de astracan gris y estola de piel, iba uniformada como las pasajeras de primera y segunda clases. De hecho, no hacia demasiado tiempo ella tambien se habia indignado cuando a su marido no le dieron un billete de primera para viajar a Moscu.

Le conto a un teniente de artilleria que su hijo, teniente de artilleria a su vez, se encontraba gravemente herido en un hospital de Saratov. Hablo con una anciana enferma sobre Marusia y Vera, y sobre su suegra, que habia muerto en territorio ocupado. Su sufrimiento era el mismo sufrimiento que se respiraba en aquella cubierta, el sufrimiento que siempre encuentra su camino desde los hospitales y las tumbas de los frentes a las isbas de madera y los barracones sin numero de campos anonimos.

Al salir de casa Liudmila no habia cogido ni una cantimplora ni un trozo de pan: pensaba que durante todo el viaje no tendria hambre ni sed.

Pero una vez en el barco se le habia despertado un hambre voraz, y Liudmila comprendio que no iba a ser facil saciarla. Al segundo dia, algunos soldados se pusieron de acuerdo con los fogoneros y cocinaron en la sala de maquinas una sopa de mijo, llamaron a Liudmila y le sirvieron sopa en una escudilla.

Liudmila se sento sobre una caja vacia y sorbio la sopa ardiente de un recipiente prestado con una cuchara prestada.

– ?Esta buena la sopa! -le dijo uno de los cocineros y, puesto que Liudmila Nikolayevna no contesto, le pregunto con tono provocador-: ?Es que no esta buena? ?No esta espesa?

Habia cierta dosis de candida generosidad en aquel requerimiento de elogio por parte de un soldado a una persona que acababa de alimentar.

Liudmila ayudo a un soldado a ajustar un muelle en un fusil defectuoso, algo que ni siquiera un sargento condecorado con la orden de la Estrella Roja habia sabido hacer. Tras ser testigo de una discusion entre dos tenientes de artilleria, cogio un lapiz y les ayudo a solucionar una formula de trigonometria. Despues de este episodio, el teniente, que la llamaba «ciudadana», de repente paso a dirigirse a ella por su nombre y patronimico. Y por la noche Liudmila Nikolayevna camino por el puente.

Un frio gelido se elevaba del rio y de las tiniebla, emergia un viento contrario y despiadado. Sobre la cabeza brillaban las estrellas y no hallaba consuelo ni paz en aquel cruel cielo de hielo y fuego que dominaba su cabeza infeliz.

27

Antes de la llegada del barco a Kuibishev, elegida capital temporal durante la guerra, el capitan recibio la orden de prolongar su viaje a Saratov para subir a bordo a los heridos que llenaban los hospitales de la ciudad.

Los pasajeros de los camarotes iniciaron los preparativos del desembarco, sacaron maletas y paquetes a la cubierta.

Se comenzaron a entrever las siluetas de fabricas, barracas, casitas con tejados de hierro, y parecia que, tras la popa, el agua chapoteara de otra manera y el motor de la nave sonara con un ritmo diferente, angustioso.

Y luego la mole de Samara, gris, rojiza, negra, comenzo a emerger lentamente entre los vidrios que centelleaban, entre los jirones de fabrica y el humo de la locomotora.

Los pasajeros que desembarcaban en Kuibishev esperaban en un lado de la cubierta. No dijeron adios ni dedicaron siquiera un gesto de cabeza a las personas que quedaban en cubierta: durante el viaje no habian hecho amistad con nadie.

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