Una limusina negra, una lujosa ZIS-101, aguardaba a la viejecita con abrigo de piel siberiana y a sus dos nietos. Un hombre con la cara amarillenta, que llevaba un abrigo largo de general, saludo a la anciana y estrecho las manos de los dos ninos.

Transcurridos algunos minutos, los pasajeros con ninos, maletas y paquetes se esfumaron como si nunca hubieran existido.

En el barco quedaron solo los capotes de los soldados y los chaquetones de los marineros.

Liudmila Nikolayevna imagino que entre gente unida por un mismo destino, marcada por el cansancio y la desgracia, le seria mas facil respirar.

Pero se equivocaba.

28

Saratov acogio a Liudmila Nikolayevna de manera ruda y cruel.

Nada mas poner un pie en el embarcadero tropezo con un borracho vestido con capote militar, que gritandole la empujo y la insulto.

Liudmila Nikolayevna empezo a subir por un sendero empinado y empedrado de guijarros, y luego se detuvo, jadeante, a echar la vista atras. Abajo, entre los almacenes grises del embarcadero, blanqueaba el barco, y como si entendiera su pena, le grito suavemente, a breves intervalos: «Anda, ve, anda…». Y ella continuo.

En la parada de tranvia mujeres jovenes, sin mediar palabra, empujaban con diligencia a viejos y debiles. Un ciego con un gorro del Ejercito Rojo, que a todas luces acababa de salir del hospital, todavia no se sabia manejar solo, se cambiaba de un pie a otro con pasitos inciertos, golpeteaba repetidamente un baston delante de el. Como un nino se aferro avidamente a la mano de una mujer de mediana edad. Esta retiro la mano y se alejo haciendo sonar contra el adoquinado las suelas metalicas de sus botas. Todavia agarrado a su manga, el hombre ciego le explico deprisa:

– Acabo de salir del hospital, ayudeme a subir.

La mujer despotrico y lo empujo. El ciego perdio el equilibrio y se sento en el pavimento.

Liudmila miro la cara de la mujer.

?De donde procedia aquel rostro inhumano? ?Que podia haberlo engendrado? ?El hambre de 1921 sufrido durante su infancia? ?La peste de 1930? ?O toda una vida plagada de miseria?

El ciego se quedo por un instante paralizado; despues se levanto y grito con la voz de un pajarito. Tal vez, con la aguda sensibilidad de sus ojos ciegos, se veia a si mismo con el gorro torcido, blandiendo absurdamente aquel baston en el aire.

Seguia golpeando el baston, y aquellos molinetes que describia en el aire expresaban su odio hacia el despiadado mundo de los videntes. La gente se daba empujones mientras se metia en el vagon; y el permanecia alli, llorando, gritando. Y aquellos a los que Liudmila con esperanza y amor habia creido estar ligada por los vinculos familiares de las dificultades, las necesidades, la bondad y la desgracia era como si hubieran conspirado para no comportarse como seres humanos. Como si se hubieran puesto de acuerdo para desmentir la opinion de que el bien se puede encontrar infaliblemente en los corazones de aquellos que llevan la ropa manchada y las manos negras por el trabajo.

Algo doloroso, oscuro toco a Liudmila Nikolayevna, y ese contacto basto para llenarla del frio y las tinieblas de miles de verstas, de vastas extensiones rusas miserables, para colmarla de una sensacion de impotencia en la tundra de la vida.

Liudmila volvio a preguntar a la conductora donde tenia que bajar y esta le respondio con tranquilidad:

– Ya se lo he dicho. ?Esta sorda o que?

Los pasajeros bloqueaban la puerta de la entrada sin responder si bajaban o no en la proxima parada; no querian moverse, como si se hubieran convertido en piedra. Liudmila se acordo de que cuando era nina habia estudiado en la clase preparatoria del colegio femenino de Saratov. En las mananas de invierno, sentada a la mesa, bebia el te balanceando las piernas, y su padre, al que adoraba, le untaba de mantequilla un bollo todavia caliente. La lampara se reflejaba en la gorda mejilla del samovar, y ella no tenia ganas de alejarse de la calida mano del padre, del calido pan, del calido samovar.

En aquellos momentos parecia que en la ciudad no habia viento de noviembre, ni hambre, ni suicidios, ni ninos agonizantes en los hospitales, sino solo calor, calor, calor.

En el cementerio local estaba enterrada su hermana mayor, Sonia, muerta a causa de la difteria; Aleksandra Vladimirovna le habia puesto de nombre Sonia en honor a Sofia Lvovna Perovskaya [33]. Y en aquel cementerio tambien estaba enterrado el abuelo.

Se acerco al edificio de dos plantas de la escuela, el hospital donde estaba Tolia.

No habia centinela en la entrada, lo cual le parecio una buena senal. De pronto la embistio una rafaga de aire tan sofocante y viscoso que ni siquiera las personas extenuadas de frio disfrutaban de aquel calor y preferian volver a la intemperie. Paso por delante de los lavabos donde todavia se conservaban las tablillas con los rotulos «ninos» y «ninas». Atraveso el pasillo, impregnado del olor de la cocina, y mas adelante entrevio, a traves de una ventana empanada, varios ataudes rectangulares dispuestos en el patio interior, y una vez mas, como cuando estaba en la entrada de su casa con la carta todavia sin abrir en la mano, se dijo: «Oh, Dios mio, si pudiera morir ahora mismo». Pero siguio avanzando con grandes pasos a lo largo de una alfombra gris y, despues de rebasar una mesita con plantas de interior que le resultaban familiares -esparragueras y filodendros-, se acerco a una puerta donde, al lado del cartel «Cuarta clase», colgaba un letrero escrito a mano: «Recepcion».

Liudmila agarro el mango de la puerta y la luz del sol que atravesaba las nubes golpeo la ventana, y todo alrededor se ilumino.

Minutos mas tarde un locuaz empleado repaso las tarjetas de una caja grande que brillaba a la luz del sol y le dijo:

– Bien, entonces busca usted a Shaposhnikov A. V., Anatoli Ve…, veamos… Tiene suerte de no haberse encontrado con nuestro comandante con el abrigo todavia puesto, le habria hecho la vida dificil… Veamos… entonces Shaposhnikov…, si, si, aqui esta… Teniente, exacto.

Liudmila seguia con la mirada los dedos que sacaban la ficha de la caja de madera contrachapada y le parecia estar ante Dios: en sus manos estaba pronunciar «vivo» o «muerto». Y justo en ese instante el locuaz empleado hizo una pausa para tomar una decision.

29

Liudmila Nikolayevna llego a Saratov una semana despues de que Tolia se hubiera sometido a una nueva operacion, la tercera. La operacion habia sido practicada por el medico militar de segundo grado Maizel. Habia sido una intervencion larga y dificil: Tolia estuvo mas de cinco horas con anestesia general y le pusieron dos inyecciones de hexonal por via intravenosa. Ningun cirujano del hospital militar ni de la clinica universitaria habia efectuado antes una intervencion semejante en Saratov. Solo tenian conocimiento de ella por la literatura especializada: los americanos habian publicado una descripcion detallada en una revista de medicina militar de 1941.

En vista de la complejidad de dicha operacion, el doctor Maizel, despues de efectuar un examen radiologico rutinario, hablo largo y tendido con el teniente. Le explico la naturaleza de los procesos patologicos que se estaban produciendo en su organismo a consecuencia de la grave herida. Al mismo tiempo le hablo con absoluta franqueza sobre los riesgos que acarreaba la intervencion. No todos los doctores que habia consultado se habian mostrado unanimes respecto a la decision de operar: el anciano profesor Rodionov se habia pronunciado en contra. El teniente Shaposhnikov formulo dos o tres preguntas y alli mismo, en la sala de radiologia, despues de reflexionar un instante, dio su consentimiento.

La operacion habia comenzado a las once de la manana y se prolongo hasta las cuatro de la tarde. En la intervencion estuvo presente el doctor Dimitruk, el director del hospital. Segun las opiniones de los medicos que asistieron a la operacion, esta habia sido brillante.

Maizel, una vez en la mesa de operaciones, habia resuelto correctamente dificultades que no habian sido

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