Ademas le habia dicho a Zhenia que, aparte de la poesia rusa, habia tres cosas que amaba en el mundo, y las tres comenzaban por «s»: sacarosa, sueno y sol.

– ?Acaso morire sin ver ni uno solo de mis poemas publicados? -preguntaba el.

Una tarde, al volver del trabajo, Yevguenia Nikolayevnase encontro a Limonov. Caminaba por la calle con el abrigo desbotonado y una bufanda clara a cuadros colgandole del cuello, y se apoyaba sobre un baston nudoso. Aquel hombre recio tocado con una aristocratica shapka de castor destacaba de manera extrana entre la muchedumbre de Kuibishev.

Limonov acompano a Zhenia hasta casa y, cuando ella lo invito a subir para tomar un te, le dijo mirandola con atencion a los ojos:

– Se lo agradezco, a decir verdad me debe al menos medio litro por el permiso de residencia. -Y respirando pesadamente, comenzo a subir por la escalera.

Limonov entro en la pequena habitacion de Zhenia y dijo:

– Ejem, aqui no hay demasiado espacio para mi cuerpo, pero quiza si que lo haya para mis pensamientos.

De repente se puso a hablar con ella en un tono de voz poco natural y comenzo a exponerle sus teorias sobre el amor y las relaciones sexuales.

– ?Es avitaminosis, avitaminosis espiritual! -exclamo con afan-. ?Comprende? Es un hambre tan poderosa como la que experimentan los toros, las vacas, los ciervos cuando estan carentes de sal. Aquello que yo no tengo, aquello que no tienen mis allegados, mi mujer, lo busco en el objeto de mi amor. ?Lo comprende? La esposa de un hombre es la causa de la avitaminosis. Y el hombre anhela encontrar en su amada aquello que durante anos, durante decadas, no ha encontrado en su mujer. ?Lo entiende?

La tomo de la mano y se puso a acariciarle la palma, despues la espalda, le rozo el cuello, la nuca.

– ?Me comprende? -repetia con voz insinuante-. Es todo muy sencillo. ?Avitaminosis espiritual!

Zhenia seguia con ojos divertidos e incomodos como aquella gran mano blanca, con unas bien cuidadas, se desplazaba ligeramente de la espalda al pecho, y le dijo:

– Por lo visto, la avitaminosis puede ser tanto fisica como espiritual. -Y con la voz aleccionadora propia de una profesora de primer curso, anadio-: Deje de manosearme, no debe hacerlo.

La miro estupefacto y, en lugar de incomodarse, se echo a reir. Y ella se puso a reir tambien con el.

Mientras tomaban te y hablaban del pintor Sarian llamaron a la puerta. Era Sharogorodski.

El nombre de Sharogorodski le resultaba familiar a Limonov por algunas notas manuscritas y correspondencia que se guardaba en el archivo. Sharogorodski no habia leido los libros de Limonov, pero lo conocia de oidas puesto que su apellido se mencionaba a menudo en los periodicos, en las listas de escritores especializados en tematica historico-militar.

Comenzaron a charlar, cada vez con mayor contento y entusiasmo a medida que comprobaban las afinidades que compartian. En su conversacion surgian los nombres de Soloviov, Merezhkovski, Rozanov, Guippius, Bieli, Berdiayev, Ustrialov, Balmont, Miliukov, Yebreinov, Remizov, Viacheslav Ivanov.

Zhenia pensaba que era como si aquellos dos hombres hubieran emergido desde el fondo de un mundo sumergido de libros, cuadros, sistemas filosoficos, representaciones teatrales…

Y de repente Limonov expreso en voz alta lo que ella acababa de pensar:

– Es como si estuvieramos reflotando la Atlantida del fondo del oceano.

Sharogorodski asintio con tristeza.

– Si, si, pero usted solo es un explorador de la Atlantida rusa, mientras que yo soy uno de sus habitantes, y me he ido a pique con ella hasta el fondo del oceano.

– Bah! -respondio Limonov-, pero la guerra tambien ha hecho salir a algunos a la superficie.

– Si, es cierto -estuvo conforme Sharogorodski-, al parecer a los fundadores del Komintern no se les ha ocurrido nada mejor que repetir en la hora de la guerra: «Santa tierra rusa» -y sonrio-. Espere, la guerra acabara en victoria y entonces los internacionalistas declararan: «Nuestra Rusia es la madre de todos los pueblos».

Yevguenia Nikolayevna percibia no sin cierta extraneza que si aquellos hombres hablaban tan animados, con tanta elocuencia e ingenio, no era solo porque se alegraban de aquel encuentro sino porque habian descubierto un tema cercano. Comprendia que los dos hombres -uno de ellos muy viejo y el otro bastante entrado en anos- eran conscientes de que ella los escuchaba y querian gustarle. Que extrano. Y no menos raro era que, al mismo tiempo que esto le resultaba indiferente e incluso ridiculo, le suscitaba una sensacion agradable.

Zhenia los miraba y pensaba: «Comprenderse a uno mismo es imposible… ?Por que sufro tanto por mi vida pasada, por que me da tanta pena Krimov, por que pienso tan insistentemente en el?».

Y de la misma manera que en un tiempo le habian resultado extranos los alemanes e ingleses adheridos al Komintern de Krimov, ahora escuchaba con tristeza e irritacion a Sharogorodski burlandose de los internacionalistas. Aqui tampoco arrojaba luz la teoria de Limonov sobre la avitaminosis. Y es que en estas cosas no hay teorias que valgan.

De repente, le parecio que constantemente pensaba y se inquietaba por Krimov solo porque anoraba a otro hombre, un hombre en el que, sin embargo, apenas pensaba.

«?Es posible que de verdad le ame?», se asombro ella.

26

Durante la noche el cielo sobre el Volga se despejo de nubes. Las colinas separadas por barrancos oscuros como boca de lobo flotaban despacio bajo las estrellas.

De vez en cuando una estrella fugaz cruzaba el cielo, y Liudmila Nikolayevna pedia en voz baja: «Ojala Tolia este vivo».

Aquel era su unico deseo, no queria nada mas del cielo…

En una epoca, cuando todavia estudiaba en la Facultad de Fisica y Matematicas, estuvo trabajando en la realizacion de calculos en el Instituto de Astronomia. Alli aprendio que los meteoros llegaban en enjambres a la Tierra en diferentes meses: las Perseidas, las Orionidas, y tambien las Geminidas, las Leonidas. Ya habia olvidado que meteoros llegaban a la Tierra en octubre, en noviembre… Pero ?ojala Tolia estuviera vivo!

Viktor le reprochaba su desgana para ayudar a la gente, su falta de amabilidad con sus parientes. Estaba convencido de que si ella hubiera querido, Anna Semionovna habria vivido con ellos y no se habria quedado en Ucrania.

Cuando el primo de Viktor fue liberado de un campo penitenciario y condenado al exilio, ella se habia negado a que pasara la noche en su casa por temor a que el administrador del inmueble se enterara. Sabia que su madre recordaba que Liudmila estaba en Gaspra cuando murio su padre; en lugar de interrumpir sus vacaciones, llego a Moscu dos dias despues del entierro.

Su madre a veces le hablaba de Dmitri, horrorizada de lo que le habia pasado.

– De pequeno siempre decia la verdad y asi fue toda la vida. Y de repente aquella historia de espionaje, un plan para asesinar a Kaganovich y Voroshilov… Una mentira vergonzosa, terrible. ?A quien le beneficia? ?Quien quiere destruir a las personas puras, honestas…?

Un dia le dijo a su madre:

– No puedes poner la mano en el fuego por Dmitri. A los inocentes no los meten en la carcel.

Y ahora recordaba la mirada que le habia lanzado su madre.

En una ocasion le habia dicho a su madre acerca de la mujer de Dmitri:

– Nunca he podido soportar a la mujer de Dmitri, te lo digo con toda franqueza, y ahora la soporto menos todavia. Y recordaba la respuesta de su madre:

– Pero imaginatelo: una sentencia de diez anos de carcel para una mujer por no denunciar a su marido.

Despues se acordo de aquella vez que habia llevado a casa un cachorro que habia encontrado en la calle, y como Viktor no lo queria, ella le habia gritado:

– ?Eres cruel!

Y el le respondio:

– Ay, Liuda, no me importa que seas joven y bella; pero lo que si me importa es que tengas buen corazon no solo con los perros y los gatos.

Ahora, sentada en la cubierta, por primera vez no se gustaba a si misma, recordaba las palabras amargas que

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