fuerte. Y ella se habia sometido a su fuerza. La guerra pronto acabaria. ?Es posible que nunca, nunca mas, volviera a ver a Nikolai? ?Que habia hecho? Era mejor no pensar en eso ahora. Quien sabe lo que les deparaba el futuro.
– Me acabo de dar cuenta de que no te conozco en absoluto, y no bromeo: eres un extrano. Una casa, un jardin… ?Para que? ?Hablas en serio?
– Muy bien. Pues dejare el ejercito y trabajare como capataz en una obra de Siberia oriental. Viviremos en un barracon para obreros casados.
Novikov hablaba en serio, no estaba bromeando.
– No necesariamente casados.
– Si, es completamente necesario.
– Pero ?te has vuelto loco? ?Por que me estas diciendo todo esto? -Y mientras lo decia, pensaba: «Nikolai».
– ?Como que por que? -pregunto el, asustado.
Novikov no pensaba ni en el futuro ni en el pasado. Era feliz. No le espantaba ni siquiera la idea de que en pocos minutos se separarian. Estaba sentado a su lado, la miraba… Yevguenia Nikolayevna Novikova… Era feliz. Poco importaba que fuera joven, bella, inteligente. La amaba de verdad. Al principio no se atrevia a sonar en que se convertiria en su mujer. Luego lo sono muchos anos. Pero ahora, como antes, reaccionaba a sus sonrisas y palabras ironicas con temor y humildad. Sin embargo, se daba cuenta de que habia nacido algo nuevo.
Se estaba preparando para partir y ella le seguia con la mirada.
– Ha llegado la hora de que te unas a tus valientes companeros y para mi de lanzarme a las olas que rompen.
Mientras Novikov se despedia, comprendio que ella no era tan fuerte, que una mujer es siempre una mujer, aunque Dios la haya dotado de un espiritu lucido y burlon.
– Queria decirte tantas cosas, pero no he dicho nada -decia ella.
Pero no era cierto. Durante el encuentro, habia comenzado a perfilarse lo mas importante, aquello que decide el destino de las personas. El la amaba de verdad.
4
Novikov caminaba hacia la estacion.
Zhenia, su susurro confuso, sus pies desnudos, su susurro tierno, sus lagrimas en el momento de la despedida, su poder sobre el, su pobreza y su pureza, el olor de sus cabellos, su enternecedor pudor, la calidez de su cuerpo… Y la propia timidez de ser solo un obrero soldado, y el orgullo de ser un simple obrero soldado.
Novikov caminaba por las vias del tren cuando una aguja afilada perforo la nube calida y turbia de sus pensamientos. Como todo soldado en filas, temia que su unidad hubiera partido sin el.
A lo lejos diviso el anden de la estacion, los tanques de formas angulosas con sus musculos metalicos que resaltaban debajo de los toldos, los centinelas con cascos negros, el vagon del Estado Mayor con las ventanas cubiertas por cortinas blancas.
Dejo atras a un centinela que se cuadro a su paso y subio al vagon.
Vershkov, su ayudante de campo, ofendido porque Novikov no le habia llevado con el a Kuibishev, deposito en silencio sobre la mesa un mensaje cifrado de la Stavka: debian dirigirse a Saratov y luego tomar la bifurcacion de Astracan… El general Neudobnov entro en el compartimento, poso la mirada no en Novikov sino en el telegrama que tenia en las manos y dijo:
– Itinerario confirmado.
– Si, Mijail Petrovich, pero no solo el itinerario, tambien la destinacion: Stalingrado -y anadio-: el general Riutin le manda saludos.
– Aaah -dijo Neudobnov, aunque no estaba claro a que se referia con ese apatico «aaah», si al saludo de Riutin o a Stalingrado.
Era un extrano individuo que a veces inquietaba a Novikov. Ante el menor incidente en un viaje -un retraso causado por un tren en direccion contraria, un cojinete defectuoso en uno de los vagones, un controlador que no diera la senal de partida-, Neudobnov decia excitado: «?El apellido! ?Apunte el apellido! Esto es sabotaje intencionado, hay que meter en la carcel a ese canalla».
En el fondo de su corazon Novikov no sentia odio, sino mas bien indiferencia hacia los hombres que llamaban kulaks, saboteadores, enemigos del pueblo. Nunca habia sentido el deseo de meter a alguien en la carcel, de conducirle ante un tribunal o de desenmascararle en una reunion publica, pero atribuia aquella indiferencia benevola a su escasa conciencia politica.
Neudobnov, por el contrario, parecia estar siempre al acecho. Era como si apenas ver a alguien se preguntara con recelo: «?Y como voy a saber yo, querido camarada, si eres o no un enemigo?». El dia antes habia contado a Novikov y a Guetmanov la historia de unos arquitectos saboteadores que habian intentado transformar las grandes calles y avenidas de Moscu en improvisadas pistas de aterrizaje para la aviacion enemiga.
– En mi opinion, todo eso no es mas que un disparate -dijo Novikov-. Desde el punto de vista tecnico no tiene el menor sentido.
Ahora Neudobnov se habia enfrascado en una conversacion sobre otro de sus temas preferidos: la vida domestica. Despues de palpar los tubos de la calefaccion se puso a hablar del sistema de calefaccion central que habia hecho instalar en su dacha poco antes de la guerra.
De repente Novikov lo encontro sorprendentemente interesante; pidio a Neudobnov que le dibujara un esquema de la calefaccion central de la dacha y, tras doblar el croquis, lo guardo en el bolsillo interior de su chaqueta.
– ?Quien sabe? Es posible que algun dia pueda serme util -dijo.
Poco despues Guetmanov entro en el compartimento. Saludo a Novikov con voz estentorea:
– Asi que aqui esta de nuevo el comandante. Empezabamos a pensar que ibamos a tener que elegir a un nuevo ataman. Temiamos que Stenka Razin hubiera abandonado a sus companeros.
Entorno los ojos mirando afablemente a Novikov y este respondio a la broma riendose, aunque en su interior advirtio cierta tension que se estaba convirtiendo en habitual.
Si, en las bromas de Guetmanov habia una particularidad extrana, como si a traves de sus chanzas el comisario quisiera dar a entender que sabia muchas cosas de Novikov. Ahora, por ejemplo, habia repetido las palabras de Zhenia durante la despedida, pero era una pura casualidad.
Guetmanov miro el reloj y dijo:
– Bueno, senores, llego mi turno de ir a la ciudad. ?Alguna objecion?
– Adelante -dijo Novikov-. Encontraremos la manera de divertirnos sin usted.
– No lo dudo -respondio Guetmanov-. Usted no suele aburrirse en Kuibishev.
Y esta broma ya no era ninguna coincidencia.
Cuando alcanzo la puerta del compartimento, Guetmanov le pregunto:
– Bueno, Piotr Pavlovich, ?como esta Yevguenia Nikolayevna?
La seria actitud de Guetmanov no dejaba lugar a dudas, sus ojos no reian.
– Muy bien, gracias -dijo Novikov-, pero tiene mucho trabajo.
Y, deseando cambiar de conversacion, se dirigio a Neudobnov:
– Y usted, Mijail Petrovich, ?por que no va a darse una vuelta por Kuihishev?
– ?Que me queda por ver alli? -respondio Neudobnov.
Estaban sentados el uno al lado del otro. Mientras Novikov escuchaba a Neudobnov, examinaba los papeles, los dejaba a un lado, repitiendo de vez en cuando:
– Muy bien… Continue…
Durante toda su vida Novikov habia hecho informes a sus superiores y estos, durante la lectura, hojeaban documentos y de vez en cuando dejaban caer distraidamente: «Muy bien… Continue…».
Siempre le habia ofendido ese tipo de comportamiento; el nunca haria algo asi, se decia.
– Escuche un momento -dijo Novikov-, debemos hacer una solicitud por anticipado al servicio de reparaciones: tenemos carreteros, pero casi no disponemos de especialistas en orugas.
– Ya la he redactado y creo que lo mejor sera enviarla directamente al general. De todas maneras se la daran a