en el acto. El calor de la mujer le acariciaba. Y de pronto descubrio que para saborear aquella sensacion desconocida, esa sensacion de felicidad que no habia conocido antes, no hacia falta la vista, ni las palabras ni los pensamientos.

Ella le pregunto algo, y el respondio, siguiendola por el pasillo oscuro y cogiendole la mano como si fuera un nino que temiera perderse en medio de la multitud.

«?Que pasillo tan ancho! -penso Novikov-. Por aqui pasaria un tanque KV.»

Entraron en una habitacion con una ventana que daba a la pared ciega del edificio vecino.

En la estancia habia dos camas, una con una sabana gris y una almohada arrugada y plana; la otra con un cubrecama de encaje blanco y una montana de cojines mullidos. Sobre la cama blanca habia colgadas postales de felicitacion de Ano Nuevo ilustradas con hombres apuestos vestidos de esmoquin y pollitos saliendo del cascaron.

En el rincon de la mesa, cubierta de rollos de papel de dibujo, habia una botella de aceite, un trozo de pan y media cebolla de aspecto languido.

– Yevguenia… -dijo el.

La mirada de la mujer, de ordinario ironica y observadora, tenia en aquel momento una expresion particular, extrana.

– ?Tiene hambre? -le pregunto-. ?Acaba de llegar?

Parecia querer destruir aquel sentimiento nuevo que habia surgido entre los dos y que ya era imposible de romper. El habia cambiado, ya no era el mismo; aquel hombre al que habian confiado cientos de soldados y sombrias maquinas de guerra tenia ahora los ojos implorantes de un muchacho infeliz. Ella se sentia confusa ante aquella incongruencia, queria mostrarse condescendiente, compadecerle, olvidar su fuerza. Su felicidad era la libertad. Pero ahora la libertad la estaba abandonando y aun asi, se sentia feliz.

– Pero bueno, ?tan dificil es de comprender? -dijo Novikov de repente.

Y una vez mas dejo de percibir sus propias palabras y las de ella. De nuevo se adueno de el un sentimiento de felicidad y, junto a este, otro sentimiento vinculado de alguna manera al primero: su disposicion a morir en aquel preciso instante. Ella le rodeo el cuello con los brazos, y sus cabellos como agua tibia le tocaron la frente, las mejillas, y entre la penumbra de sus cabellos esparcidos, el pudo ver los ojos de Yevguenia.

El tenue susurro de su voz apago el fragor de la guerra, el rumor de los tanques…

Por la noche bebieron agua caliente y comieron un poco de pan.

– Nuestro oficial se ha olvidado de lo que es el pan negro -dijo Yevguenia.

Cogio de fuera de la ventana una cacerola de papilla de alforfon. Los grandes granos cubiertos de hielo se habian puesto lividos, violetas; estaban perlados de gotas de sudor frio.

– Parece lila de Persia.

Novikov probo el «lila de Persia» y penso: «Que horror».

– Nuestro oficial se ha olvidado del sabor del alforfon -repitio Zhenia.

«Menos mal que no he escuchado a Guetmanov y no he traido nada de comer», penso Novikov.

– Cuando estallo la guerra estaba con un regimiento de aviacion cerca de Brest. Los pilotos corrimos hacia el aeropuerto y oi a una polaca gritar: «?Quien es ese de ahi?»; un nino polaco respondio: «Un zolnierz [72] ruso», y en ese preciso instante senti vivamente que era ruso, ruso… Por supuesto siempre he sabido que no era turco, pero en ese momento es como si toda mi alma cantara:

«?Soy ruso, ruso…!». A decir verdad antes de la guerra nos habian educado con otra mentalidad. Y hoy, el dia mas feliz de mi vida porque vuelvo a verte, pienso de nuevo en la desgracia rusa, en la felicidad rusa… Eso es lo que queria decirte… Pero ?que tienes? -le pregunto de repente.

A Yevguenia le asalto la imagen de la cabeza despeinada de Krimov. Dios, ?era posible que se hubieran separado para siempre? Y precisamente en aquellos minutos de felicidad la idea de no volver a verle jamas le parecio insoportable.

Por un instante tuvo la impresion de que iba a reconciliar el tiempo presente, las palabras del hombre que ahora la besaba, con el tiempo pasado; que estaba a punto de comprender el curso secreto de su vida, que veria aquello que nunca le habia sido dado ver: las profundidades de su propio corazon, alli donde se decide el destino.

– Esta habitacion -explico Zhenia- pertenece a una alemana que me dio cobijo. lisa camita blanca y angelical es la suya. Nunca he conocido a un ser mas inofensivo, mas inocente… Es extrano que, pese a que estamos en guerra con los alemanes, este convencida de que no hay persona mas buena que ella en toda la ciudad. Extrano, ?no es cierto?

– ?Volvera pronto? -pregunto Novikov.

– No, la guerra ha acabado para ella. La han deportado.

– Tanto mejor -dijo Novikov.

Yevguenia hubiera querido hablarle de la piedad que sentia hacia Krimov, al que habia abandonado; ahora el no tenia a nadie a quien escribir, ni casa a la que acudir, solo le quedaba la melancolia, una melancolia sin esperanza, y la soledad.

A ello se unia su deseo de hablarle de Limonov, de Sharogorodski, de todas las cosas nuevas e incomprensibles que la vinculaban con esa gente. Tambien queria hablarle del cuaderno de Jenny Guenrijovna donde esta escribia todas las palabras divertidas que decian los pequenos Shaposhnikov; si queria podia leerlo ahora mismo, estaba encima de la mesa. Queria contarle la historia del permiso de residencia y Grishin, el jefe de la seccion de pasaportes. Pero todavia no tenia suficiente confianza en el, se sentia cohibida. ?Le interesarian aquellas historias?

Increible… Le parecia revivir su ruptura con Krimov. En el fondo siempre habia creido que todo se arreglaria, que podria volver al pasado. Y aquello la tranquilizaba. Pero ahora que se sentia avasallada por una fuerza nueva, volvia la inquietud, el tormento. ?De veras aquello era para siempre? ?Es posible que fuera irreparable? Pobre, pobre Nikolai Grigorievich. ?Que habia hecho para merecer tanto sufrimiento?

– ?Que va a ser de nosotros? -pregunto.

– Te convertiras en Yevguenia Nikolayevna Novikova -respondio el.

Ella se echo a reir, mirandole fijamente.

– Pero tu eres un extrano, un perfecto extrano para mi. ?Quien eres en realidad?

– Eso no lo se. Pero tu eres Novikova, Yevguenia Nikolayevna.

En ese momento Yevguenia dejo de contemplar su vida desde aquella atalaya. Le sirvio agua caliente en una taza y pregunto:

– ?Un poco mas de pan?

Luego de repente anadio:

– Si le pasa algo a Krimov, si le mutilan o lo meten en la carcel, volvere con el. Tenlo en cuenta.

– ?Por que iban a meterlo en la carcel? -pregunto el con aire sombrio.

– Nunca se sabe. Es un viejo miembro del Komintern, Trotski le conocia y una vez, leyendo uno de sus articulos, exclamo: «?Es puro marmol!».

– Adelante, intenta volver con el. Te echara de su lado.

– No te preocupes. Eso es asunto mio.

Novikov le dijo que despues de la guerra seria duena de una casa grande, hermosa, con jardin.

?Es posible que fuera para siempre, para toda la vida?

Por alguna razon queria que Novikov comprendiera que Krimov era un hombre inteligente y lleno de talento, que le tenia carino, mas aun, que le amaba. No es que quisiera ponerle celoso deliberadamente, pero estaba haciendo todo lo posible para despertar sus celos. Incluso le habia contado a el, y solo a el, lo que Krimov una vez le habia dicho a ella, y solo a ella: las palabras de Trotski. «Si esta historia hubiera llegado a oidos de cualquier otro, probablemente Krimov no habria sobrevivido al terror del 37.» Su sentimiento hacia Novikov le exigia una confianza plena y por ese motivo le confiaba el destino de un hombre al que habia ofendido.

Yevguenia tenia la cabeza llena de pensamientos, pensaba en el futuro, en el presente, en el pasado. Se asombraba, se alegraba, sentia verguenza, se inquietaba, se ponia melancolica, se aterrorizaba. La madre, las hermanas, los sobrinos, Vera, decenas de personas estaban involucradas en aquella mutacion que habia ocurrido en su vida. ?Que le habria dicho Novikov a Limonov? ?Que habria pensado de sus conversaciones sobre arte y poesia? No se habria sentido fuera de lugar, aunque desconociera quienes eran Chagall y Matisse… El era fuerte, fuerte,

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