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Respirando con dificultad, el general Gudz se acerco hasta Mostovskoi. Arrastraba los pies, resollaba y sacaba el labio inferior hacia delante, los pliegues de piel flacida en las mejillas y el cuello le temblaban; todos esos movimientos, gestos, sonidos, que conservaba como vestigio de su vigorosa corpulencia, producian un efecto extrano teniendo en cuenta su actual delgadez.

– Querido padre -le dijo a Mostovskoi-, si me permitiera hacerle alguna observacion seria absurdo. No tengo mas derecho a criticarle que un general tiene a criticar a un coronel general. Pero se lo dire sin rodeos: es un error confraternizar con Yershov. Es un tipo ambiguo. Sin conocimientos militares. Por su cabeza es un teniente, pero le gusta dar consejos a los coroneles. Deberia andarse con cuidado.

– Esta diciendo tonterias, excelencia -senalo Mostovskoi.

– Tal vez lo sean -dijo Gudz, casi sin aliento-. Son tonterias, claro. Me han informado de que en el barracon comun ayer se inscribieron doce hombres al Ejercito de Liberacion Ruso. ?Sabe cuantos de ellos eran kulaks? No expreso solo mi opinion personal, represento a alguien de probada experiencia politica.

– ?No sera Osipov?

– Tal vez lo sea. Usted es un teorico, no comprende todo el estiercol que hay aqui.

– Ha iniciado una conversacion muy curiosa -dijo Mostovskoi-. Comienzo a sospechar que no queda nada de los hombres, salvo la vigilancia. ?Quien podria haberselo imaginado?

Gudz oyo la bronquitis en su pecho crujir y hacer gluglu y respondio con una angustia terrible:

– No vivire para ver la libertad, no la vere.

Mostovskoi, siguiendolo con la mirada, de repente se dio un punetazo con fuerza en la rodilla: acababa de comprender por que se sentia tan inquieto y angustiado. Durante el registro habian desaparecido los papeles que le habia entregado Ikonnikov.

– A saber lo que habia escrito ese granuja. Tal vez Yershov tenga razon y ese miserable de Ikonnikov es un provocateur. Tal vez me los endoso a proposito para incriminarme.

Se dirigio a la litera de Ikonnikov. No se encontraba alli y sus vecinos no sabian su paradero. Maldita sea… todo aquello, el catre vacio de Ikonnikov, la desaparicion de los papeles, le hizo ver que no se habia comportado adecuadamente, no deberia haber hablado con aquel yurodivi, aquel buscador de Dios.

En sus discusiones con Chernetsov, Ikonnikov a menudo se oponia al menchevique, pero esto no queria decir nada. Sin embargo, el yurodivi habia entregado los papeles a Mostovskoi mientras Chernetsov estaba presente… asi que ahi estaban, el delator y el testigo.

Su vida ahora era necesaria para la causa, para la lucha, y el podia perderla inutilmente.

«Viejo idiota… codeandote con la basura y echando tu vida a perder cuando eres necesario para luchar por la Revolucion», pensaba, mientras una angustia dolorosa continuaba creciendo en su interior.

En las letrinas se encontro con Osipov: el comisario de brigada lavaba algunas prendas en los canalones de hojalata, a la tenue luz de una lampara anemica.

– Me alegra encontrarle aqui -dijo Mostovskoi-. Tengo que hablar con usted.

Osipov asintio, miro a su alrededor y se seco las manos en los costados.

Los dos hombres se sentaron en la repisa de cemento que sobresalia de la pared.

– Es lo que me temia. Ese canalla no pierde el tiempo -le comento Osipov cuando Mostovskoi empezo a hablarle de los planes de Yershov.

Acaricio la mano de Mostovskoi con su palma humeda.

– Camarada Mostovskoi -le dijo-, me maravilla su firmeza. Es un bolchevique de la cohorte de Lenin. Por usted no pasan los anos. Es un ejemplo para todos nosotros.

Bajo la voz.

– Camarada Mostovskoi, nuestra organizacion militar ya ha sido fundada; habiamos decidido no contarselo de momento, no queriamos poner su vida en peligro. Aun asi debo decirle una cosa: no se puede confiar en Yershov. Pero, por lo visto, el tiempo no hace mella en los companeros de lucha de Lenin. Se lo digo claramente: no podemos confiar en Yershov. Como se dice, tiene una biografia mediocre: un pequeno kulak, rencoroso por las represiones. Pero somos realistas. De momento no podemos prescindir de el. Se ha granjeado el reconocimiento gracias a su populacheria. Usted sabe mejor que yo como el Partido ha sabido servirse de personas como el para sus propios fines.

Pero debe estar al corriente de la opinion que nos merece: confiamos en el, pero prudentemente y solo por algun tiempo.

– Camarada Osipov, llegara hasta el fondo, no dudo de el.

Las gotas repiqueteaban contra el suelo de cemento.

– Escuche, camarada Mostovskoi -dijo Osipov despacio-. No tenernos secretos con usted.

Aqui hay un camarada enviado desde Moscu. Este no es solo mi punto de vista, es tambien el suyo. Sus directivas son para nosotros, los comunistas, incuestionables: ordenes que nos da el Partido, ordenes de Stalin en circunstancias excepcionales. Colaboraremos con su ahijado, el «director de conciencias»; lo hemos decidido y asi lo haremos. Solo es importante una cosa: ser realista, pensar dialecticamente. Pero no es tarea mia ensenarselo.

Mostovskoi guardo silencio. Osipov le abrazo y le beso tres veces en los labios. En sus ojos brillaron las lagrimas.

– Le beso como besaria a mi padre -le dijo-, y siento la necesidad de santiguarle, como mi madre solia bendecirme.

Y Mijail Sidorovich sintio que la sensacion insoportable, dolorosa, de la complejidad de la vida se desvanecia.

Una vez mas, como en su juventud, el mundo parecia sencillo y diafano, claramente dividido entre los «nuestros» y «ellos».

Aquella noche, los SS entraron en el barracon especial y se llevaron a seis hombres, Mijail Sidorovich Mostovskoi entre ellos.

SEGUNDA PARTE

1

Cuando la gente en la retaguardia ve pasar los convoyes de refresco hacia el frente les invade un sentimiento de angustiosa felicidad; les parece que aquellos canones, aquellos tanques recien pintados estan destinados a asestar el anhelado golpe decisivo que precipitara el feliz desenlace de la guerra.

Los soldados que suben a los convoyes despues de pasar una larga temporada en la reserva sienten una tension especial. Los jovenes oficiales suenan con recibir ordenes de Stalin en sobres lacrados… Los hombres con experiencia, por supuesto, no piensan en nada semejante: beben agua caliente, ablandan el pescado seco golpeandolo contra la mesa o las suelas de las botas, discuten sobre la vida privada del mayor, las perspectivas de intercambio de mercancias que habra en la proxima estacion. Los veteranos ya saben como funcionan las cosas: se desembarca a las tropas en alguna zona cercana al frente, en una recondita estacion cuyo emplazamiento solo parecen conocer los aviones alemanes, y bajo el primer bombardeo, los novatos pierden parte de su humor festivo… Los hombres, que durante el trayecto han dormido como lirones, ahora ni siquiera tienen una hora de reposo; la marcha se prolonga durante dias enteros; no hay tiempo de comer ni de beber, mientras las sienes parecen a punto de estallar por el incesante rugido de los motores recalentados; las manos tampoco tienen fuerza para sujetar las palancas de mando. Por su parte, el comandante esta harto de mensajes cifrados y de la racion generosa de gritos e improperios que le llegan a traves del radiotransmisor; los superiores necesitan tapar agujeros en el frente lo mas pronto posible, poco importa cuales hayan sido los resultados de las tropas durante los ejercicios de tiro.

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