politica.

Mostovskoi le dijo un dia:

– Como decia Heinrich Heine, «todos estamos desnudos bajo nuestras ropas»; pero mientras uno deja a la vista un cuerpo anemico, miserable cuando se quita el uniforme, otros parecen desfigurados por la ropa cenida, se la quitan y se ve donde esta la verdadera fuerza.

El sueno de Yershov se habia transformado en realidad, se habia convertido en una tarea concreta: a quien hacer participar, a quien reclutar; y seleccionaba mentalmente, sopesando lo que habia de bueno y malo en diversos hombres.

?Quien entraria a formar parte del Estado Mayor clandestino? Cinco nombres le venian a la cabeza. Las debilidades humanas de cada dia adquirieron de repente una dimension nueva, lo insignificante cobraba sentido.

El general Gudz tenia la autoridad propia del rango, pero era indeciso, cobarde y, a todas luces, tenia poca instruccion; era valido cuando a su lado habia un segundo inteligente, un Estado Mayor; siempre esperaba que el resto de los oficiales le prestaran sus servicios y le ofrecieran comida, y aceptaba dichos servicios como si se los debieran, sin reconocimiento. Parecia acordarse mas de su cocinera que de su mujer e hijas. Hablaba mucho de caza: patos, gansos. Se acordaba de haber prestado servicio en el Caucaso por los jabalies y las cabras. Era evidente que le gustaba beber. No era mas que un fanfarron. A menudo hablaba de las batallas de 194r. Todos los que tenia alrededor se habian equivocado: ya fuera el colega de la derecha, ya el de la izquierda; el unico que siempre tenia razon era el general Gudz. Pero nunca echaria la culpa de los fracasos al comando militar superior. En cuestiones cotidianas era experto y sabia como llevarse bien con las personas influyentes, sutil como un notario. En cualquier caso, si hubiera estado en sus manos, no habria confiado nunca a Gudz el comando de un regimiento y todavia menos un cuerpo del ejercito.

El comisario de brigada Osipov era un hombre brillante. Podia soltar una broma sarcastica sobre los que creen posible que se pueda librar una batalla en territorio enemigo sin apenas derramamiento de sangre, mirandote fijamente con sus ojos marrones. Pero una hora mas tarde, duro como una piedra, reprendia a aquel que le habia mostrado un atisbo de duda. Y el dia despues, aleteando las narices, decia entre dientes:

– Si, camaradas, volamos mas alto que nadie, mas lejos, mas rapido, y mirad donde hemos llegado.

Sobre las derrotas militares de los primeros meses hacia un analisis lucido, sin remordimiento, como un despiadado jugador de ajedrez.

Con la gente se expresaba libremente, con una desenvoltura afectada, poco sincera. Lo que mas le interesaba eran las conversaciones con Kotikov.

?Que tenia este Kotikov que pudiera interesar tanto al comisario de brigada?

Osipov atesoraba una larga experiencia. Conocia a los hombres y eso era de capital importancia para un Estado Mayor clandestino; sin un Osipov no se las apanarian. Pero la experiencia no solo era una ayuda, tambien podia ser un obstaculo.

A Osipov le gustaba contar anecdotas sobre celebridades militares y los llamaba familiarmente por sus nombres: Semion Budionni, Andriushka Yeremenko…

Una vez le dijo a Yershov: «Tujachevski, Yegorov y Bliujer no son mas culpables que usted o yo».

Kirillov, sin embargo, conto a Yershov que en 1937, cuando Osipov era subjefe de la Academia Militar, denuncio sin piedad a docenas de hombres acusandoles de ser enemigos del pueblo.

Tenia un miedo cerval a las enfermedades: se palpaba constantemente, sacaba la lengua y bizqueaba para comprobar si la tenia sucia. Pero no temia a la muerte.

El coronel Zlatokrilets, lugubre, franco, sencillo, era comandante del regimiento. Juzgaba que el Alto Mando era culpable de lo que paso en 1941. Todos percibian su fuerza combativa de comandante y soldado. Era fisicamente fuerte. Tambien su voz era poderosa. Solo una voz asi puede detener al que se escapa e incitarlo al ataque. Soltaba tacos sin parar.

El a los hombres no les daba explicaciones: les daba ordenes. Un camarada. Dispuesto a dar sopa a un soldado de su propio plato de campana. Pero era muy grosero.

Los hombres comprendian siempre lo que queria. En el trabajo era el jefe: gritaba y nadie desobedecia.

No cedia un apice, no se la pegaban. Con el se podia trabajar codo con codo. Pero vaya si era grosero.

Kirillov era inteligente, pero en el habia cierto relajamiento. No se le escapaba el menor detalle, pero miraba con ojos cansados… Indiferente, no le gustaban las personas, pero les perdonaba sus debilidades y cobardias. No temia a la muerte, a veces parecia que la buscara.

Durante la retirada habia hablado de manera mas inteligente que el resto de los comandantes. El, sin ser miembro del Partido, una vez dijo:

– No creo que los comunistas puedan hacer mejores a los hombres. Nunca ha pasado un caso asi en el curso de la historia.

Parecia indiferente a todo, pero una noche lloro en las literas; a la pregunta de Yershov se callo durante largo rato, despues susurro: «Rusia me da pena». En cierta manera, era tierno. En otra ocasion dijo: «Anoro la musica». Ayer con una sonrisa de loco habia dicho: «Yershov, escucha, voy a recitarte un poema». A el no le habian gustado los versos, pero los recordaba y se le habian quedado molestamente grabados en la memoria:

Camarada mio, en la larga agonia, no llames a nadie pidiendo ayuda. Deja que me caliente las manos, con tu sangre humeante. Y no llores de miedo como un nino, no estas herido, solo estas muerto. Trae para aqui, es mejor que coja tus botas, a mi todavia me tocara ir a la lucha. ?De veras los habia escrito el?

No, Kirillov no era una buena opcion. ?Como podia liderar a los demas si apenas podia consigo mismo?

?Mostovskoi era de otra casta! Tenia una educacion exquisita y una voluntad de hierro. Se rumoreaba que en los interrogatorios no habia dado su brazo a torcer. Pero en fin, no habia nadie a quien Yershov no le encontrara una pega. El otro dia le habia dicho a Mostovskoi:

– ?Por que desperdicia el tiempo chismorreando con esa gentuza, Mijail Sidorovich? ?Por que molestarse con Ikonnikov-Morzh y ese emigrado tuerto, el sinverguenza?

– ?Cree que mis convicciones se tambalearan? -le pregunto Mostovskoi de manera burlona-. ?Que puedo convertirme en un evangelista o en un menchevique?

– El diablo lo sabe -respondio Yershov-. Si no quieres oler a mierda, no la toques… Ese Ikonnikov estuvo recluso en nuestros campos. Ahora los alemanes lo arrastran de interrogatorio en interrogatorio. Se vendera, le vendera a usted y a todos los que le rodean…

La conclusion era solo una: no existen hombres ideales para una empresa secreta, hay que sopesar las fuerzas y las debilidades de cada uno, lo cual no era demasiado dificil; solo la esencia de un hombre puede decidir si es idoneo o no. Pero la esencia no puede ser medida. Se puede adivinar, presentir. Y fue asi que decidio comenzar por Mostovskoi.

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