nocturnas. Tampoco ahora tenia ganas. Asociaba a aquellas conversaciones cierta inquietud, ansiedad, el presentimiento de una desgracia inminente. Lo cierto es que se habian pasado de la raya: graznaban como pajaros de mal aguero, y en cambio Stalingrado resistia, el avance aleman habia sido detenido, los evacuados regresaban a Moscu.

Anoche le habia dicho a Liudmila que no tenia miedo a morir, ni siquiera en ese mismo momento. Sin embargo le aterrorizaba recordar las criticas que habia expresado. Madiarov se habia desahogado a gusto, tanto que pensarlo le provocaba pavor, ?Y las sospechas de Karimov? Espantosas. ?Y si Madiarov fuera en realidad un provocateur?

«Si, morir no da miedo -penso Viktor-, pero en este momento soy un proletario que puede perder algo mas que sus cadenas.»

Sokolov, con una chaqueta de andar por casa, leia un libro, sentado a la mesa.

– ?Donde esta Maria Ivanovna? -pregunto Shtrum, sorprendido, a la vez que se maravillaba de su propio asombro.

Al no encontrarla en casa se habia sentido perdido, como si hubiera ido alli para hablar de fisica teorica con ella y no con Piotr Lavrentievich. Sokolov coloco las gafas en la funda y le respondio, sonriendo:

– ?Por que?, ?es que Maria Ivanovna esta obligada a estar siempre encerrada en casa?

Entre toses y tartamudeos propios de la excitacion, Viktor comenzo a exponer sus ideas, a desarrollar sus ecuaciones. Sokolov era la primera persona en el mundo a la que Viktor confiaba su teoria, y mientras hablaba revivia todo de nuevo, aunque con sentimientos diferentes.

– Bueno, eso es todo -dijo Viktor con voz tremula, sintiendo la emocion del amigo.

Permanecieron callados, y a Viktor aquel silencio le parecio sublime. Estaba sentado, con la cabeza gacha, frunciendo la frente, meneando tristemente la cabeza. Por fin lanzo a Sokolov una mirada rapida, y le parecio ver lagrimas en los ojos de Piotr Lavrentievich.

Mientras el mundo entero era devastado por una guerra espantosa, dos hombres estaban sentados en una habitacion miserable. Un vinculo inefable les unia entre si, un vinculo que a su vez les unia con otros hombres de diferentes paises, y con otros que habian vivido siglos atras, cuyo pensamiento habia aspirado a lo mas elevado y grande que un ser humano pueda perseguir.

Shtrum deseaba que Sokolov continuara callado. En aquel silencio habia algo divino…

Permanecieron asi durante un largo rato. Despues Sokolov se acerco a Shtrum, le puso una mano sobre el hombro, y Viktor Pavlovich sintio que estaba a punto de echarse a llorar. Al final Piotr Lavrentievich hablo:

– Que maravilla, que milagro, que elegancia. Le felicito de todo corazon. Una fuerza extraordinaria, que logica, que elegancia. Incluso desde el punto de vista estetico su razonamiento es perfecto.

Todavia temblando de la excitacion, Viktor penso: «Por el amor de Dios, esto no es una cuestion de elegancia, se trata del pan de cada dia, de la realidad».

– Ve ahora, Viktor Pavlovich -dijo Sokolov-, lo equivocado que estaba cuando perdio el animo, cuando queria aplazarlo todo hasta el regreso a Moscu. -Y con el tono de un profesor de teologia, que Shtrum no soportaba, continuo-: Tiene poca fe, le falta paciencia. A menudo esto le bloquea…

– Si, si -respondio deprisa Shtrum-, lo se. Me deprimia tanto encontrarme en ese callejon sin salida. Me repugnaba todo.

Luego Sokolov se puso a disertar, pero cualquier cosa que decia desagradaba a Viktor, aun cuando su colega hubiera entendido inmediatamente la importancia de su trabajo y lo valorara en terminos superlativos. Viktor encontraba todas sus apreciaciones insulsas, estereotipadas.

«Su trabajo promete resultados notables.» «Promete», que palabra tan estupida. No necesitaba a Piotr Lavrentievich para saber que su trabajo «prometia». Pero ?por que «promete resultados»? Mas que prometer, ya era un resultado. «Ha aplicado un metodo original.» ?Que tenia que ver la originalidad? Era pan, pan, solo pan negro.

Shtrum desvio intencionadamente la conversacion hacia los asuntos del laboratorio.

– A proposito, Piotr Lavrentievich, olvide comentarle que recibi una carta de los Urales: la entrega de nuestro pedido se retrasa.

– Bien -dijo Sokolov-, eso quiere decir que ya estaremos en Moscu cuando llegue el material. Hay un aspecto positivo: en Kazan nunca habriamos podido instalarlo y nos habrian acusado de no cumplir con el plan de trabajo.

Sokolov comenzo a pronunciar un discurso pomposo acerca de los asuntos del laboratorio. Aunque Viktor habia sido el artifice del cambio de tema le entristecio que Sokolov hubiera abandonado con tanta facilidad el gran tema, el mas importante. En ese momento sintio su soledad con particular intensidad. ?Acaso Sokolov no entendia que su trabajo era infinitamente mas importante que la rutina del laboratorio? Se trataba, sin duda, de la contribucion mas importante que Shtrum habia hecho a la ciencia, una obra que tendria un peso determinante en el desarrollo de la fisica teorica. Sokolov advirtio, por la cara de Viktor, que habia desviado la conversacion con demasiada facilidad y ligereza hacia asuntos de puro tramite.

– Es curioso -observo-. Usted ha confirmado de manera absolutamente novedosa la cuestion de los neutrones y del nucleo pesado. -Con la palma de la mano imito el movimiento de un trineo deslizandose veloz a lo largo de una pendiente-. Y ahora es cuando necesitariamos los nuevos aparatos.

– Si, es posible -respondio Viktor-. Pero es solo un detalle.

– Venga, no diga eso -objeto Sokolov-, es un detalle suficientemente relevante. Una energia titanica, admitalo.

– ?Y a mi que mas me da eso? -replico Shtrum-. Lo que me interesa es el nuevo punto de vista sobre la naturaleza de las microfuerzas. Es algo que puede alegrar a un cierto numero de personas y que posibilita el poder acabar con algunas busquedas a ciegas.

– Si, claro que se alegraran. Como un deportista se alegra cuando es otro el que bate un record.

Shtrum no respondio. Sokolov habia tocado un tema que hacia poco se habia discutido en el laboratorio. En aquella ocasion Savostianov habia establecido un paralelismo entre cientificos y deportistas: tambien los cientificos se preparan, se entrenan, y la resolucion de los problemas cientificos conlleva la misma tension que se encuentra en el deporte. Y ademas en ambos casos es una cuestion de records.

Viktor, y sobre todo Sokolov, se habian enfadado con Savostianov por aquel extrano parangon. Sokolov incluso pronuncio un discursito tildando a Savostianov de joven cinico y afirmo que la ciencia era una especie de religion, que el trabajo cientifico expresaba la aspiracion del hombre hacia lo divino.

Viktor, en cambio, sabia que si se habia irritado con Savostianov no era tanto porque considerara erronea su afirmacion. De hecho, mas de una vez habia sentido la alegria del deportista, el mismo anhelo, la misma pasion. No obstante, sabia que la competitividad, el entusiasmo y el deseo de marcar records no constituian la esencia, sino unicamente la superficie de su relacion con la ciencia, y habia montado en colera con Savostianov tanto porque llevaba razon como porque se equivocaba con su diagnostico.

Nunca habia hablado con nadie, ni siquiera con Liudmila, sobre su verdadero sentimiento hacia la ciencia, un sentimiento que habia aflorado en los tiempos de su juventud. Y le resulto placentero que, en la discusion con Savostianov, Sokolov hablara sobre la ciencia con tanta justicia y en terminos tan elevados.

?Por que ahora, sin embargo, Sokolov habia mencionado de improviso la analogia entre cientificos y deportistas? ?Por que habia dicho una cosa semejante precisamente en un instante tan crucial para Shtrum?

Perplejo y ofendido, le pregunto con brusquedad a su colega:

– Piotr Lavrentievich, ?es que no esta contento por mi, puesto que no ha sido usted el que ha establecido el record?

Justo en aquel instante Sokolov estaba pensando que la solucion encontrada por Shtrum era sencillisima, evidente en si misma, que estaba presente desde hacia tiempo en su cabeza y que a la primera ocasion ineludiblemente la habria formulado.

– Asi es -confeso Sokolov-. De la misma manera que Lawrence no se entusiasmo cuando fue Einstein y no el el que transformo las ecuaciones del propio Lawrence.

La candidez de este reconocimiento desarmo hasta tal punto a Shtrum que se arrepintio de su propia animosidad. Sin embargo, Sokolov se apresuro a anadir:

– Estoy bromeando, por supuesto. Lawrence no viene al caso. No siento nada parecido. Pero de todas formas, aunque no sienta nada parecido, soy yo quien tiene razon y no usted.

– Claro, claro. Esta de broma -dijo Viktor, pero seguia irritado. Habia entendido perfectamente que eso era lo

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