que pensaba Sokolov.
«Hoy no es sincero -penso-, pero es transparente como un nino. Se ve enseguida cuando no esta diciendo la verdad.»
– Piotr Lavrentievich -anadio Viktor-, ?nos reunimos el sabado en su casa como de costumbre?
Sokolov arrugo su gruesa nariz de bandolero, hizo ademan de ir a decir algo, pero permanecio callado. Viktor lo miro con aire interrogador.
– Viktor Pavlovich -dijo Sokolov al final-, dicho sea entre nosotros, esas veladas han dejado de gustarme.
Ahora era el quien miraba con cierta curiosidad a Shtrum, pero como este callaba, prosiguio:
– Me preguntara por que. Usted sabe muy bien a que me refiero… No es cosa de broma. Se nos fue demasiado la lengua.
– A usted no -replico Shtrum-. La mayor parte del tiempo estuvo callado.
– Exacto, ese es el problema.
– Entonces reunamonos en mi casa, estaria encantado de que asi fuera -propuso Viktor.
?Increible! Ahora el hipocrita era el. ?Por que habia mentido? ?Por que discutia con Sokolov cuando en su fuero interno era de la misma opinion? Si, porque tambien el habia comenzado a temer aquellos encuentros, no deseaba que se produjeran.
– ?Por que en su casa? -pregunto Sokolov-. No se trata de eso. Permita que se lo diga sin rodeos: he renido con mi cunado, con nuestro principal orador, Madiarov.
Viktor se moria de ganas de preguntarle: «Piotr Lavrentievich, ?esta usted seguro de que Madiarov es un hombre de confianza? ?Pondria la mano en el fuego por el?». En cambio, dijo:
– ?Por que hacer una montana de un grano de arena? Es usted el que se ha metido en la cabeza que cualquier palabra un poco atrevida pone en peligro al Estado. Es una pena que haya discutido con Madiarov, es una persona que me gusta. Mucho, ademas.
– Es innoble que en unos tiempos tan duros para nuestra patria algunos rusos se dediquen a criticar a diestra y siniestra -sentencio Sokolov.
Y Shtrum de nuevo sintio el deseo de preguntarle: «Piotr Lavrentievich, es un asunto serio. ?Esta seguro de que Madiarov no es un delator?». Pero en su lugar, dijo:
– Con su permiso le dire que las cosas estan mejorando. Stalingrado es la golondrina que anuncia la primavera. Usted y yo acabamos de confeccionar las listas para la vuelta a Moscu. ?Recuerda lo que pensabamos hace dos meses? Los Urales, la taiga, Kazajstan, eso es lo que teniamos en la cabeza.
– Razon de mas -replico Sokolov-, no veo motivo para estar graznando.
– ?Graznando? -repitio Viktor.
– Si, si, graznando.
– Por el amor de Dios, Piotr Lavrentievich, ?por que dice esas cosas?
Cuando se despidio de Sokolov, Viktor estaba en un estado de perplejidad y melancolia. Por encima de todo le atenazaba una soledad insoportable. Desde la manana se habia consumido pensando en su encuentro con Sokolov, presintiendo que seria una reunion especial. Pero casi todo lo que este habia dicho le habia parecido poco sincero, insulso. Y el tampoco habia sido sincero. El sentimiento de soledad no le abandonaba; es mas, se agudizaba.
Salio a la calle. Se encontraba todavia en la puerta de entrada cuando oyo una voz suave de mujer que le llamaba. Viktor la reconocio al instante.
El farol de la calle alumbraba la cara de Maria lvanovna, sus mejillas y su frente brillaban por la lluvia. Con su viejo abrigo y el panuelo de lana cubriendole la cabeza, aquella mujer, esposa de un profesor universitario y doctor en ciencias, era la viva estampa de los evacuados en tiempo de guerra.
«Como la revisora de un tranvia», penso Viktor.
– ?Como esta Liudmila Nikolayevna? -le pregunto mirandole fijamente con sus ojos oscuros.
Hizo un gesto de despreocupacion con la mano y respondio:
– Sin novedades.
– Manana a primera hora pasare a visitarles -dijo Maria lvanovna.
– Es usted su angel de la guardia, su enfermera -dijo Viktor-. Menos mal que Piotr Lavrentievich lo soporta. Pasa mucho tiempo con Liudmila Nikolayevna, y el es como un nino, a duras penas puede estar una hora sin usted.
Ella seguia mirandole con aire pensativo, como si estuviera escuchandole sin prestar atencion a sus palabras. Luego dijo:
– Viktor Pavlovich, hoy tiene una expresion particular en la cara. ?Le ha ocurrido algo bueno?
– ?Por que piensa eso?
– No tiene los mismos ojos que de costumbre. Debe de ser a causa del trabajo -dijo de repente-. Su trabajo va bien, ?verdad? Y usted pensaba que la desgracia que le habia ocurrido le anularia la capacidad de trabajar.
– Pero ?de donde ha sacado eso? -le pregunto mientras pensaba: «Hay que ver lo charlatanas que son estas mujeres. ?Es posible que Liudmila se lo haya explicado todo?»-. ?Y que es lo que ha visto en mis ojos? -pregunto con manifiesta ironia a fin de ocultar su irritacion.
Maria lvanovna permanecio callada, reflexionando sobre las palabras de Shtrum. Despues le dijo seria, sin haber captado su tono ironico:
– En sus ojos siempre se lee sufrimiento, pero hoy no.
– Maria lvanovna, que extrano es el mundo. Mire, siento que he cumplido la gran obra de mi vida. La ciencia es pan, el pan del alma. Y ha sucedido en estos tiempos amargos, dificiles. Que extranamente enmaranada es la vida. Ay, como quisiera… Basta, es inutil hablar…
Maria Ivanovna le escuchaba sin apartar la mirada de sus ojos. Despues le dijo en un susurro:
– Si pudiera ahuyentar la desgracia de su casa…
– Gracias, querida Maria Ivanovna -dijo Shtrum, despidiendose.
Se apaciguo al instante, como si hubiera ido a visitarla a ella en lugar de a su marido, y el hubiera dicho lo que deseaba decir.
Un minuto mas tarde, mientras caminaba por la sombria calle, Viktor se habia olvidado de los Sokolov. Los oscuros portales vomitaban corrientes de aire frio, en los cruces de camino el viento levantaba los faldones de su abrigo. Shtrum encogia los hombros, arrugaba la frente… ?Es posible que su madre nunca supiera lo que su hijo habia logrado?
7
Shtrum reunio al personal del laboratorio, los fisicos Markov, Savostianov y Anna Naumovna Weisspapier, el mecanico Nozdrin y el electricista Perepelitsin, para anunciarles que las dudas sobre la imprecision de los aparatos eran infundadas. De hecho, habia sido la exactitud de las medidas lo que habia permitido obtener resultados homogeneos, a pesar de las variaciones en las condiciones de los experimentos.
Shtrum y Sokolov eran teoricos, asi que los experimentos de laboratorio estaban bajo la supervision de Markov. Dotado de un talento asombroso para resolver los problemas mas intrincados, siempre determinaba con precision los criterios de funcionamiento del nuevo instrumental.
Shtrum admiraba la seguridad con la que Markov se acercaba a un nuevo aparato y, al cabo de pocos minutos, sin necesidad de instrucciones, era capaz de comprender tanto los principios esenciales como los mas nimios detalles de su mecanismo. Parecia percibir los instrumentos fisicos como organismos vivos, como si mirando un gato le bastara una ojeada para distinguir los ojos, la cola, las orejas, las garras, advertir sus latidos, determinar la funcion de cada parte de su cuerpo felino.
Cuando montaban en el laboratorio un nuevo aparato y necesitaban a alguien con una especial destreza, era el altivo mecanico Nozdrin quien se hacia dueno de la situacion. Savostianov solia bromear sobre Nozdrin diciendo: «Cuando Stepan Stepanovich muera, llevaran sus manos al Instituto del Cerebro como objeto de estudio».
A Nozdrin no le gustaban las bromas, miraba por encima del hombro a sus colegas cientificos, consciente de que sin sus robustas manos de obrero no podrian hacer gran cosa en el laboratorio.
El favorito del laboratorio era Savostianov. Era tan habil con el trabajo teorico como con el de laboratorio. Todo lo hacia bromeando, con presteza, sin apenas esfuerzo. Incluso en los dias mas nublados, sus cabellos claros, color