Kolvenik habia hecho reconstruir para su esposa Eva y cuyo escenario ella jamas llego a estrenar. El teatro se alzaba ahora como una colosal catacumba en ruinas. Un hijo bastardo de la opera de Paris y el templo de la Sagrada Familia a la espera de ser demolido.
Regrese al edificio contiguo que albergaba las caballerizas. El portal era un agujero negro. El porton de madera tenia recortada una pequena compuerta que recordaba a la entrada de un convento. O una prision. La compuerta estaba abierta y me introduje en el vestibulo. Un tragaluz fantasmal ascendia hasta una galeria de vidrios quebrados. Una telarana de tendederos cubiertos de harapos se agitaba al viento. El lugar olia a miseria, a cloaca y a enfermedad.
Las paredes rezumaban agua sucia de tuberias reventadas. El suelo estaba encharcado. Distingui una pila de buzones oxidados y me aproxime a examinarlos. En su mayoria estaban vacios, destrozados y sin nombre. Solo uno de ellos parecia en uso. Lei el nombre bajo la mugre.
Luis Claret – Mila, 3?
El nombre me resultaba familiar, aunque no supe de que. Me pregunte si esa seria la identidad del cochero. Me repeti una y otra vez aquel nombre, intentando recordar donde lo habia oido. De repente, mi memoria se aclaro. El inspector Florian nos habia dicho que, en los ultimos tiempos de Kolvenik, solo dos personas habian tenido acceso a el y a su esposa Eva en el torreon del parque Guell: Shelley, su medico personal, y un chofer que se negaba a abandonar a su patron, Luis Claret. Palpe en mis bolsillos en busca del telefono que Florian nos habia dado en caso de que necesitasemos ponernos en contacto con el. Crei que lo habia encontrado cuando escuche voces y pasos en lo alto de la escalera. Hui.
Una vez en la calle, corri a ocultarme tras la esquina del callejon. Al poco rato, una silueta asomo por la puerta y echo a andar bajo la llovizna. Era el cochero de nuevo. Claret. Espere a que su figura se desvaneciese y segui el eco de sus pasos.
Capitulo 19
Tras el rastro de Claret me converti en una sombra entre las sombras. La pobreza y la miseria de aquel barrio podian olerse en el aire. Claret caminaba con largas zancadas por calles en las que yo no habia estado jamas. No me situe hasta que le vi doblar una esquina y reconoci la calle
Unos pocos noctambulos transitaban por el paseo. Los quioscos iluminados parecian buques varados.
Al llegar al Liceo, Claret cruzo de acera. Se detuvo frente al portal del edificio donde vivian el doctor Shelley y su hija Maria. Antes de entrar, le vi extraer un objeto brillante del interior de la capa. El revolver.
La fachada del edificio era una mascara de relieves y gargolas que escupian rios de agua harapienta. Una espada de luz dorada emergia de una ventana en el vertice del edificio. El estudio de Shelley.
Imagine al viejo doctor en su butaca de invalido, incapaz de conciliar el sueno. Corri hacia el portal. La puerta estaba trabada por dentro. Claret la habia cerrado.
Inspeccione la fachada en busca de otra entrada. Rodee el edificio. En la parte trasera, una pequena escalinata de incendios ascendia hasta una cornisa que rodeaba el bloque. La cornisa tendia una pasarela de piedra hasta los balcones de la fachada principal. De alli a la glorieta donde estaba el estudio de Shelley habia solo unos metros.
Trepe por la escalera hasta la cornisa. Una vez alli, estudie de nuevo la ruta. Comprobe que la cornisa apenas tenia un par de palmos de ancho. A mis pies, la caida hasta la calle se me antojo un abismo. Respire hondo y di el primer paso hacia la cornisa.
Me pegue a la pared y avance centimetro a centimetro. La superficie era resbaladiza. Algunos de los bloques se movian bajo mis pies. Tuve la sensacion de que la cornisa se estrechaba a cada paso.
El muro a mi espalda parecia inclinarse hacia adelante. Estaba sembrado de efigies de faunos. Introduje los dedos en la mueca demoniaca de uno de aquellos rostros esculpidos, con miedo a que las fauces se cerrasen y segaran mis dedos. Utilizandolos como agarraderas, consegui alcanzar la barandilla de hierro forjado que rodeaba la galeria del estudio de Shelley.
Logre alcanzar la plataforma de rejilla frente a los ventanales. Los cristales estaban empanados. Pegue el rostro al vidrio y pude vislumbrar el interior. La ventana no estaba cerrada por dentro. Empuje delicadamente hasta conseguir entreabrirla. Una bocanada de aire caliente, impregnado del olor a lena quemada del hogar, me soplo en la cara. El doctor ocupaba su butaca frente al fuego, como si nunca se hubiera movido de alli. A su espalda, las puertas del estudio se abrieron. Claret. Habia llegado demasiado tarde.
– Has traicionado tu juramento -le escuche decir a Claret.
Era la primera vez que oia su voz con claridad. Grave, rota. Igual que la de un jardinero del internado, Daniel, a quien una bala le habia destrozado la laringe durante la guerra. Los medicos le habian reconstruido la garganta, pero el pobre hombre tardo diez anos en volver a hablar. Cuando lo hacia, el sonido que brotaba de sus labios era como la voz de Claret.
– Dijiste que habias destruido el ultimo frasco… -dijo Claret, aproximandose a Shelley.
El otro no se molesto en volverse. Vi el revolver de Claret alzarse y apuntar al medico.
– Te equivocas conmigo -dijo Shelley.
Claret rodeo al anciano y se detuvo frente a el. Shelley alzo la vista. Si tenia miedo, no lo demostraba. Claret le apunto a la cabeza.
– Mientes. Deberia matarte ahora mismo… -dijo Claret, arrastrando cada silaba como si le doliese.
Poso el canon de la pistola entre los ojos de Shelley.
– Adelante. Me haras un favor -dijo Shelley, sereno.
Trague saliva. Claret trabo el percutor.
– ?Donde esta?
– Aqui no.
– ?Donde entonces?
– Tu sabes donde -replico Shelley.
Escuche suspirar a Claret. Retiro la pistola y dejo caer el brazo, abatido.
– Todos estamos condenados -dijo Shelley. Es solo cuestion de tiempo… Nunca le entendiste y ahora le entiendes menos que nunca.
– Es a ti a quien no entiendo -dijo Claret. Yo ire a mi muerte con la conciencia limpia.
Shelley rio amargamente.
– A la muerte poco le importan las conciencias, Claret.
– A mi si.
De pronto Maria Shelley aparecio en la puerta.
– Padre…, ?esta usted bien?
– Si, Maria. Vuelve a la cama. Es solo el amigo Claret, que ya se iba.
Maria dudo. Claret la observaba fijamente y, por un instante, me parecio que habia algo indefinido en el juego de sus miradas.
– Haz lo que te digo. Ve.
– Si, padre.
Maria se retiro. Shelley fijo de nuevo la mirada en el fuego.
– Tu vela por tu conciencia. Yo tengo una hija por quien velar. Vete a casa. No puedes hacer nada. Nadie puede hacer nada. Ya viste como acabo Sentis.
– Sentis acabo como se merecia -sentencio Claret. ?No pensaras ir a su encuentro?
– Yo no abandono a los amigos.
– Pero ellos te han abandonado a ti -dijo Shelley.
Claret se dirigio hacia la salida, pero se detuvo al oir el ruego de Shelley.