escuche de nuevo. Una tos, apagada, lejana. Intranquilo, me levante y sali al pasillo. El ruido provenia del piso de abajo.

Cruce frente a la puerta del dormitorio de Marina. Estaba abierta y la cama, vacia. Senti una punzada de temor.

– ?Marina?

No hubo respuesta. Descendi los frios peldanos de puntillas. Los ojos de Kafka brillaban al pie de las escaleras. El gato maullo debilmente y me guio a traves de un corredor oscuro. Al fondo, un hilo de luz se filtraba desde una puerta cerrada. La tos provenia del interior. Dolorosa. Agonizante. Kafka se aproximo a la puerta y se detuvo alli, maullando.

Llame suavemente. -?Marina?

Un largo silencio.

– Vete, Oscar.

Su voz era un gemido. Deje pasar unos segundos y abri. Una vela en el suelo apenas iluminaba el bano de baldosas blancas. Marina estaba arrodillada y tenia la frente apoyada sobre el lavabo.

Estaba temblando y la transpiracion le habia adherido el camison a la piel como una mortaja. Se oculto el rostro, pero pude ver que estaba sangrando por la nariz y que varias manchas escarlata le cubrian el pecho. Me quede paralizado, incapaz de reaccionar.

– ?Que te pasa…? murmure.

Cierra la puerta -dijo con firmeza. Cierra.

Hice lo que me ordenaba y acudi a su lado. Estaba ardiendo de fiebre. El pelo pegado a la cara, empapada de sudor helado. Asustado, me lance a buscar a German, pero su mano me aferro con una fuerza que parecia imposible en ella.

– ?No!

– Pero…

– Estoy bien.

– ?No estas bien!

– Oscar, por lo que mas quieras, no llames a German. El no puede hacer nada. Ya ha pasado. Estoy mejor.

La serenidad de su voz me resulto aterradora. Sus ojos buscaron los mios. Algo en ellos me obligo a obedecer. Entonces me acaricio la cara.

– No te asustes. Estoy mejor.

– Estas palida como una muerta… -balbucee.

Me tomo la mano y la llevo a su pecho. Senti el latido de su corazon sobre las costillas. Retire la mano, sin saber que hacer.

– Viva y coleando. ?Ves? Me vas a prometer que no le vas a decir nada de esto a German.

– ?Por que? -proteste. ?Que te pasa?

Bajo los ojos, infinitamente cansada. Me calle.

– Prometemelo.

– Tienes que ver a un medico.

– Prometemelo, Oscar.

– Si tu me prometes ver a un medico.

– Trato hecho. Te lo prometo.

Humedecio una toalla con la que empezo a limpiar la sangre del rostro. Yo me sentia un inutil.

– Ahora que me has visto asi, ya no te voy a gustar.

– No le veo la gracia.

Siguio limpiandose en silencio, sin apartar los ojos de mi.

Su cuerpo, apresado en el algodon humedo, casi transparente, se me antojo fragil y quebradizo. Me sorprendio no sentir embarazo alguno al contemplarla asi. Tampoco se adivinaba pudor en ella por mi presencia. Le temblaban las manos cuando se seco el sudor y la sangre del cuerpo. Encontre un albornoz limpio colgado de la puerta y se lo tendi, abierto. Se cubrio con el y suspiro, exhausta.

– ?Que puedo hacer? -murmure.

– Quedate aqui, conmigo.

Se sento frente a un espejo.

Con un cepillo, intento en vano poner algo de orden en la marana de pelo que le caia sobre los hombros. Le faltaba fuerza.

– Dejame -y le quite el cepillo.

La peine en silencio, nuestras miradas encontrandose en el espejo.

Mientras lo hacia, Marina asio mi mano con fuerza y la apreto contra su mejilla. Senti sus lagrimas en mi piel y me falto el valor para preguntarle por que lloraba.

Acompane a Marina hasta su dormitorio y la ayude a acostarse. Ya no temblaba y el color le habia vuelto a las mejillas.

– Gracias… -susurro.

Decidi que lo mejor era dejarla descansar y regrese a mi habitacion. Me tendi de nuevo en la cama y trate de conciliar el sueno sin exito. Inquieto, yacia en la oscuridad escuchando al caseron crujir mientras el viento aranaba los arboles. Una ansiedad ciega me carcomia. Demasiadas cosas estaban sucediendo demasiado deprisa. Mi cerebro no podia asimilarlas a un tiempo. En la oscuridad de la madrugada todo parecia confundirse. Pero nada me asustaba mas que el no ser capaz de comprender o explicarme mis propios sentimientos por Marina.

Despuntaba el alba cuando finalmente me quede dormido. En suenos me encontre recorriendo las salas de un palacio de marmol blanco, desierto y en tinieblas. Cientos de estatuas lo poblaban. Las figuras abrian sus ojos de piedra a mi paso y murmuraban palabras que no entendia. Entonces, a lo lejos, crei ver a Marina y corri a su encuentro. Una silueta de luz blanca en forma de angel la llevaba de la mano a traves de un pasillo cuyos muros sangraban. Yo trataba de alcanzarlos cuando una de las puertas del pasillo se abrio y la figura de Maria Shelley emergio, flotando sobre el suelo y arrastrando una mortaja raida. Lloraba, aunque sus lagrimas jamas llegaban al suelo. Tendio hacia mi sus brazos y, al tocarme, su cuerpo se deshizo en cenizas. Yo gritaba el nombre de Marina, rogandole que volviese, pero ella no parecia oirme. Corria y corria, pero el pasillo se alargaba a mi paso. Entonces el angel de luz se volvio hacia mi y me revelo su verdadero rostro. Sus ojos eran cuencas vacias y sus cabellos eran serpientes blancas. Reia cruelmente y, tendiendo sus alas blancas sobre Marina, el angel infernal se alejo. En el sueno oli como un aliento fetido me rozaba la nuca. Era el inconfundible hedor de la muerte, susurrando mi nombre.

Me volvi y vi una mariposa negra posandose sobre mi hombro.

Capitulo 17

Desperte sin aliento. Me sentia mas fatigado que cuando me habia acostado. Las sienes me latian como si me hubiese bebido dos garrafas de cafe negro. No sabia que hora era, pero a juzgar por el sol debia de rondar el mediodia. Las agujas del despertador confirmaron mi diagnostico. Las doce y media.

Me apresure a bajar, pero la casa estaba vacia. Un servicio de desayuno, ya frio, me esperaba sobre la mesa de la cocina, junto a una nota.

a Oscar:

Hemos tenido que ir al medico. Estaremos fuera todo el dia. No olvides dar de comer a Kafka. Nos veremos a la hora de cenar.

Marina

Relei la nota, estudiando la caligrafia mientras daba buena cuenta del desayuno. Kafka se digno a aparecer

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