– Espera…
Se acerco hasta un armario que habia junto a su escritorio. Busco una cadena en su garganta de la que pendia una pequena llave. Con ella abrio el armario. Tomo algo del interior y se lo tendio a Claret.
Cogelas ordeno. Yo no tengo el valor para usarlas. Ni la fe.
Force la vista, tratando de dilucidar que era lo que estaba ofreciendo a Claret. Era un estuche; me parecio que contenia unas capsulas plateadas. Balas.
Claret las acepto y las examino cuidadosamente. Sus ojos se encontraron con los de Shelley.
– Gracias -murmuro Claret.
Shelley nego en silencio, como si no quisiera agradecimiento alguno. Vi como Claret vaciaba la recamara de su arma y la rellenaba con las balas que Shelley le habia proporcionado. Mientras lo hacia, Shelley le observaba nerviosamente, frotandose las manos.
No vayas… -imploro Shelley.
El otro cerro la camara e hizo girar el tambor.
– No tengo eleccion -replico, ya en su camino hacia la salida.
Tan pronto le vi desaparecer, me deslice de nuevo hasta la cornisa. La lluvia habia remitido. Me apresure para no perder el rastro de Claret. Rehice mis pasos hasta la escalera de incendios, baje y rodee el edificio a toda prisa, justo a tiempo de ver a Claret descendiendo Ramblas abajo. Aprete el paso y acorte la distancia.
No giro hasta la calle Fernando, en direccion a la Plaza de San Jaime. Vislumbre un telefono publico entre los porticos de la Plaza Real. Sabia que tenia que llamar al inspector Florian cuanto antes y explicarle lo que estaba sucediendo, pero detenerme hubiera significado perder a Claret.
Cuando se interno en el Barrio Gotico, yo fui detras. Pronto, su silueta se perdio bajo puentes tendidos entre palacios. Arcos imposibles proyectaban sombras danzantes sobre los muros. Habiamos llegado a la Barcelona encantada, el laberinto de los espiritus, donde las calles tenian nombre de leyenda y los duendes del tiempo caminaban a nuestras espaldas.
Capitulo 20
Segui el rastro de Claret hasta una calle oculta tras la catedral. Una tienda de mascaras marcaba la esquina. Me acerque al escaparate y senti la mirada vacia de los rostros de papel. Me incline a echar un vistazo. Claret se habia detenido a una veintena de metros, junto a una trampilla de bajada a las alcantarillas. Forcejeaba con la pesada tapa de metal.
Cuando consiguio que cediera, se interno en aquel agujero. Solo entonces me acerque. Escuche pasos en los escalones de metal, descendiendo, y vi el reflejo de un rayo de luz. Me deslice hasta la boca de las alcantarillas y me asome.
Una corriente de aire viciado ascendia por aquel pozo. Permaneci alli hasta que los pasos de Claret se hicieron inaudibles y las tinieblas devoraron la luz que el llevaba.
Era el momento de telefonear al Inspector Florian.
Distingui las luces de una bodega que cerraba muy tarde o abria muy pronto. El establecimiento era una celda que apestaba a vino y ocupaba el semisotano de un edificio que no tendria menos de trescientos anos. El bodeguero era un hombre de tinte avinagrado y ojos diminutos que lucia lo que me parecio un birrete militar. Alzo las cejas y me miro con disgusto. A su espalda, la pared estaba decorada con banderines de la division azul, postales del Valle de los Caidos y un retrato de Mussolini.
– Largo -espeto. No abrimos hasta las cinco.
– Solo quiero llamar por telefono. Es una emergencia.
– Vuelve a las cinco.
– Si pudiese volver a las cinco, no seria una emergencia… Por favor. Es para llamar a la policia.
El bodeguero me estudio cuidadosamente y por fin me senalo un telefono en la pared.
– Espera que te ponga linea. ?Tienes con que pagar, no?
– Claro -menti.
El auricular estaba sucio y grasiento. Junto al telefono habia un platillo de vidrio con cajetillas de cerillas impresas con el nombre del establecimiento y un aguila imperial. Bodega Valor, ponia. Aproveche que el bodeguero estaba de espaldas conectando el contador y me llene los bolsillos con las cajetillas de fosforos. Cuando el bodeguero se volvio, le sonrei con bendita inocencia. Marque el numero que Florian me habia dado y escuche la senal de llamada una y otra vez, sin respuesta. Empezaba a temer que el camarada insomne del inspector hubiese caido dormido bajo los boletines de la BBC cuando alguien levanto el aparato al otro lado de la linea.
– Buenas noches, disculpe que le moleste a estas horas -dije.
Necesito hablar urgentemente con el inspector Florian. Es una emergencia. El me dio este numero por si…
– ?Quien le llama?
– Oscar Drai.
– ?Oscar que?
Tuve que deletrear mi apellido pacientemente.
– Un momento. No se si Florian esta en su casa. No veo luz.
?Puede esperar?
Mire al dueno del bar, que secaba vasos a ritmo marcial bajo la gallarda mirada del 'Duce'.
– Si -dije osadamente.
La espera se hizo interminable. El bodeguero no dejaba de mirarme como si fuese un criminal fugado. Probe a sonreirle. No se inmuto.
– ?Me podria servir un cafe con leche? pregunte. Estoy helado.
– No hasta las cinco.
– ?Me puede decir que hora es, por favor? -indague.
– Aun falta para las cinco -replico. ?Seguro que has llamado a la policia?
– A la benemerita, para ser exactos improvise.
Al fin, oi la voz de Florian. Sonaba despierto y alerta.
– ?Oscar? ?Donde estas?
Le relate tan rapido como pude lo esencial. Cuando le explique lo del tunel de la alcantarilla, note que se ponia tenso.
– Escuchame bien, Oscar. Quiero que me esperes ahi y no te muevas hasta que yo llegue. Cojo un taxi en un segundo. Si pasa algo, echas a correr. No pares hasta llegar a la comisaria de Via Layetana. Alli preguntas por Mendoza. El me conoce y es de confianza. Pero pase lo que pase, ?me entiendes?, pase lo que pase no bajes a esos tuneles. ?Esta claro?
– Como el agua.
– Estoy ahi en un minuto.
La linea se corto.
– Son sesenta pesetas -sentencio el bodeguero a mi espalda de inmediato. Tarifa nocturna.
– Le pago a las cinco, mi general -le solte con flema.
Las bolsas que le colgaban bajo los ojos se le tineron de color Rioja.
– Mira, ninato, que te parto la cara, ?eh? amenazo, furioso.
Me largue a escape antes de que consiguiera salir de detras de la barra con su porra reglamentaria antidisturbios. Esperaria a Florian junto a la tienda de mascaras.
“No podia tardar mucho”, -me dije.
Las campanas de la catedral dieron las cuatro de la madrugada. Los signos de la fatiga empezaban a rondarme como lobos hambrientos.